No sólo llegó tarde, es que se vio obligado a armar un galimatías ideológico
para ahuyentar el "cuco" que más le atormenta a Washington y sus escribidores
latinoamericanos: Que Bolívar y el "bolivarianismo" actual es la forma
ideológica que adoptó el tradicional anti imperialismo latinoamericano. Y que
es Chávez, hasta ahora, el responsable de tamaño desafío hemisférico.
Por eso acude a un gastado recurso: identificar artificialmente la figura de
Bolívar y Chávez con la de algunos antiguos dictadores militares venezolanos
que reivindicaron al principal héroe nacional. Vargas
Llosa llega más lejos y lo asimila con Trujillo.
¿No es sospechoso que el articulista Pagni mienta al decir que el dictador
venezolano que más reivindicó a Bolívar fue Juan Vicente Gómez, a quien le
importaba medio pepino porque casi llegó a creerse superior?
En realidad fueron tres generales que el autor ignora: Eleazar López Contreras
(1936-1941), el sucesor del "Benemérito". Luego, los generales Isaías Medina
Angarita (1941-1945) y Marcos Pérez Jiménez (1948-1958). Basta comparar la
cantidad de Decretos y Resoluciones de los tres últimos con los emitidos por el
primero: 174 a 31, en menos de un tercio del tiempo que gobernó Gómez. (Historia
Constitucional de Venezuela, Caracas, Archivo General, A.R.G., 1974).
Pero en los tres casos la vindicación de Bolívar tuvo un sentido exactamente
opuesto al que le dio Hugo Chávez en sus años de conspiración (1975-1992), de
rebelión (1992-1998) y de gobierno (1999-1913). Pagni es capaz de creer que la
Sociedad de las Naciones tuvo alguna fe bolivariana porque su reunión de
Berlín, en 1923, se hizo en nombre de "las ideas universales anfictiónicas del
libertador Simón Bolívar". Es capaz.
Más grave es ignorar el rol de José Antonio Páez, el primer presidente
constitucional de Venezuela, héroe militar al lado de Bolívar, pasado al bando
reaccionario de La Cosiatta en la lucha fratricida de 1827-1830 que
condujo a la disolución de la Gran Colombia y la degeneración, decadencia y
retroceso de las Repúblicas recién nacidas.
Ese retroceso incluyó a varios de sus principales personajes. Páez fue, quizá,
el peor, pero hubo Santander en Bogotá o Cornelio Saavedra en Argentina, entre
otros que compusieron el arco del retroceso termidoriano de la revolución.
Páez ordenó en 1842 la repatriación de los restos de El Libertador desde Santa
Marta a Caracas, pero al no explicar este hecho en su objetivo y contexto,
Pagni lo convierte en una trampa al servicio de su único propósito: demonizar a
Chávez como el continuador de Páez, saltando por encima de Ezequiel Zamora,
nada más y nada menos.
Pagni no alcanza a entender que para el Presidente José Antonio Páez, los
restos de Bolívar encerrados en un Panteón de Caracas, tuvo el mismo sentido
reaccionario que le dio Stalin a la momificación del cadáver de Lenin en 1924
en su espantoso Mausoleo de Moscú: mitificarlo, alienarlo y vaciarlo de
contenido. Como toda estatua. No es el único caso. "Expropiación simbólica",
llamaría Walter Benjamín a esa mala costumbre de opresores.
O sea: estamos ante exactamente lo opuesto a lo que afirma el autor del diario
La Nación: En 1842, con Páez, no nació el "bolivarianismo": murió.
El ideario bolivariano, concentrado en la unidad del capitalismo naciente en
Latinoamérica y su atisbo precursor de antiimperialismo cuando mandó al zipote
la Doctrina Monroe, las tentaciones imperiales de Brasil y de cualquier dominio
colonial (incluso el británico), fue suspendido entre 1830 y 1999. El
historiador cubano Francisco Pividal definió eso como "pensamiento precursor
del antiimperialismo" en su libro homónimo.
Aquel "bolivarianismo" de salón fue el responsable ideológico de que haya
fracasado el proyecto de nación sudamericana y que hayamos heredado siglo y
medio de atraso económico, institucional, cultural y de fragmentación
semicolonial como el que le gustaría a los pequeños caciques de Santa Cruz de
la Sierra, en Bolvia. Es el mismo "bolivarianismo" estatizado que usaron para
gobernar nueve presidentes "democráticos" venezolanos desde 1958 hasta 1999.
¿Sabía el editorialista que nunca en más de siglo y medio los venezolanos
leyeron tanto y en tan variadas versiones, a veces opuestas y controversiales,
sobre Simón Bolívar, sus contemporáneos y las generaciones de revolucionarios
que los sucedieron durante el siglo XX?
Él dirá ¿y a mi qué me importa?
Cierto, es que él sólo soporta un Bolívar de mármol para un pueblo de piedra.
Pues allí radica la diferencia del bolivarianismo que se puso de moda en
los últimos años. Renació en Venezuela con una rebelión social y militar entre
1989 y 1992, que el año 2002 evidenció un dato que no es del agrado del autor:
la identificación no era sólo de Chávez, es de la mayoría de un pueblo
que utiliza a Simón Bolívar como combustible ideológico de sus transformaciones
sociales y políticas. Y peor para Pagni: el bolivarianismo se extendió como la
nueva versión del anti imperialismo latinoamericano. Ha podido adoptar la forma
de artiguismo, zapatismo, sandinismo, o elevarse con próceres como San Martín,
Martí, Hidalgo o Morazán. Para ello hacían falta las vivencias revolucionarias
vividas por los venezolanos entre 1989 y 2002.
