Hecho de cajón, pues, como se dice en Venezuela, expresión de la animal genética del mundo, selvática, donde priva el instinto y se aspira a la supervivencia. Como los animales en la cadena alimentaria, son también los países, las personas, las culturas, las ideas: genéticas conceptuaciones. Ha de huir la gacela de Thomson del chita en el Sherengueti, como el jaguar se esfuerza por sobrevivir, cazando, en las selvas americanas. El mundo, pues, es una selva, y, a pesar de luminarias del intelecto y de la civilizada inteligencia, como Sócrates, Platón, Aristóteles, Jesús de Nazaret, Santo Tomás de Aquino, Leonardo de Vinci, la ilustración francesa, o cualquier otro sabio o científico creador de fórmulas, el mundo ha vivido en la guerra y padecido conflagraciones atómicas. ¿De qué cultura hablamos?
Y, como se sabe, median en la selva conceptos como depredación, presa, extinción, relación equilibrada, supervivencia, mutación, agresividad, astucia animal, etc. Nadie, pues, vendrá a proponer, por ejemplo, a título de humanistas concepciones, que nos extingamos todos, que nos "dejemos", algo así como que el jaguar se deje tragar por los venados o las hienas comer por una partida de pájaros dodos, extintos, por cierto. Sencilla estupidez, contrasentido angular. El mundo es una "configurada" cadena alimentaria, de depredaciones y supervivencia, escrito en el lenguaje de las culturas, y denominado pomposamente "civilización", alta o baja. La selva de las ideas, paralela a selva real de las bestias de atronantes estampidas.
Cada quien aspira a "ser" o a prevalecer, en general tendiendo la vida y la civilización hacia una situación de fuerzas equilibradas. Mientras se muta, mientras se piensa, mientras se avanza; mientras se reacomodan las especies (animales o culturales), y se diseñan artificios de ataque y de defensa para dar el siguiente paso o... zarpazo. Un río de relaciones simétricas y asimétricas, de muerte y supervivencia. El hombre cada vez mejor exponente de sus cultísimas civilizaciones salvajes.
Venezuela no es un país cascarón que, por no poseer un valor geoestratégico o de riqueza natural, se pueda dar el lujo de no defenderse porque a nadie le interesa. El lujo de prescindir de sus fuerzas armadas, de tecnología, de escudos protectores, de alianzas, de satélites. Nada que ver. Por el contrario, es una mina, tal vez uno de los pedazos de tierra más caro del planeta. En su seno se gestan emporios de materia fósil, todavía en proceso de cuantificación, aparte otros rubros que también pierden el sueño de aquellos que milenariamente se quedaron con sus bolsas vacías, "desarrollándose". Sobre su humanidad se posa la mirada siniestra del depredador, manejador de discursos y recomendador de especimenes roles. Su defensa soberana es responsabilidad, obligación, moral y ética de sus dirigentes, so pena de que "dios y la patria" se lo demanden algún día.
A ojo depredador, nuestro país reúne condiciones para instituirse en una feria, en un plácido lugar de recuerdo de las dotes naturales de la tierra, donde el oro negro mana y se toma libremente, donde la rapiña se ejerce engañando a unos tontos, donde la vida es un juego y la extensión territorial un patio solaz de altaneros ánimos conquistadores. Carne de cañón, como se dice. Ejemplar para la depredación y la barbarie, figura llamada a ocupar y a ejercer su rol "recomendado" en la cadena de la cultura alimentaria de la humanidad.
Nada más lejos de los hechos, sea ya por el ángulo de la genética animal o cultural (o como se le quiera denominar). Ni sus originales caribes se "dejaban", así como tampoco los subsiguientes criollos o vástagos de la mezcla, generadores de una cultura de la libertad y la independencia a través del dispositivo de los dispositivos: la guerra. Así de salvaje, sin cortapisas. Su nacimiento fue de sangre y fuego derramados. Y su mundo de las ideas, de la cultura, de la civilización rampante, no es un natural accidente, como no lo es la palabra resistencia, Guaicaipuro, Tiuna, español, criollo, Miranda, Bolívar, Sucre, guerra patria, independencia, soberanía, autonomía, integridad e integración. Contra la apetencia imperial o depredante de factorías externas conspira su naturaleza total, de carne y espíritu. Así es Venezuela.
