Kevin Carter es el nombre de quien tomó la foto de una moribunda niña sudanesa, desnutrida, esquelética, respirando el polvo que su inerte postura le obligaba; abatida además por el hambre y acechada por un buitre para cerrar el encuadre perfecto. Tal pieza le significó a este siniestro personaje, entre otras cosas, un premio Pulitzer y su infierno particular, culminado en suicidio.
Por lo general esta especie de faranduleros pasan por la vida inadvertidos, pues la fama que los pudiera acompañar, siempre es inferior al de las celebridades o los acontecimientos que atrapan con sus cámaras. Pero en este caso la cultura del opresor revierte la dinámica. La relevancia y el nombre que recordamos (porque no hay otra alternativa), es la del blanco intrépido, aventurero; del gusto por las experiencias extremas, cuyo límite es su propia muerte, repasando la muerte del otro. Sin embargo el nombre de la preciosa niña negra, dueña y sujeta de la circunstancias que motivaron los acontecimientos, nadie lo conoce. Ni siquiera se sabe a ciencia cierta, que le ocurrió después del disparo de Kevin. Si este acto acabó con la poca fuerza que le quedaba a su pequeño cuerpo. Si murió o sobrevivió a semejante experiencia, a pesar de que a poca distancia había un comedor en donde los perversos fotógrafos, mitigaron el hambre de ese día. Lo que si se sabe, por su propio testimonio, es que este individuo no le prestó ayuda, pero más allá no se sabe nada, no hay ninguna reseña biográfica de ella, en contraposición de la abundante información sobre el señor Carter, sus obsesiones y su perversa afición.
De niño conocí a una linda niña negra: la fugaz Edú. Murió preadolescente. Mi abuela me dijo que se la había llevado el desarrollo. Su primer derrame fue el último y así, virgen, se fue al cielo, “pues a los pobres los mata cualquier cosa”. A despecho de no conocer el nombre de nuestra niña sudanesa, en lo particular, y en honor a mi amiguita, la llamaré Edú.
Pues bien, Edú, situada en el Triangulo de la Hambruna de aquellos 90`s, es victima hoy del mismo enfoque inmoral que premia a un homicida, y es el mismo criterio que utiliza el capitalismo para eufemizar su perversión. Si los seres humanos africanos o de cualquier parte de nuestro universo mundo, morían de hambre ante los ojos cómplices de los Carter que comercializan sus crisis humanitarias, hoy padecerán la furia de la hambreada con mayor rigor. Infernal pronóstico si no se cambia el modelo que los imperios le han impuesto al planeta, pues los alimentos hoy en día son más caros que antes debido a los mercados emergentes. Es decir, hoy hay una mayor demanda de alimentos; hay mas gente consumiendo leche, carne, cereales, frutas etc. Pero realmente eso no es lo que sucede. Gente que coma siempre ha habido y la habrá en abundancia, quizás en la misma proporción en la que se produzcan alimentos, lo que ocurre ahora es que hay mas gente que compra alimentos. Mil quinientos millones de chinos se suman a la demanda, respaldados por una inmensa riqueza para comprar comida. El modelo chino les garantizó a sus ciudadanos el derecho a la alimentación y los arribó a los albores del siglo XXI, irrumpiendo en los mercados, fuera de sus fronteras, con la voracidad capitalista. Ahora, quién le garantiza a los negros del África o a los hambrientos del mundo, los alimentos que ni siquiera los organismos filantrópicos mundiales pueden comprar para arrojárselos cuales mendigos. La realidad es que quien no tiene para comprar está destinado a padecer las horribles torturas de la hambruna. Y el mundo tal y como lo conocemos, en su fase neoliberal, esta dispuesto a ofertar tantos y más alimentos, no solo para los mil quinientos millones de ciudadanos chinos, sino para los ciudadanos hindúes y venezolanos que en la actualidad se incorporan con todo el derecho que les asiste, como nuevos y mejores comensales. Y no solo a ofertar sino a aplicar todas las distorsiones que el mercado genera en procura de la gran ganancia: puja hacia el alza y liberación de los precios, especulación, acaparamiento, desabastecimiento, contrabando, escasez y todos estos actores, como en la cadena alimenticia, esconden sus rostros y sus nombres tras la fachada del sistema, con la apariencia de intermediarios: empresarios, comerciantes, industriales, trasnacionales etc., pero que en el fondo son los hambreadores que todos conocemos con sus nombres y apellidos, sobre todo aquí en la Venezuela Bolivariana, en donde estos métodos de guerra pretender ahogar el proceso histórico revolucionario en marcha.
Mientras tanto Edú, tendrá que esperar una justicia que solo el socialismo le puede proveer, o apelar a las soluciones infantiles que no están muy lejos del socialismo, y actuar como me lo planteó José Ignacio, un niño de seis años que ante la presencia del heladero y sin plata para comprar me dijo: “Se lo compramos, pero no se lo pagamos”
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