Contingentes crecientes de hombres, mujeres y niños van de una parte a otra del planeta. Concitan el interés de todos y provocan reacciones variadas que van desde las serenas y racionales, hasta aquellas que se tiñen de una rabiosa xenofobia racial y/o nacionalista. Se alega, en este último caso, que se defiende la “identidad nacional”, entendida como una esencia inmutable y no como otra variable inmersa en la historia y en sus avatares.
Estos desplazamientos humanos se han dado en todas las épocas, dependiendo de las precariedades que se sufren en un espacio, y el impulso para la búsqueda de otros en los cuales se ofrezcan mejores condiciones de vida. Pero hoy, por las asimetrías descomunales entre países y regiones que se presentan en el marco de la economía capitalista dominante, los movimientos poblacionales experimentan un crecimiento exponencial con implicaciones crecientes en el orden político, social y económico. La Organización Internacional del Trabajo, entre otros organismos internacionales, ofrece algunas cifras que permiten trazar el perfil de un problema que reviste ya caracteres de gravedad y que reclama soluciones urgentes y muy distintas a la Directiva Retorno dispuesta en Europa y al proyecto de ley sobre migraciones que está en estudio en los Estados Unidos de América
La población mundial actual se estima en más de 6800 millones. Crece ésta a razón de 93 millones por año, concentrándose el 97% de este incremento en países calificados como subdesarrollados, emergentes o atrasados. Agrava la situación el hecho de que en estos países hay ya más de mil millones de desempleados y un número mucho mayor de trabajadores con empleo precario o subempleados. Es aceptable como natural el aumento inercial de la población, pero lo que resulta inaceptable por ser contrario a la condición humana y a la inteligencia que debe orientar políticas de planificación, es que la mayoría de la gente en el mundo padezca hambrunas, mortalidad infantil, ausencia de planes de salud, de vivienda, alimentación, educación o trabajo decente.
Se estima igualmente, que más de 200 millones de personas viven fuera del país en el que nacieron, y se trata de una población que crece a razón seis millones o más por año. Se puede observar la formación de flujos de gran tamaño que abandonan su tierra, sus ancestros, su cultura y salen en la búsqueda de condiciones mínimas de existencia porque, de no hacerlo es morir de mengua. En otras palabras, se prefiere el riesgo de la travesía migratoria a pesar de que el destino puede ser semejante. En el pasado estos contingentes estaban conformados por hombres que buscaban empleo, pero hoy casi el 50% de la migración transfronteriza es femenina, en algunos casos por razones de reunificación familiar, pero hoy es comprobable una tendencia según la cual la mujer migrante internacional es proveedora del primer empleo.
La distribución mundial de la riqueza, por su parte, va desde países como Suiza, que cuentan con un ingreso anual per cápita de 38.000 US dólares hasta países como Etiopía, en los que se dispone apenas de 100 US dólares. Es esta situación de desequilibrios entre espacios la que provoca los flujos transfronterizos, toda vez que un desempleo extendido, malas condiciones de trabajo, bajos salarios, ausencia de seguridad social, hambre o mala alimentación, inexistencia o deficiencia en los servicios de salud, conflictos violentos o educación precaria, entre otros factores, empujan a la gente a emigrar, por cualquier medio, desde un devastado lugar de origen hacia otro destino donde se pueda vivir o al menos sobrevivir.
Las migraciones más notorias se dirigen hacia los países más ricos, pero países de mediano desarrollo también pueden ser receptores o servir de tránsito para los emigrantes de países más pobres. Ilustra esta situación, en el entorno nuestro, el caso de Haití y la República Dominicana, quienes tienen frontera común y comparten la isla La Española. Las condiciones laborales que experimentan los trabajadores haitianos que se desplazan hacia el país vecino son espantosas y , en muchos sentidos, peores que las de aquellos que consiguieron trabajo en Haití. Despojo de documentos, jornadas de sol a sol, salarios pagados mediante fichas, viviendas en bateyes con la mayor promiscuidad y ausencia total de aplicación de normas laborales son el pan diario de estos trabajadores reducidos a una condición cercana a la esclavitud.
Desplazamientos entre países fronterizos se dan también entre Colombia y Venezuela, México y los Estados Unidos, los países del Cono Sur, Guatemala y México, Egipto y Jordania, Burkina Faso y Costa de Marfil, entre otros espacios. Estos movimientos nunca han cesado, se han sostenido, y se han hecho contemporáneos con flujos transoceánicos de gran tamaño, que constituyen verdaderas mareas humanas provenientes de espacios precarizados de África, Asia, medio u oriente próximo, América Central y del Sur, y el Caribe, que se vierten como mano de obra en actividades lícitas o ilícitas en Estados Unidos o Europa.