De manera que nuestro país no es ni presa ni carne, mucho menos solaz de nadie. Es un país para amar, para admirar, con los ojos del respeto soberano, con la honra respecto de su historia; mas no para depredar, impunemente, como pretender proponer las históricas águilas de siempre. Pero, como es lógica animal, semejante postulado, así, a secas, sin elementos de convicción o persuasión, no se puede proponer a la buena fe de la inveterada depredación del mundo. Que no deprede a otros no significa que invite a la depredación propia. Como si se dijera que, aun país dormido por la pócima de imperios contiguos, nuestro país ha ser y ejercer un concepto de defensa, porque la base de su capacidad de ataque o de agresión jamás ha sido violador de otras individualidades nacionales y, desde el mismo principio de su saga emancipadora, se ha circunscrito a hacer de la patria una soberanía y a soñar con mancomunidades históricas. Naturaleza ocupante de un territorio vital, nada expansiva, pero sí vertical, republicana, intensiva, si me acepta el término.
Quienes pretendan considerar a Venezuela como un paraíso no precisamente para los venezolanos tienen que necesariamente chocar contra las naturalezas culturales o animales mencionadas arriba... Esa de que somos o un guerrero en carne y hueso o una proposición ideológica de libertad. A menos que la patria sea ejercida por extranjeros... La apetencia asaltante de lo nuestro tiene que chocar contra nuestra capacidad de defensa, sino de agresión... A menos que la patria sea ejercida por extranjeros al servicio de sí mismos, esto es, una especie depredando a un país de dormido, plácidamente dejándose comer por su "dueños". ¡Vaya complejidad!
Brasil ha poco acaba de declarar su necesidad de custodiar los cada vez mayores recursos hidrocarburos encontrados en sus costas. Ha propuesto la construcción de submarinos nucleares para los efectos, sobre el plano dicho de que este mundo es una pradera donde unos pretenden comerse a otros. Inclusive, para ilustrar esto de la cadena alimentaria, en tiempo pasado soñó alguna vez con tomar parte de Venezuela, hasta el punto norte del Orinoco, lugar de concentración de las mayores riquezas naturales. Tal es el sino de la supervivencia y el expansionismo vital que, encarnando emblemáticamente en la histórica aventura nazi o en el mismo capítulo sionista de los presentes tiempos, palpita en el interior de los animales humanos, apenas diferenciadoss de los otros, esos a secas.
En fin, se puede inferir que la cuentuchesca versión esta del "espacio vital" como máxima de supervivencia es un hecho desprovisto de culpa, completamente excusable sobre el plano de unas naturalezas que se comen a otras para prevalecer y otras que son comidas para sostener así lo mejor de la especie animal y controlar el número. ¡Vaya, vaya, vaya! Todos inocentes, nadie culpable. Como si se dijera, por ejemplo, que los EEUU (la potencia de turno) tienen el perfecto derecho de tomar los bienes y enseres venezolanos (o cualquier otra nacionalidad) para sostener el ritmo de consumo de sus habitantes. Su sueño americano. Sus correrías en la pradera. Que no habrán de propinarse una crisis económica o energética a sí mismos si con derechos depredantes pueden tomar del pasto lo requerido. Que no dejarán morir a los suyos si pudiéndose alimentar de otra sangre logran mantener circulante la propia.
