Andan por ahí no pocos fervorosos burgueses guardadores de las venerandas tradiciones de sus mayores y fidedignos creyentes de la fe que en la cuna recibieron, que no dejan de apoyar, así que la ocasión se les presente, a favor de la bárbara y anticristiana de la guerra que tiene el imperialismo y sus lacayos contra las naciones pobres y débiles, les parece muy santo y muy laudable, y muy noble, y hasta muy cristiano a todos esos felicísimos creyentes en la fe que en la cuna recibieran. Ocurre una guerra y a ninguno de estos señorones se les ocurre indagar las causas de ella y los motivos que la hayan impulsado.
Toda concurrencia es una lucha de adaptación al medio y, como toda lucha es un efecto de la adaptación más bien que su causa, punto fundamental y de la mayor importancia, porque de él se deduce que puede la adaptación acrecentarse disminuyendo la lucha. En toda concurrencia queda uno vencedor y otro vencido, gana el uno con lo que pierde el otro, y el pueblo no gana sino la diferencia que haya entre lo que uno gana sobre lo que el otro pierde, y si esta diferencia es negativa el pueblo pierde. Siempre que en discusiones se propongan cuestiones análogas, débese distinguir con cuidado el aspecto individual del social.
La concurrencia es una lucha y, como en toda lucha, no suele lograr siempre el vencedor la victoria sin verdadera pérdida, muchas veces queda el vencido muerto y el vencedor herido, y es claro que socialmente valen más dos hombres medianamente sanos que uno muerto y otro herido.
La concurrencia es inevitable –se dice- que no hay para todos, sobran productores o faltan consumidores. Disparate más entupido no se ha dicho nunca. Ni sobran productores ni faltan consumidores. Y no faltan consumidores porque hay millones de personas deseosas de consumir. Lo que hay es que el valor de cambio está destruyendo la verdadera utilidad; lo que sucede es que el dinero ha trastornado la cabeza de las gentes burguesas y no saben ver su verdadera función pasada y presente, ni les cabe a muchos en la cabeza una economía sin dinero, a pesar de que tal vez sepan que en el país más rico es donde menos dinero corre.
Confundir al socialismo con todos esos pseudosocialismos o “socialismo social” que inventan algunos intelectuales al servicio del imperialismo, y los grandes terratenientes, banqueros e industriales para proteger sus intereses es la confusión más lamentable. No, el socialismo no es la universalización del proteccionismo, ni la de la centralización, es la protección social, porque fuera de ella nos será imposible desarrollarnos como hoy se desarrollan los capitalistas a expensas de otros.
Los oposicionistas, están sobrecogidos de terror porque los socialistas queremos abolir la propiedad privada de los medios de producción. Pero en vuestra sociedad actual la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros. Precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes existe para vosotros. Nos reprochan, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad.
Suprímase la apropiación de la tierra y de los medios productivos, y surgirá la protección espontánea y viva, la que hace brotar las sociedades de producción social. Fuera de estas nadie podrá vivir.
Nuestra misión debe ser espolear el grandioso movimiento socialista de nuestro tiempo, debemos hacer hincapié en la transformación de la sociedad actual y encauzarla en la medida de nuestras fuerzas, pues sólo de ese modo lograremos formar una nación potente y dar la batalla victoriosamente a nuestros enemigos.
¡Uh! ¡Ha!, la enmienda sí va.