Desde ya hace cierto tiempo empecé a reconocerme en este país. Por mucho tiempo tuve como patria la distancia entre una nación tomada por unos pocos, desmembrada por esos pocos, saqueada por esos muy pocos, mientras que éste que escribe era sólo un habitante más que no quería pagar impuestos, ni obedecía las leyes de tránsito, ni saludaba a un militar, ni daba los buenos días a los gobernantes y para más colmo apedreaba a la policía en las manifestaciones (reciñendo los respectivos rolazos por tal acción).
Ha cambiado mucho este país. Todavía falta, aún queda mucho camino por recorrer. Pero se ha avanzado. A pesar de la irreverencia que me pueda acompañar, ya me percibo como un ciudadano que forma parte de una patria.
Palpo en la realidad de cada día que tantos seres excluidos por cientos de años ahora también son ciudadanos activos de este país. No son sólo un voto, ni solamente el destino de una consigna electoral: son gente que participa, dice, propone y hace.
Son ellos los ciudadanos nuevos que todavía para unos pocos son hordas. Los de Barrio Adentro. Los de las Misiones Ribas, Sucre o Vuelvan Caras. Los que se reúnen en cooperativas o pequeñas empresas. Los que sobreviven con sus esfuerzos gracias a un país que ahora los respeta.
Ya se acercan al momento de sentirse seguros de no ser juzgados porque sueñen, porque abracen un pedazo de esperanza. Todavía no llegan allí, es cierto, pero vamos por el camino de manera decidida.
Todavía, es cierto, existen señores de abultadas cuentas corrientes que los obligan a trabajar doce horas por un salario mínimo. Aún quedan, es cierto, funcionarios que se hacen la vista gorda ante semejante explotación.
Pero es que se avanza poco a poco. Uno sabe de los médicos cubanos visitando pacientes en sus propias casas, atendiendo a cientos de personas. Y uno entiende que el país está cambiando.
Uno sabe de gente que no pudo culminar sus estudios en un liceo, y ahora lo puede hacer. ¿Y de aquel que cría perdidas sus posibilidades de ingresar a la universidad? En estos tiempos podrá hacerlo.
¿Y qué dice el carpintero que se consideraba destinado a trabajar para un patrón mal encarado y que no le pagaba ni el mínimo? Puede ser el dueño de una pequeña carpintería donde usted, amigo lector, mande a hacer una biblioteca para colocar los libros de la "Biblioteca Básica Temática" que pronto estará en la calle.
Uno, de repente, empieza a enterarse que forma parte de un país.
salima36@cantv.net
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