Las
elecciones celebradas el pasado domingo 23 pusieron en evidencia que
el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) es la primera fuerza
política del país, al alcanzar poco mas de 5 millones cuatrocientos
mil votos que, con respecto a los resultados del referéndum de diciembre
del año pasado, significaron un incremento cercano al millón cien
mil votos; por su parte, las agrupaciones políticas de la oposición
sumaron alrededor de 4 millones 100.000 votos. Si a los sufragios del
PSUV se le agregan los de las demás fuerzas de izquierda, la cifra
se elevaría a casi 5 millones 700 mil votos, mientras que si a los
de la oposición se añaden los captados por la llamada “disidencia”,
el total de sus votos se elevaría en 300.000, para hacer un gran total
de 4 millones 400 mil. Con relación al referéndum mencionado y dejando
de lado los correspondientes a los partidos que traicionaron al Gobierno,
la oposición sufrió una merma de 300 mil votos.
Esta
victoria del PSUV que han tratado de ocultar los medios de comunicación
privados se tradujo, como ya es de dominio público, en que 17 gobernaciones
y 263 alcaldías fueran alcanzadas por los candidatos afectos al proyecto
gubernamental, incluyendo la recuperación de cuatro de las cinco entidades
estatales cuyos gobernadores, en su momento, fueron electos con el apoyo
de los grupos políticos vinculados con el Gobierno Nacional y la de
las entidades municipales de 15 de las capitales estadales. Por su parte,
la oposición retuvo las dos gobernaciones que regentan desde el año
2004, mientras que como producto del reciente acto electoral, agregaron
tres y la Alcaldía Metropolitana. Simultáneamente, vio disminuido
el número de alcaldías que controlaban hasta el presente, alcanzando
a triunfar apenas en 50 de ellas, 7 de las cuales corresponden a las
de capitales de estado.
Si
bien desde el punto de vista cuantitativo resulta incuestionable el
triunfo del PSUV, de ninguna manera puede minimizarse el éxito alcanzado
por las agrupaciones oposicionistas, por cuanto las mismas se hacen
efectivas en localidades cuya influencia política, económica y social
es especialmente significativa para el país. En ese contexto, cobra
relevancia realizar una rigurosa autocrítica para identificar las causas
y los correctivos que deberán introducirse con miras a recuperar en
el futuro esos espacios políticos que, por ahora, cede el PSUV. Esa
autocrítica, fundamentalmente, contribuirá a reforzar la calidad revolucionaria
de la organización.
El
desarrollo de cualquier comicio que se lleve a cabo en el país, como
consecuencia de la polarización que prima en nuestra sociedad, inmediatamente
se traduce en un acto plebiscitario sobre la actuación del ejecutivo
central. En el caso de las elecciones del 23 de noviembre, ese acto
refrendario se extrapoló, en simultáneo, hacia la gestión de los
ejecutivos estadales y municipales y, precisamente, es allí donde comenzamos
a encontrar explicaciones al comportamiento de los electores que cuatro
años antes favorecieron la opción presentada por el chavismo frente
a las de oposición.
Debemos
reconocer con total franqueza que en las localidades donde logra triunfar
la oposición, las gestiones desarrolladas por los gobernadores y alcaldes
militantes o ex militantes del PSUV, no pueden menos que calificarse
como deficientes. Por diversas razones, algunas vinculadas directamente
con las peculiaridades de cada región, las acciones desplegadas por
los respectivos gobiernos locales no colmaron las expectativas que generaron
en el momento de su elección, abonando el camino para el surgimiento
del “voto castigo”. Huelgan los comentarios que podrían añadirse,
lo cual no exime agregar los relativos a presuntos actos de corrupción
en que eventualmente podrían haber incurrido funcionarios de esos gobiernos
que, con o sin razón justificadora, esgrimieron permanentemente los
medios de comunicación que actúan -en la práctica- como operadores
o, mejor, como sustitutos de los partidos políticos de oposición y
que se constituyeron en puntos de apoyo de la propaganda desplegada.
A
la par de esta falencia de calidad política exhibida por algunos ex
gobernantes (estadales y municipales) surge otra que atraviesa transversalmente
a toda la estrategia electoral del PSUV, la cual radica en la deficiente
política comunicacional tanto del gobierno como del partido. En este
caso no nos referimos exclusivamente a los aspectos atinentes a la difusión
de las obras de gobierno, sino que incluimos los mensajes relacionados
con el proselitismo electoral y, sobre todo, a los de contenido político-conceptual.
