La devastadora acción terrorista en Madrid no tiene ninguna justificación. Las victimas fueron civiles, en su mayoría trabajadores que se dirigían a sus ocupaciones, ajenos al conflicto. Nos unimos al dolor del pueblo español con el que nos unen antiguos y estrechos vínculos. Al expresar esta solidaridad venezolana, estamos obligados a una reflexión.
No justificamos para nada un hecho criminal. Sin embargo debemos preguntarnos ¿por qué? El terrorismo como arma de la desesperación o la anarquía ha tenido los más variados signos desde épocas muy remotas. Terrorismo es la acción del fanático que hace estallar una bomba en un autobús, pero también el bombardeo atómico de una ciudad japonesa o desgajar miles de explosivos incendiarios sobre las aldeas vietnamitas. No pueden justificarse la muerte de inocentes en Madrid. Tampoco las que ocurren a diario en Palestina o en Bagdad.
Hoy el terrorismo adquirió una cruda presencia mundial. Las pretensiones hegemónicas de Estados Unidos, la ocupación y humillación de antiguos pueblos, el despojo de su independencia nacional y la destrucción de sus tradiciones, llevadas a cabo con brutal violación de derechos seculares y principios universales, han desencadenado las terribles fuerzas del odio, el miedo y la venganza. El terrorismo debe ser condenado, pero también la política de dominación mundial, de imposición militar y económica, de empobrecimiento e injusticias contra los pueblos.
La reflexión es válida para Venezuela, especialmente para aquellos que tienen como política “salir de Chávez no importa como” y la llevan a la práctica financiando a los “cuervos”, infiltrando mercenarios y paramilitares por la frontera colombiana, armando atentados terroristas y promoviendo las “guarimbas” de las pandillas golpistas. Miren a Madrid, a Irak, a Afganistán. Miren lo que ocurre cuando se desencadenan los demonios del fanatismo, la venganza y el odio.