Un hombre en el poder no lo puede cubrir todo (eso, precisamente, mide su poder). Es tarea casi imposible, a menos que accedamos a una era completamente informatizada, globalizada de hecho, donde pueda atender las minucias de la realidad a través de paneles de control. Y ya sabemos que ello suena a cuento de ciencia ficción, a robots descerebrados abocados siempre al trabajo mecánico.
Debe contar necesariamente ese hombre en el poder con tentáculos que pulsen la vida y luego, a través de informes, le rindan cuentas. (¿Hay otra forma, según vida tan acostumbrada?). Y esos tentáculos son los hombres de confianza, los elegidos por el pueblo en su campaña, sus ministros, delegados o comisionados. La vida política, social y económica, dividida en sectores, presentada a su instancia principal para la toma de decisiones.
Al menos es el formato tradicional, ensalzado por la historia, por leyendas, por caídas y subidas de imperios a lo largo de los siglos, por tanto experimento monarquista y derechista de este mundo que se vende como salvador de la patria, con hartas promesas populares para luego olvidarlas cuando se conquista el poder.
Como consecuencia se tiene que la información sobre la realidad llega “matizada” al jefe, dado que sus tentáculos la filtran de acuerdo con sus propias limitaciones e intereses. Un ministro de tierras, enconado contra un latifundista y ansioso porque quizás su propio negocio terráqueo le funcione, presentará recomendaciones probablemente de confiscación contra el bellaco, enemigo número uno –pongamos por caso- de sus propias operaciones comerciarles. Y así con todos. El hombre es la medida de las cosas.
El jefe de Estado, rey, emperador, tirano quien sea que detente el poder se sumerge indefectiblemente en un ciclo de descomposición hasta que pierde el afecto de quienes lo sustentan en el poder, por obra y gracia de la decepción, hundiéndose en la caída. Es cuento viejo.
Entonces, hartos ya de ver cómo el perro siempre se persigue la cola, los mirones empiezan a interpretar y a dar sus juicios, concluyéndose casi siempre que un mandatario, antes de serlo, debería quedarse siempre como candidato, es decir, recorriendo siempre su país, en contacto con la realidad aunque sea buscando el voto, conectado directamente con la vida, de modo tal que nunca empiece a sufrir el proceso de disecación sensitivo propio del poder. Es cuento también largamente debatido, apuntante siempre hacia las fracturas del poder, de la imperfección del sistema de cosas humano.
¡Qué ideal sería que un ministro o amigo no le versione los hechos! Que su pueblo, en consecuencia, no le pierda el amor que lo enalteció hasta las alturas. Que él mismo no pierda su propiedad moral, esa, la iniciática que lo llevó a canalizar los millonarios fragmentos de esperanzas depositados en él desde la vertiente popular.
Pero ya sabemos que es una misión casi imposible. La generalidad de los jefes, si no tiene un plan previsto de acción, de aplicación impertérrita por encima inclusive de la incomprensión de las grandes masas populares (dictadura), resuelve sus problemas “reales” sobre la marcha de los acontecimientos, según complazca o no el afecto popular (populismo) o de sus amigos ricos (plutocracia), en consecuencia, procurando mantenerse en el poder. La generalidad, por lo general (valga el juego de palabras), trabaja según prioridades, muchas veces perdiendo la perspectiva dentro de los “problemas serios”, como muchas veces descuidando un pequeño problema que, al crecer de pronto, le resta el amor de sus seguidores. Y como la vista se especializa en ver “grandes problemáticas”, lo usual es que de ordinario la nueva “nimiedad” no sea vista, no entre en las consideraciones, no tenga de hecho lugar en los previstos planes, no tenga una boca defensora en la mesa de las discusiones.
Porque el rollo es –repetimos- que tanto el ojo del que manda como el del que es mandado se especializa en trabajar con lo esbozado, con lo familiar, en no ver molestos fantasmas que de suyo pretenden romper esquemas. Como si pudiéramos decir que a un Consejo de Ministro, por ejemplo, no pudiera entrar lo no contemplado, acordado, planeado, delineado... Lo sobrenatural, pues, para el caso. De modo tal que podría concluirse que es posible que ministros y jefes de Estado terminen por tomar como sobrenatural hechos de la realidad popular no racionalizados dentro de los lineamientos del esquema electoral con el que accedieron al gobierno. Hechos que nacen o se multiplican durante el ejercicio.
