–¿Mamá tú sabes para qué sirven las banderas?
preguntó su niño, próximo a cumplir cuatro años.
– No sé mi amor, creo que las banderas no sirven para nada en particular.
–¡Sí sirven mamá! Las banderas sirven para que el viento las sople.
Sin duda, el viento es a las banderas lo mismo que a las aves, porque una bandera en reposo es, a lo sumo, un respetable adorno de salón. Ellas son para que el viento las sople mientras nos recuerdan la historia de su origen, de su significado, de las vidas y los sacrificios que les costó llegar a los mástiles que las sostienen. A la bandera se le respeta y se le ama por lo que representa: esa porción de historia, paisaje y cultura, llamada “patria”, que está por encima de cualquier diferencia ideológica, política o social.
Marzo es mes mirandino: El 12 recordamos el día en que el tricolor nacional conoció el viento en el mástil del Leander; el 24, el juramento que a bordo de la misma nave selló el compromiso de 200 hombres por la libertad de una patria desconocida; y el 28 celebramos otro cumpleaños de Miranda. En el 2007 una razón de peso continental convenció al Presidente de cambiar el Día de la Bandera del 12 de marzo al 3 de agosto: Ese día de 1806, después de seis meses de travesía marina, por primera vez el viento sopló el tricolor en tierra firme. Pero lo más significativo es que primero hubo de ser arreada la bandera imperial que durante 300 años ondeó ininterrumpidamente.
Al desembarcar en la Vela de Coro, con 56 años de edad, Miranda inició el despojo al imperio español de su propio territorio de ultramar, constituyendo esta hazaña la primera invasión a España por parte de un americano. Al día siguiente, ya en la ciudad de Coro, la bandera de la libertad volvería a sustituir a la española. Paradójicamente, Coro había sido la primera capital de la Provincia de Venezuela y el punto más al Norte desde donde se irradió la conquista al resto del continente. Con este episodio simbólico, inadvertido para el mundo y presenciado por muy pocos, comenzó a derrumbarse el poder colonial de Suramérica, exactamente en el mismo lugar donde nació Venezuela. El desafío mirandino de 1806, incluyendo los diez días que permaneció en tierra firme, fueron nuestro David contra Goliat.
Pese a sus méritos, Miranda conserva el record de ser nuestro prócer más valorado en el extranjero que en su tierra natal. Mientras aquí todavía muchos tildan de fracaso su hazaña de 1806, su nombre no sólo realza el Arco del Triunfo, sino que estatuas suyas engalanan el campo de Valmy y la plaza de la Puerta Champerret de París, por haber sido general victorioso de la revolución francesa. Otra estatua suya se encuentra en Filadelfia porque Miranda es libertador para los franceses y también para los estadounidenses (al menos para aquellos que conocen su propia historia) por su participación decisiva en la Guerra por la independencia norteamericana.
Cinco años después, la participación decisiva de Miranda, en calidad de diputado, precipita la Declaración de Independencia absoluta del 5 de julio de 1811. A las pocas semanas, ya como Generalísimo, le toca comandar el ejército patriota en la defensa de la Primera República. Finalmente, llevado por las circunstancias a la necesidad de capitular ante el enemigo, es capturado por España y pasará sus últimos años en prisión.
Su incansable labor apenas le hizo merecedor del modesto título de “Precursor”. Además de haber perseguido durante más de 30 años la idea de la libertad americana, haber desafiado a cañonazos a un imperio con sólo tres barcos, haber convencido a un Congreso ultraconservador y sumiso ante el Rey de España que había llegado la hora de la libertad total y haber comandado el ejército patriota a los 61 años, ¿qué más le faltó hacer a Miranda para que pudiera ser llamado Libertador? ¿Acaso todavía le estamos cobrando a Miranda la capitulación de 1812?
Coherente con su record de profeta en tierras lejanas, hoy tenemos una nueva razón para celebrar a Miranda. Será el primer prócer venezolano que próximamente tendrá una plaza con su nombre y una estatua en la cuna de la filosofía, de la república y del teatro universal. La iniciativa surgió en la ciudad de Patras, la tercera más importante de Grecia. Con el apoyo de la Embajada de Venezuela en Grecia, tan importante acontecimiento se concretará el próximo mes de mayo, justamente cuando se conmemoren 226 años del paso de Miranda por esa ciudad, cuando contaba 36 años. Es motivo de orgullo nacional que Grecia reconozca al primer latinoamericano que visitó esta nación.
Antes y después de su visita, la filosofía, el idioma y la historia griegas, consolidaron la formación política, humanista y militar de nuestro primer libertador. El diario de su paso por diversas comarcas griegas es, como gran parte de la Colombeia, de un valor etnográfico excepcional por los relatos minuciosos de costumbres y carácter de sus habitantes, arte, geografía y abundantes datos económicos y políticos. En su breve estadía en Atenas compró una casa en la que apenas vivió algunos días y, aunque nunca pudo regresar a Grecia, la recordará siempre como una segunda patria. Grecia estará presente hasta en la redacción de su testamento de 1805: “A la Universidad de Caracas se enviarán en mi nombre los «Libros Clásicos Griegos» de mi Biblioteca, en señal de agradecimiento...”.
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[1] Coordinador General del Proyecto Leander.