El viejo cuento entre "democracia" y "dictadura"
Esto nos lleva a lo segundo que no soportan los Pagni del continente, y los de
Europa, como la cancillera alemana Merkel, Aznar, Vargas Llosa, Serbín. Es que
el conflicto en Venezuela no es entre "democracia" y "dictadura", como si
fueron categorías puras, sino entre una democracia superior de mayorías
politizadas, movilizadas y organizadas en instituciones propias –que puja por
constituirse– y la otra: la democracia de papel que gobierna en nombre de un
Bolívar de mármol –y que sobrevive como "el peso de los muertos en el cerebro
de los vivos"–.
En medio de ese conflicto de escala histórica, es inevitable que surjan
proyectos bonapartistas, tentaciones individuales y múltiples contradicciones
entre el movimiento social, el aparato estatal, los pactos de gobierno, el rol
del líder y la sistemática presión de Estados Unidos. Mucho más complejo que la
simpleza analítica del autor.
Nadie, salvo los personajes "envasados al vacío" de Pagni y Vargas Llosa,
pueden ser ajenos a un proceso tan vivo. Los errores, defectos o tentaciones
individuales no son "males de sangre" de los líderes, jefes o personalidades.
Al revés, emergen de su rol político central en este cuadro de tensa situación
objetiva, donde la subjetividad del líder se subordina y la expresa. La
tentación "Bonapartista" en el concepto de Marx, Gramsci y Trotsky, o
"Cesarista democrática" en el de Vallenilla Lanz, no nacen ni viven
solas y inmaculadas, sino en relación contradictoria y dinámica con las fuerzas
revolucionarias internas, las presiones enemigas externas y la dinámica
política internacional.
Ese dilema complejo entre el personaje central, la masa y el poder, estudiado
con lucidez por Maquiavelo, Plejanov, Gramsci y por algunos autores de hoy como
el francés Ives Zakar y el argentino Thénon, lo tiene Chávez y lo tendrán todos
los que asuman responsabilidades dirigentes en la historia.
El secreto no es que exista, sino en cómo se resuelve. Una salida positiva
sería a través de la democratización del poder hacia abajo en los organismo
autónomos del pueblo como lo indican variadas experiencias históricas; la otra,
es la concentración del poder hacia arriba, que conducirá a una
centralizalización en pequeños cenáculos y en su eje personal, el líder. Esa es
una de las más importantes lecciones del siglo XX.
Galimatías
Como la verdad histórica no ayuda al autor, acude a algunos datos –inconexos y
sin explicación dinámica– para convertirlos en artimañas y fuegos de artificio
para lectores ávidos de amor por el American of way life.
Por ejemplo, el ya aburrido cuento de que Marx habló mal de Bolívar en un breve
folleto que le encargó la Biblioteca Británica a cambio de unas libras con las
que alimentó a su carenciada familia ese mes. Ni fue el primer ni fue el último
error intelectual de Marx (que también adolecía de debilidades humanas), que lo
llevó a escribir sobre un personaje y unas guerras que conocía poco, muy
poco. Su principal fuente fue el cuento que le había contado el monárquico
Barón de Humboldt. ¿Acaso Marx, o cualquier otro u otra grande de la historia,
se define por algunos errores o defectos personales? Un análisis serio los
subordina a su obra general. Aquí el método hace la diferencia en el estudio
del personaje y su obra y determina la ética para explicarla en el terreno de
la política o del periodismo.
La otra pequeña verdad del autor es que Chávez mantiene "relaciones mediúnicas"
con su héroe tutelar. Entérese: no sólo con Bolívar, también con su bisabuelo
Maisanta a quien invocó en la rebelión de 1992 y en el Referéndum de 2004.
¿Sabía usted señor Pagni que Reagan las tuvo con los fantasmas de su logia
secreta envangelista ultramontana? Como las tuvieron con las suyas Allende (que
era maestre masón), Rómulo Betancourt (que fumaba el tabaco), Neville
Chanberlain, Lincoln, Willson, Churchil y hasta el adusto general francés
Charles de Gaulle?. Si Carlos Menem consultaba espiritistas baratas, por qué
carajo no puede el mulato de Caracas invocar héroes nacionales de su
incumbencia cultural.
Como no alcanzan las medias verdades –que siempre se convierten en mentiras– el
autor acude a una falacia del tamaño de su imaginación: ". Asegura que hay un
"protectorado venezolano sobre Evo Morales -quien dispuso un despacho en su
palacio presidencial para el embajador de Caracas- podría estar predeterminado
en la creación de Bolivia". ¡Dios mío! Harry Potter se haría hincha de Pagni.
Excepto este periodista del diario La Nación, de Buenos Aires, cualquiera sabe
que la Embajada venezolana en La Paz queda en la Av. Arce, esquina Campos,
Edificio Illimani 2678, pisos 4 y 5.
¿Y quien dijo que la verdad importa?
*Publicado en Revista 23, suplemento ContraEditorial, Buenos Aires, 26 de junio de 2008.