Omitiendo la más pesada carga de esta suerte de crítica, dado que su gobierno se ha preocupado por mantenerse en contacto con la problemática popular y dado que él mismo, el Presidente de la República, de ordinario se pasea por los recovecos del pueblo gobernado; ni el mismo Hugo Chávez ha podido escapar al uso y abuso del paradigma de poder del que hablamos, si nos ponemos en el plan de entresacar al menos un “problemilla”. Probablemente confiado en que era una variable multiplicada por la desinformación de los grandes medios de comunicación, se dejó tragar por el problema de la inseguridad entre los venezolanos, terrible plaga que, en virtud de tantas quejas, tanto de afectos como de desafectos, finalmente se permitió montar sobre la mesa de las discusiones, siendo irrelevante la consideración sobre su naturaleza u origen, si provocada o espontánea, y empezándose a mirar como una lacra que causaba serios estragos en la población.
Mucho fue el analista que empezó a razonar que lo que tenía entre ceja y ceja el presidente no era ni siquiera la búsqueda de votos, dado que este asunto, arteramente explotado por los medios opositores, le restó presuntamente un significativo porcentaje de apoyo electoral en la justa pasada de aprobación de la Enmienda Constitucional. Mucho fue el que especuló decepción, porque el Ejecutivo Nacional no miraba una materia que ya era problema de todos. Finalmente, como sabemos, la problemática de la inseguridad ya ha sido asimilada por el gobierno central como una plaga a combatir, aunque quede el sabor de presentir un defecto en el sistema, y en un sistema que precisamente se precia de comunal, de vaso comunicante con los extensos sectores organizados en comunas, mismas que como ríos, en virtud de una organización socialista-partidista, tendría que rendir sus aguas en la mar principal, con el todo el bagaje informativo que sus aguas suponen.
El caso del presidente Chávez es una nimiedad del tema, que sacamos a flote por el esfuerzo de ser minucioso y hablar a propósito de nuestra realidad nacional. El mundo y la Historia, como dijimos, están llenos de demasiados ejemplos, hasta el grado que es un lugar común mencionarlos. Finalícese el punto hablando sobre un nuevo personaje en el poder, Barack Obama, flamante presidente de los EEUU.
Su caso es emblemático. Asume dentro de una estructura definida específicamente para “ver” lo delineado por el sistema de su gobierno imperial. Esto es, sobre una realidad de funcionarios y personajes de visión predeterminada, puestos en sus sitios para ejercer un continuismo programático del sistema, independientemente del jefe de Estado que lo presida (republicano o demócrata), sacrificándose –como dijimos- nuevas y pequeñas eventualidades susceptibles de ser atendidas en la realidad. Ni más ni menos un gobierno consular, compuesto por delegados de Estados por regiones que dimanan hacia el eje central sus interpretaciones definitivas de la realidad. Y en función de semejantes informes, el mediatizado jefe de Estado toma decisiones, generalmente impregnadas del desconocimiento real de los hechos, en muchos casos personalizadas con el interés hormonal o político del funcionario a cargo de una región cualquiera.
Obama no es la excepción. Sus trastabillantes primeros pasos en relación a América latina son de un científico desconocimiento de los hechos, como ya se había hecho tradición en los últimos años de gestiones de la Casa Blanca. Incluso aún, de no ser por la importante visita que le hiciera Lula, estaríamos hasta tentados a decir que desconoce a ciencia cierta la atmósfera de cambios políticos que por estos lares se gesta, con países en revolución y una derecha política en franca caída; que nada sabe del tan viejo socialismo combatido otrora y que hoy se propone asumir la esperanza modélica de vida que el sistema del libre capital no pudo satisfacer.
La razón, aparte de la ignorancia propia: nuevamente lo que dejamos sentado al principio: los personajes del entorno, la gente que rodea al hombre del poder, los tentáculos que pulsan la tecla de la realidad, el sistema endurecido con la práctica perversa de la burocracia y los intereses personales. La visión preconducida, más cuanto si no se es cabeza revolucionaria alguna y si la asunción del poder no implica compromiso para interpretar clamores de grandes masas populares, sino de sectores interesados en la conservación de cuotas de poder.
