Retos y esperanzas

Entramos en el tercer ciclo revolucionario, según el trazado estratégico del líder del proceso, con la exigencia de profundizar las tareas de transición del capitalismo dependiente al socialismo del siglo XXI. Como sabemos, son enormes los éxitos en todos los órdenes que pueden exhibirse, pero infinitamente mayores los retos, esperanzas, sueños y segmentos de utopía por realizar. La marcha en esa dirección es la razón de ser de la lucha y, además, de esa marcha depende la consolidación de lo hasta ahora construido. Nada está firme, porque si la revolución se detiene se muere.

      La posibilidad de que el Presidente sea candidato en 2012 ha reconvulsionado la locura de la oposición. Ha comenzado a exacerbar hasta el paroxismo la mentira, su condición de existir, aguijando el desbocamiento de la balumba mediática en busca de seguir confundiendo y con ello neutralizando y ganando a los sectores menos conscientes del pueblo, como en visible medida ha logrado en los últimos enfrentamientos electorales, aunque ello puede y debe ser revertido mediante el reajuste político necesario; e intentará con desesperación blandir las armas desestabilizadoras que restan en su panoplia, por lo que ninguna acción aventurera es descartable. Para los revolucionarios de adentro y afuera del Gobierno, y para la determinante mayoría popular que ha asumido la revolución porque en ella le van su vida y su futuro, es obligante mantenerse ojo avizor, apretarse alrededor de la consigna de unidad, organización y conciencia, planteada desde el principio como probado seguro de victoria, y templar todas sus fuerzas para potenciar la acción del liderazgo.

      Aunque sólo se les han visto tímidos amagos de actuación independiente se considera que existen dentro de la oposición sectores de talante democrático, ante los cuales siempre hay puentes posibles, como corresponde a un orden de cosas de esencia humanista y de verdadera democracia. Pero la recurrente predominancia del fascismo hace imprescindible centrar en él la atención.

       Por lo cual, para las batallas que vienen y a fin de prepararse en expectativa de triunfo, hace falta un ejercicio a fondo de crítica, autocrítica y consecuente corrección, una cabal aplicación de las tres erres. Se han determinado como problemas de extrema gravedad, tanto en la esfera gubernamental como en la política, la corrupción, el burocratismo, la ineficacia y el reformismo. El Presidente ha sido el primero en denunciarlos y exigir el combate intransigente contra ellos. Voces de origen diverso indican la detección de intolerables manifestaciones de los mismos, pero también la decisión revolucionaria de combatirlos. El pasado fin de semana asistí al III Encuentro de Fuerzas Socialistas de Mérida, en esa ciudad, un serio acto nutrido de organizaciones populares, la mayoría formada por militantes pesuvistas: las conclusiones fueron de similar carácter. La participación de personas del pueblo en los programas de opinión de las emisoras de radio y tv favorables al Gobierno insisten en ello, e igual carga imprimen a su acento la mayoría de los analistas.

      Es sabido que la acusación de “corrupto” suele utilizarse como carta descalificadora en las confrontaciones políticas y en tal sesgada intención se amparan a menudo muchos culpables del delito; pero los saltos en las condiciones de vida deben ser suficiente evidencia para llamar al botón, investigar y castigar con severidad máxima a quienes no puedan demostrar el origen limpio de su nueva prosperidad, y en función de ello es preciso establecer rendición de cuentas periódica y mucho control fiscal, gubernamental y social. Burocratismo e ineficacia pueden tal vez vencerse con educación técnica, ética y política de contenido patriótico y socialista, también control social y, en los casos insalvables, cirugía; en última, poder popular. Reformismo (no confundir con el ejercicio de reformas para cambios reales), he ahí una palabra mayor, una piedra de tranca. Es la conducta de quienes carecen de una verdadera conciencia socialista y por consiguiente no se proponen como horizonte la superación dialéctica del capitalismo, la extinción de la explotación del hombre por el hombre y de la división clasista de la sociedad. Ellos quisieran que todo “llegara hasta aquí”, como si eso fuera dable, inconscientes, o no, de que si la revolución cesa se pierde todo lo ganado. Ellos frenan, tuercen, tergiversan, desorientan y engañan, inconscientes o no de que objetivamente actúan en calidad de quintacolumnistas. Frente a ellos, unidad líder-pueblo y concienciación revolucionaria.

      Saludo la disposición de disminuir los altos emolumentos. Pero su objeto, acercar los ingresos en busca de caminar hacia la igualdad y coadyuvar a la conciencia social, sería burlado si se los ligara al salario mínimo: se elevaría éste sólo para potenciar el otro. Hay que poner un techo fijo, revisable.


freddyjmelo@yahoo.es



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Freddy J. Melo


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