Es
evidente que buena parte de la dirigencia del partido no ha podido expresar
adecuadamente los cometidos del proceso político en curso en el país,
con lo cual sus intervenciones públicas –involuntariamente- se prestaron
a tergiversaciones que fueron explotadas con mucha habilidad por los
medios de comunicación de los adversarios. Similares consecuencias
generó el uso impropio del lenguaje, con el agravante que, en múltiples
casos, concedió beligerancia a candidaturas opositoras que, en principio,
contaban con apoyos muy precarios. Al instrumentarse en forma deficiente
la política comunicacional, antes que atraer, ahuyentó potenciales
votantes, especialmente, de la clase media que, por lo demás, es la
más vulnerable a los mensajes transmitidos permanente y sistemáticamente
por los medios opositores y que de nuevo puso de manifiesto su escepticismo
o rechazo frente al proyecto liderado por el Presidente Chávez.
Esta
última afirmación nos conduce a considerar la concepción que subyace
detrás del PSUV. La evolución histórica del país desde comienzos
del siglo pasado allanó el camino para el florecimiento de una vigorosa
clase media que, quiérase o no, se ha constituido en paradigma
para los estratos medios-bajos y bajos de la sociedad. No obstante su
carácter policlasista, el partido no ha estructurado, todavía, una
política orientada a penetrar en esas capas sociales. Las conclusiones
de un análisis exhaustivo de los resultados electorales en las localidades
donde se registran las derrotas del PSUV, resultarían ser más que
elocuentes en ese sentido. Este mensaje que ya emergiera el 2D y que
fuese ignorado o desatendido por la dirigencia, vuelve a cobrar vigencia
ahora, cuando se constituye, entonces, en una tarea prioritaria e impostergable
para el PSUV. Por supuesto que esa labor de captación vine aparejada
con los trabajos iniciados con miras a profundizar la concientización.
En esta etapa del proceso, la formación de cuadros desempeña un rol
fundamental para sentar los cimientos del potencial crecimiento del
partido y debe abarcar no solo aspectos filosóficos-políticos, sino
que debe ampliarse hacia la integridad del ser humano, especialmente,
para reforzar los valores éticos y morales como esencia fundamental
de la preparación de los actuales y futuros dirigentes del país.
Complementariamente
es conveniente que el PSUV se aboque a revisar la política con los
partidos aliados y con personalidades individuales o agrupados simpatizantes
del proyecto Bolivariano. Si bien su caudal electoral no resulta atractivo,
en aras de fortalecer la democratización del proceso en curso, deberían
establecerse lineamientos políticos que teniendo en cuenta las especificidades
tanto de las organizaciones como de las individualidades y sus agrupaciones
que lo apoyan, conduzcan a la captación de voluntades y a la convergencia
hacia el proyecto común que se persigue estructurar. La unidad debe
construirse con base en la articulación de objetivos comunes, amalgamando
intereses que, en definitiva, no son contradictorios entre sí, pero
que exigen comprensión por las partes involucradas y dejar de lado
aquellas actitudes que solo procuran exacerbar ánimos y potenciar resistencias
innecesariamente.
Con
seguridad, del ejercicio autocrítico surgirán muchos temas adicionales.
Sin embargo, dentro de esa tarea -que debería ser permanente- emergerá
una materia que está comenzando a despuntar en aquellas zonas que ahora
se encuentran bajo el cobijo oposicionista: la irreversibilidad de los
cambios políticos y sociales que se han introducido en el país durante
esta primera década. La consolidación de las bases del poder popular
es, y será, en el futuro inmediato, la mayor prioridad tanto del Gobierno
Nacional como del partido.
Sería tonto desconocer que todos los elementos que confluyen en la
estructuración del poder popular constituyen canales de movilización
y participación social que conceptual y radicalmente están reñidos
con los postulados que sustentan ideológicamente a las agrupaciones
políticas de la oposición. Por tanto, la autocrítica pasiva deberá
combinarse con la permanente movilización gobierno-partido y cívica-militar
para asegurar, en lo posible, las conquistas alcanzadas. Definitivamente,
este es el gran desafío que emergió el pasado 23 de noviembre.
En la coyuntura actual, no podemos bajar los brazos para celebrar una victoria que en efecto arroja luces, pero muchas sombras también. Estas últimas se manifestaron a través de repiques de campanas análogos a los que escuchamos hace menos de un año. Interpretar los mensajes del 23N, acometer las tareas pendientes y enfrentar sólidamente el gran desafío que la historia nos ha impuesto son obligatorios y obligantes para todos los que propugnamos para Venezuela un desarrollo armónico, equilibrado, equitativo y verdaderamente humano. Desmayando ahora, estaríamos hasta corriendo el riesgo de colocar fecha de caducidad al liderazgo que nos orienta.