Ni más menos el gobierno de los EEUU, incluso con un Obama de los “cambios” electo en el poder. Para muestra, dos botones. Uno sobre América Latina y otro sobre las políticas de los EEUU en el Medio Oriente, cuyos viejos cónsules o nuevos funcionarios para “regir” la región constituyen una entubada previsión de lo que será el tratamiento o prioridad políticos. Thomas Shannon, el Secretario Adjunto de Estado para Asuntos Hemisféricos de Estados Unidos asegura para América Latina más de los mismo, ceguera política respecto de la nueva realidad en el continente, vencidos enfoques propios de la Guerra Fría respecto de la rivalidad capitalismo-comunismo, hecho que castra de antemano el establecimiento de una relación sincera en el marco de las transformaciones sociales y económicas que tienen lugar en el “subhemisferio”, como lo llaman ellos. Su cargo estuvo calentado, paradigmáticamente, por las posaderas de otras pretorianas mentalidades políticas, como Roger Noriega y Otto Reich, depositarios arcanos de la ciencia de hacer política para América Latina, transida de colonialismo.
El otro punto trae a colación una materia ética respecto a la vocación y naturaleza de la llamada democracia, si estadounidense, peor. Nos referimos a quienes en campaña financian al candidato, sea corporación o individualidad económico-políticas, mismas que posteriormente fungen, prácticamente, de gobernantes al cobrar el favor concedido al candidato ganador. Como ha sido tradición en los EEUU, donde han mandado las cúpulas económicas, tiñendo con sus intereses las políticas nacionales que se suponen encarnan la voluntad del pueblo. El gobierno de George W. Bush fue el mejor exponente en este sentido, con un Vicepresidente sumergidos hasta el fondo con sus empresas petroleras y de reconstrucción de países arrasados por sus propias invasoras guerras, y con una comitiva de perros de la guerra empujando las políticas guerrerista de una gestión de gobierno que, como se vio, condujo a los EEUU a una situación de crisis económica y credibilidad política, en nada afectando, como es lógico, los bolsillos de los grandes magnates, gentica para la que se gobierna, después de todo. Incluso hoy, con Obama, se siguen emitiendo gigantescas ayudas financieras a quienes, a fin de cuentas, no la necesitan y, peor aun, comportan la responsabilidad de los desastres. Es el sistema “democrático” imperial...
En propiedad, desde el punto de vista de un financista empresarial que eventualmente haya comprado favores con Obama, no es el caso de Rahm Emanuel, pero si se sabe que capitalizó significativa ayuda económica en el 2.008 de parte del mundo económico financiero de Wall Street. Semejante perfil, sumado a su posición belicista respecto de Irak, no deja grandes opciones de cambio cuando es designado por Obama como jefe del gabinete. Posición que se consolida con la previa escogencia de Joe Biden como Vicepresidente, otro promotor de lo mismo bélico.
De modo, pues, que el entorno encajona, como decimos en Venezuela para designar la predeterminación de un acontecimiento. Es relativo el poder de un hombre de poder, según llevamos considerando el impacto de sus allegados funcionarios políticos. La visión e interpretación de la realidad política y económica puede toparse con los nubarrones oscurecedores del criterio de otras personas o corporaciones interesadas. Respecto de Venezuela, el cambio de paradigma ya es revolucionario, pues el país tiene un presidente que se ha esforzado por no caer en semejante disecamiento (Venezuela es una república, en nada aspirante a imperio); y respecto de los EEUU, el caso es ya tradición, forma de uso que seguramente habrá de acabarse con la caída del sistema.
Es inevitable que en toda administración imperial las partes tengan función pretoriana, como la misma cabeza. No de otro modo se puede sustentar el monstruo imperial, afincado en una situación de contubernio digamos universal. Ello imposibilita los ansiadamente esperados cambios. Para los ejemplos que llevamos dichos, el sistema político imperial estadounidense, según necesidad de subsistencia y satisfacción de intereses económicos, está barajado de antemano para América Latina y el Medio Oriente. Semejante cambio de enfoques pasa por la quiebra de intereses corporativos económicos y por la fractura de los moldes de poder político proyectado en las regiones.
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