Podrán tener semejante derecho, pero visto como un sofisma del discurso discutido, artificio que infaliblemente coloca siempre un palmo de ventaja a la tortuga sobre Aquiles. Podrá razonarse su "vital necesidad", hay que decirlo, hasta su expansión, si otros quieren; pero no con Venezuela, país en nada bovino o porcino (o carne de cualquier otra especie) en su naturaleza, como quedó dicho, sino más bien provisto de una altura moral, libertaria y emancipadora incuestionada. Ni nace el crisol de culturas ni la "raza cósmica" de su seno para arrastrarse sobre el fango o huir aterrorizada ante el tigre; ni tampoco es tigre que arrastre por el fango a otros porque tenga que expandirse.
Nada de eso. Las ideas formadoras de la cultura nacional (y continental), mejor expresadas como bolivarianismo republicano, tienen un carácter ante todo de intensidad, de inamovible presencia sobre el área, custodias de naturalezas y legados de soberanía y hermandad. A otro cuento con la teoría del "espacio vital expansivo", hábito de imperios; háblese de espacio vital intensivo, hábito de países libres, de modo que se ejerza la soberanía como una defensa de la integridad nacional y no como una agresión imperialista. Aunque... toda defensa en algún momento pudiera ir a las fuentes del ataque para anularlo y asegurar su supervivencia, y aquí mismo caeríamos en otra situación de ambigüedad discursiva, llamándose ataque a la defensa y viceversa.
Ármese, pues, el país para su defensa y constitúyanse las alianzas para la necesaria supervivencia. Sea la flota rusa bienvenida, a contrapeso de custodias imperialistas navegantes en el Caribe. No queda otra. No existe la posibilidad de cambio ante la visión depredadora (por lo de la vitalidad conceptual implicada) y, como se dijo, Venezuela no es carne de parrilla para nadie. Los EEUU han obligado a la polarización de nuestro país con su intransigencia, soberbia, injerencia, amenaza militar, golpes de Estado, expoliación y desprecio. (¿Qué es aquello del "patio trasero?"). Y nuestro país está obligado, como cualquier animal, como cualquier ser de ideas, constitucional o legal, a su defensa. Con derechos a la libertad y la vida, muy a lo América Latina, y no en el lenguaje acostumbrado de imperiales humanismos.
No hay vuelta atrás. En la nueva relación del poder en el mundo, nuestro país está llamado a no quedar por fuera. Con su dote histórica y natural; con su geoestrategia; con su liderazgo continental. Con su búsqueda de equilibrio multipolarizante, dando peso en la balanza mundial a las naciones de América Latina. No son adornos del discurso ni Bolívar ni Miranda, si hablamos de ideas; no es poca cosa la riqueza natural, alimento del mundo, si hablamos de moneda y pan. Sea, pues, Venezuela la Cuba rampante de la época de las luchas revolucionarias, para venirmos más acá de las luchas por la Independencia. La Cuba aquella retadora de la Crisis de los Misiles, en la pata misma del coloso del norte. Hágase valer la geotraestrategia de hacer respetar en propia zona de influencia a aquellos acostumbrados al abuso y a la injerencia. Pónganse gigantes en fuga, como en tantas historias del pasado. Siémbrese el suelo de alianzas, de activos elementos de geoestrategia, de nuevas relaciones y modelos en detrimento de los viejos, y se verá cómo el encebado depredador muta... o se encarama.
Séase Venezuela, más cuanto hoy día empieza a pesar en la balanza de la toma de decisiones mundial y a enfrentarse con su propio destino de libertad y soberanía.
Notas:
¹ Vea Oscar J. Camero "Venezuela, el tema nuclear y las alianzas contra el abuso imperial" [en línea]. En Animal político . - 17 oct 2007. - [7 pantallas]. - http://zoopolitico.blogspot.com/2007/10/venezuela-el-tema-nuclear-y-las.html. - [Consulta: 11 sep 2008]. Consúltese en la misma página, mediante los ítems "Venezuela" y "Rusia", los artículos que desarrollan el tema de las alianzas y la defensa nacional.
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