Desde el punto de vista de los países receptores, esta inmigración depauperada es indispensable, pues cubre los segmentos inferiores del mercado de trabajo (recolección de cosechas, servicio doméstico, tareas de limpieza etc.) que los propios trabajadores nacionales desdeñan. Aun sin protección social ni reconocimiento legal, estos trabajadores son como los fogoneros que, cubiertos de tizne y soportando elevadas temperaturas, hacen andar al barco. Pero éste trabajo precario es sólo un punto de partida. Para muchos de ellos su motivación al logro los lleva a aprovechar las oportunidades educacionales y laborales que se les ofrecen, realizando aportes cada vez más significativos al país que los acoge. Representan además una inyección de sangre joven a países de demografía desfalleciente en los que las pequeñas (y aun negativas) tasas de crecimiento poblacional se reflejan en un envejecimiento o aumento progresivo de la edad promedio de sus habitantes. Consecuencia de esto es que, sin el concurso de la inmigración, sería imposible para estos países revertir la tendencia a decrecer de la proporción de población activa (trabajadores) que sostiene a la población pasiva (jubilados, entre otros).
No podemos terminar esta rápida revisión del problema migratorio internacional sin dedicar alguna atención a la incidencia que tiene en el mismo el unilateral proyecto de globalización que liderizan Europa y los Estados Unidos, el cual, al mismo tiempo que propugna la liberación de los movimientos de capitales y de mercancías, restringe los flujos humanos. Consecuencia paradójica de este problema sencillo envuelto en circunstancias complejas, son hechos como el siguiente: las exportaciones norteamericanas de maíz subsidiado y transgénico arruinan a los agricultores mexicanos de maíz ancestral. A estos no les resta más alternativa que atravesar el fronterizo Río Bravo para buscar su sustento en la fuente misma de sus infortunios. Pero los Estados Unidos rechazarán al inmigrante que han creado.
También, en este recuento, debemos considerar los múltiples y dolorosos episodios humanos que se ocultan tras la abstracción de las cifras o de los rasgos generales del problema. Esta historia encierra muchas historias. Todas aluden a lo que podríamos denominar una situación límite del extrañamiento: el desamparo total en un mundo distinto. Separación de las familias durante años; morir de sed en un desierto texano abandonado por los “coyotes”; no contar con amigos ni conocidos ni lengua común; no poder enviar a los hijos a la escuela según los debates que precedieron la resolución europea y la legislación de Estados Unidos para imponer la prohibición expresa de aceptar en las escuelas a los hijos de inmigrantes ilegales; ser invisibilizados o literalmente no existir para efectos legales en materia de trabajo, protección social, querellas, en fin, muerte civil; no contar con servicios médicos ni siquiera en caso de enfermedad grave; penalizar a los que les presten auxilio; negación, en una palabra, de la universal condición humana mediante la más atroz de las discriminaciones.
La magnitud del problema pareciera revelar la ausencia de soluciones, lo que es una verdad en apariencia. Es imposible que el hombre y los estados invadidos por los antivalores del egoísmo, la competencia descontrolada, el consumismo, el dominio de una persona o un estado por otro omitiendo cualquier principio o norma, sean capaces de orientar políticas migratorias oportunas y sustantivas. Se trata, en un sentido radicalmente distinto, de provocar cambios sustanciales, para construir solidaridad, re-elaborar el concepto de satisfacción de necesidades básicas, buscar producción mediante la co-laboración, en fin, perseguir el ideal siempre vigente de una vida común y compartida. Sobre esta base, y con el diálogo democrático y democratizante como método, emergerán los arreglos necesarios.
En este orden de ideas, no se podría omitir el establecimiento de políticas regionales o sub-regionales que contribuyan al enraizamiento de las comunidades mediante el acceso efectivo a la alimentación, la salud, la vivienda, el trabajo decente y bien remunerado, y un respeto escrupuloso a la cultura y las tradiciones más sentidas, entre otros valores, cuyo cultivo es impostergable. Procurar con efectividad crear las circunstancias de hecho y de derecho para el arraigo.
En esta misma línea tendría que considerarse de modo urgente la dimensión multilateral de las migraciones, y la necesidad de convocar la más amplia discusión entre los estados y las organizaciones concernidas de los espacios emisores, con sus pares de los espacios receptores para perfilar soluciones concertadas y equitativas. Sólo entendiendo estas gruesas consideraciones, el alerta de la migraciones tendrá razonables respuestas. Desconocer lo que hemos descrito e insistir tercamente en la Directiva Retorno europea o el proyecto migratorio en Estados Unidos de América , sencillamente nos llevará a la creación de situaciones cuyo desenlace es insospechado.
(*)Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Relator Especial para Trabajadores Migrantes 2004-2007