En la discusión acerca de la propuesta de enmienda constitucional a fin de incluir la posibilidad de reelección presidencial sin limitación de períodos, se ha usado un término que no aparece en el diccionario de la Real Academia Española de la lengua: “Alternabilidad”. No obstante está en boca y pluma de abogados, legisladores, académicos y opinantes de los diferentes medios. Sí se encuentran en el diccionario mencionado los términos “alternación” y “alternancia”, referidos a cosas o acciones que se suceden en el tiempo, que se cambian unas por otras, que se alternan. Ya resulta revelador que quienes están despotricando de la propuesta lo hagan sin preocuparse de una mínima corrección de lenguaje, aun cuando hablan como si fuesen autoridades en materia jurídica. Realmente los guía el fanatismo anti-Chávez y no les importa cómo atacar, así sea con términos inexistentes o con argumentos falsos.
Por ejemplo, quieren hacer ver que lo que se va a llevar a referendo es la reelección de Chávez y no una modificación de un artículo de la Constitución, que permita que el presidente de la República -cualquiera que sea- pueda postularse repetidas veces al cargo, en cuyo caso, competirá con los restantes candidatos y los votantes tendremos la ALTERNATIVA de reelegir al mismo o elegir a otro, con lo cual se respeta el principio constitucional relativo al carácter alternativo del gobierno (Art. 6).
Para no caer en la trampa de esa oposición manipuladora, debe quedar claro que primero se va a llevar a referendo la enmienda constitucional y, una vez aprobada, la posibilidad de aplicarla se presentará al terminar el mandato del presidente Chávez dentro de cuatro años.
De no aprobarse, como quiere la oposición, se estaría obligando a los electores a elegir un presidente distinto, aun cuando quisiéramos elegir al mismo. Eso sí sería dictatorial, restringir las opciones a disposición del pueblo, obligarlo a cambiar a un presidente con cuya gestión esté satisfecho, porque un artículo de la Constitución lo impida. Eso más o menos fue lo que hizo Santander con Bolívar, valerse de leguleyerías para sacar del juego al hombre más entregado al bienestar de la patria, para que pudieran turnarse en el gobierno los que querían solamente traficar con el poder y saciar su ambición.
Pero, la propia Constitución nos ofrece el camino para modificarla, consultando a la voluntad popular, como pedía el Libertador. ¿Cuándo se había visto, durante la IV República, tanta participación político-electoral como en estos diez años? Evidentemente, no estamos en la democracia puntofijista.