¿Y cómo le vamos hacer?”, preguntó Alberto Federico a John Patrick Caulfield de la Embajada de EEUU. Este contestó, “No se preocupe, todo está bajo control”. “Ya identificamos aspectos del gobierno que la opinión pública percibe como negativos. Hay que darles duro por la ayuda a otros países la cual referiremos como regaladera de dinero. En eso puede empezar a trabajar Julio (Borges) en lo que regrese a Caracas”. “Yes sir”, afirmó Julio.
Caulfield continuó diciendo que había que envolver a los estudiantes. “Tienen buena imagen según nuestros estudios”, expresó. “Luís Ignacio (Planas), comunícate con Ricardo Sánchez y dile que cuente con financiamiento para las elecciones de sondeo en la Universidad”. “Sí señor”, dijo Luís. Seguidamente Caulfield agregó, “Si promocionamos los resultados como representativos de la opinión pública, eso tendrá su impacto en el resto del país”. “Por cierto Luís Ignacio, que no se te queden las pelucas”.
“¿Cuánto hay para eso?”, preguntó Alberto Federico.
“¿Para las pelucas?”, contestó Caulfield.
“¡No vale!”, dijo Ravell. “Para la campaña en contra de la enmienda”.
“¡Ah!”. “Alrededor de dos millones de dólares”, dijo Caulfield. “Habrá que esperar por Obama si necesitan mas. Por lo pronto se reparten eso de manera equitativa. Un poquito para Globovision, un poquito para los partidos políticos, otro poquito para nuestros articulistas y columnistas. No se olviden de los estudiantes ni de los curas de la CEV.”
“Por cierto, Alberto Federico”, dijo Caulfield, “si por casualidad se descubre que tuvimos esta reunión, dices que fue para conocer detalles de las elecciones puertorriqueñas”. “Yes, sir”, dijo el aludido.
De regreso a Venezuela, a Alberto Federico no le molestó que lo llamaran palangrista. Es vox populi que lo es. Lo que le sacó la piedra fue que lo descubrieron organizando lo que él considera una pendejadita comparada con las intrigas de alto calibre en las que participó siete años atrás.
En marzo del 2002, aproximadamente cinco semanas antes del 11 de abril, Alberto Federico se reunió en Washington con otra bandada de “magníficos”. La sospechosa reunión fue noticia en la prensa nacional: Editores en Washington. Sin embargo, su importancia pasó desapercibida.
Ahora lo agarran por comerse un asopao en La Concha. ¡Arrecha! ¡Claro que arrecha!
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