El Sí acaba de triunfar en Bolivia, la hija dilecta; viene de hacerlo en el Ecuador, que no apuñaleó al Padre, y fulgurará sin falta el 15 de febrero en la patria a la que le han cabido la oportunidad, el honor y la gloria de impulsar por dos veces la empresa liberadora en estos lares. El altiplano de las alpacas y las llamas ha ratificado de ese modo la implantación de “la nueva doctrina constitucional fundamentada en el poder constituyente originario de nuestros pueblos”, como ha declarado el presidente Chávez, líder iniciador del nuevo despertar.

Las oligarquías del continente desconocen la historicidad esencial de los procesos en marcha y les niegan la sal y el agua. Los capitostes de la “Media Luna”, con extraños apellidos y malolientes resonancias racistas, pretenden “negociar” la carta magna recién triunfadora o, en caso contrario, redoblar las acciones encaminadas a la secesión o la “ingobernabilidad”. ¡Negociar la Constitución aprobada por sólida mayoría y cuyo centro es la justicia para dos tercios de la población excluida y aplastada durante quinientos años! Qué medida de arrogancia, cuánto desprecio al pueblo. Pero también cuánta incapacidad para calar la magnitud de lo que está ocurriendo, la decisión en la cual una colectividad reencontrada consigo misma pone la vida y está firme tras Evo el indígena, un dirigente que sólo obedece los mandatos de ella.

Esas oligarquías, como todas en todas partes, arrogantes frente a los débiles y reptantes ante los poderosos, no han percibido que ya los débiles descubrieron la fuerza de la unidad, la organización y la conciencia, y que ante los poderosos se está abriendo un abismo por el que más temprano que tarde se precipitarán, al impulso de sus contradicciones internas y de las luchas populares. La tremenda crisis coyuntural que está padeciendo el capitalismo, articulada con su crisis estructural permanente, contribuye a acercar ese momento. No podrán los oligarcas bolivianos (¿bolivianos?) reimponer su férula, el gobierno de minoría social y étnica que habían ejercido a lo largo de dos centurias continuando la práctica y el espíritu de la dominación ibérica.

Es todo un continente el que ha comenzado a ponerse de pie, y como en los decenios inaugurales del siglo XIX le demostrará al mundo su estatura de gigante. Veámoslo: Unasur y su prefiguración de una organización nuestramericana sin tutelas imperiales; los gobiernos patriotas, el último en llegar el del Paraguay y prevenido el de El Salvador, con niveles diversos de penetración en la dimensión social, pero igual voluntad de tomar las riendas de su historia y construir la unidad que el Libertador y los demás próceres plantearon como fórmula para transformar la debilidad en fuerza respetable; el socialismo del siglo XXI, renaciendo con la resurrección de la historia, volando hacia la mente de las multitudes y encontrando terreno propicio para, sobre la base de la democracia sin restricción de clase, edificar la justicia y el reino de la felicidad posible; el aclamado reencuentro con Cuba, satanizada y apartada por el “monstruo”, señera en su dignidad, ejemplar en su determinación a toda prueba de construir una sociedad sin explotación y solidaria; los avances, en desarrollo, en proyecto y en potencia, que eslabonan y van haciendo posible el confluir de las diferencias, como el Alba, los tratados comerciales de los pueblos y las instituciones y acuerdos financieros, comunicacionales, educacionales, culturales, políticos, militares, etc.; la creciente convicción de que ya el imperialismo no puede imponernos su voluntad; la seguridad de que los pueblos están progresivamente exclamando ¡basta!

Rafael Correa lo ha dicho: Se trata de un cambio de época. Incluso la presencia de un negro en la Casa Blanca es indicio de ello, independientemente de hasta dónde pueda andar y cuánto pueda corresponder a la expectativa creada. Es, el presidente Chávez suele repetirlo, el advenimiento de la gran hora de América según el vaticinio de Bolívar. Es el definitivo despertar del héroe y su nuevo marchar por los caminos, con la idea maestra y la espada victoriosa marcando el rumbo, y con los pueblos siguiéndolo para no volver atrás. SÍ. Es la hora de vencer.


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Freddy J. Melo


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