En el llamado Primer Plan Socialista-Proyecto Nacional Simón Bolívar destaca entre las principales directrices estratégicas la “democracia protagónica revolucionaria”. Metodológicamente se enuncia para cada una de las siete directrices estratégicas un enfoque, objetivos, estrategias y políticas. Llama la atención que uno de los objetivos sea: “Alcanzar irrevocablemente la democracia protagónica revolucionaria, en la cual la mayoría soberana personifique el proceso sustantivo de toma de decisiones”. ¿Acaso este proceso se reduce al plano electoral? La alta dirección estratégica de la revolución se encuentra frente al impasse de su propio discurso.
Hay que debatir cómo el “momento del líder” luce des-balanceado frente al “momento del protagonismo popular”.
Una revolución democrática y socialista se fundamenta en el protagonismo “desde abajo”, con autonomía intelectual y moral, como diría Gramsci, para el creciente auto-gobierno. Algo muy distinto del imaginario jacobino-blanquista que genera inevitablemente una disyunción irreparable entre revolución democrática y construcción del socialismo. La “elite revolucionaria” termina siendo una “oligarquía política”, un nuevo cogollo.
La llegada de Stalin se anunciaba en los propios enfoques y métodos leninistas, en su errada premisa de que la “democracia revolucionaria” tenía nada o poco que ver con la profundización de las libertades de multitudes antes oprimidas, generando no una democracia post-liberal sino una democracia anti-liberal. Una cosa es superar el liberalismo político, otra cosa es destruir la posibilidad de profundizar la libertad social del pueblo, su auto-gobierno y protagonismo en la toma de decisiones. La democracia socialista es una crítica radical a las inconsecuencias del liberalismo democrático, a su compromiso de fondo no con una “sociedad libertaria de igualdad, justicia sustantiva y bien común”, sino con una sociedad capitalista de explotación, coerción, hegemonía ideológica, negación cultural y exclusión social. Pero una democracia socialista es una democracia protagónica libertaria, no una democracia plebiscitaria bajo el mando de un cesarismo progresivo.
Una revolución democrática procura un grado superior de libertad (democracia social, de género, de etnias, de diversos movimientos sociales contra la opresión), no su liquidación en nombre de la tecno-burocracia del partido-Estado.
El Estatismo Autoritario y la política personalista fueron el ABC del estalinismo. Rosa Luxemburgo advirtió el error de separar la “revolución democrática” de la “democracia revolucionaria”, lo que a la postre fue la sustitución de la “dominio de la mayoría” por el “dominio sobre la mayoría”; es decir la re-instalación de la oligarquía política, la “nueva clase” de Milovan Djilas. Que una mayoría soberana personifique el proceso de toma de decisiones no significa en ningún caso que una encarnación personalizada del poder del Estado, sustituya la soberanía de la mayoría.
El socialismo democrático participativo es un proceso popular constituyente radicalmente distinto a la figura del bonapartismo sui generis (Trotsky), analizando a Cárdenas en México: “En los países industrialmente atrasados, el capital extranjero juega un rol decisivo. De aquí la debilidad relativa de la burguesía "nacional" respecto del proletariado "nacional". Esto da origen a condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el doméstico, entre la débil burguesía nacional y el proletariado relativamente poderoso.
Esto confiere al gobierno un carácter bonapartista "sui generis", un carácter distintivo. Se eleva, por así decir, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar ya convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y arrojando al proletariado con las cadenas de una dictadura policial o bien maniobrando con el proletariado y hasta llegando a hacerle concesiones, obteniendo así la posibilidad de cierta independencia respecto de los capitalistas extranjeros”. Trotsky llega a definir los propios impasses del “Bonapartismo Progresivo” frente al “Capitalismo de Estado”: “Estas medidas (expropiaciones) permanecen enteramente dentro del dominio del capitalismo de Estado.
Sin embargo, en un país semi-colonial, el capitalismo de Estado se halla bajo la fuerte presión del capital extranjero privado y de sus gobiernos y no puede mantenerse sin el apoyo activo de los obreros. Por esto intenta, sin dejar que el poder real escape de sus manos, colocar sobre la organización obrera a una parte considerable de la responsabilidad por la marcha de la producción en las ramas nacionalizadas de la industria”. Para Gramsci la cualidad distintiva entre un cesarismo regresivo y el cesarismo progresivo era su posición ante la dialéctica “revolución-restauración”.
Es cierto que el cesarismo-bonapartismo progresivo puede ser favorable a demandas nacional-populares: Cárdenas, Perón y Nasser son ejemplos, pero eso no significa confundirlos con el socialismo democrático participativo. Es cierto que el nacionalismo popular revolucionario representa un mecanismo de afirmación patriótico frente a tendencias de subordinación imperial. Pero al pan pan, y al vino vino. Sin protagonismo, iniciativa, poder efectivo del protagonismo popular no hay socialismo. Chávez ha dicho: “Bueno, dialogando, pensando, esta nueva etapa de este proceso la vamos a comenzar a llamar, y esto refleja mucho lo que aquí está ocurriendo, "la democracia revolucionaria", pensamiento y acción democrático revolucionario.
De eso hablaremos a lo largo de estos días, de estos meses y de estos años. Hemos entrado en esa nueva etapa, la democracia revolucionaria, que no es lo mismo que decir, "revolución democrática", es otro concepto, es otra orientación, tomada en profundidad del pensamiento revolucionario de Simón Bolívar y de muchas otras corrientes universales, de todos los tiempos y de muchos lugares.” También ha dicho: “No es lo mismo hablar de revolución democrática que de democracia revolucionaria. El primer concepto tiene un freno conservador; el segundo es liberador”. Aquí mostramos nuestra diferencia sustantiva de criterios.
No hay socialismo participativo, proceso popular constituyente, sin revolución democrático. De algo sirve la historia de las revoluciones. Por eso planteamos 4R: revisión, rectificación, reimpulso, pero sobre todo renovación del ideario socialista, para no quedar entrampados en cualquier figura del Colectivismo Burocrático. ¡Al pueblo lo que es del pueblo!
jbiardeau@gmail.com