La conseja liberalista del clérigo Thomas Robert Malthus (1776-1834) no pierde vigencia ni la perderá mientras respire el régimen económico al que tanto respetó al lado de sus colegas isleños: Adam Smith y David Ricardo.
Su connotación universal se afirma en la acomodaticia solución que, como economista, ofreció ante la clara incompetencia estatal y la irresolubilidad de las recicladas crisis económicas que el industrialismo capitalista seguía alimentando. Malthus concluyó que era la propia Naturaleza la encargada de resolverlas mediante sus eventuales y recurrentes catástrofes, epidemias, guerras y demás "perlas" antisociales.
Tales crisis son las mismas que ofreció la milenaria vida feudal pero la presente con signos marcadamente agravantes. Por ejemplo, los avances de la Farmacopea industrial viabilizaron onerosa y mercantilmente la sobrevivencia de infantes y neonatos, además de alargar la miserable vida de esas grandes masas de padres solventes que engendra el sistema económico más perverso asumido por la humanidad y curiosamente defendido por victimarios y víctimas.
Los "socialistas utópicos" de la época adoptaron figuras cooperativistas y filantrópicas con las que ineficazmente pretendieron ( y lo siguen haciendo) aliviar la inservibilidad y caducidad del burguesismo imperante, e infructuosamente buscan humanizar el desalmado capitalismo.
A más de 200 años esas soluciones maltusianas resultan obviamente imprescriptibles, pero tales "remedios" macrosociales siguen "vivitos y coleando*. Las "ingobernables y adversas" fuerzas de la Naturaleza, por ejemplo, destruyen a miles de trabajadores y activos complementarios de producción. Al mismo tiempo abren nuevos mercados y masoquistamente reincentivan la zigzagueante economía capitalista. Es, digamos, una suerte de paralelismo natural entre los fenómenos estrictamente independientes de la voluntad humana, y aquellos donde la decisión arbitraria de un grupúsculo de familias burguesas decide la dinámica social de toda la
población floral, fáunica y humana de todos los continentes y hasta de más allá de estos.
Entonces, si tomamos en cuenta la calidad de la producción actual de bienes y servicios absorbidos por las densas masas de consumidores menores, deberíamos incluir como derivados maltusianos las desnutridas y escasas comidas individuales de los pobres, sus medicamentos de tercera (conocidos con el eufemismo de "genéricos" * ), sus intoxicantes y hasta letales bebidas espirituosas, también de tercera calidad. Súmese a esos derivados sus favélicas viviendas y las construidas con materiales también de pésima calidad y construidas por una mano de obra de igual mediocridad.
Los altos índices de mortalidad en la red viaria; las matanzas por la inseguridad personal ante la cual estos gobiernos resultan incompetentes por muchos esfuerzos y dineros gastados burocráticamente. Las frecuentes y numerosas matanzas en los centros de reclusión penal; los elevados índices de muerte por causas hipertensivas derivadas de un estrés sufrido por causa de las agobiantes tensiones que la agitada e inestable vida burgoproletaria ineluctablemente engendra. Muertes por riñas callejeras y vecinales protagonizadas por un obreraje mal pagado e intoxicado con
drogas baratas y adulteradas.
Males sociales que cual derivados maltusianos han venido a sumarse a los propios de la Naturaleza, esos mismos que inspiró al ingenuo y bien intencionado clérigo para mirarlas como remedios "divinos" bajados del Cielo. En nuestra actualidad sabemos que tales flagelos emanan de las propias condiciones del siempre deshumanizado sistema capitalista.
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