La elasticidad de las expresiones “riqueza” y “rico”, unidas por fuerza de los hechos a una carga histórica de injusticia y opresión, da pie para imprecisiones o inexactitudes y posibilita al mismo tiempo mostrar la posición que se ocupa en el entramado de la sociedad. Para los miembros de los sectores dominantes, fijémonos en el entorno capitalista, esos términos son sinónimos de la opulencia y miden la cuantía y calidad de los medios de producción que poseen y la magnitud de las utilidades o ganancias (plusvalía) que con ellos pueden obtener; para los de las capas medias típicas son el horizonte con el que sueñan, una expectativa sin límites que se ven obligados a reducir hasta el logro que el orden social les permite; para los de abajo son la imagen de la explotación y del explotador. Para la economía política consecuente, la riqueza es el producto del trabajo social y en las sociedades de clases la presa de los privilegiados.
El presidente Chávez, invariablemente leal al pueblo de donde procede, ha dicho algunas veces que “ser rico es malo”. La respuesta oposicionista, siempre descalificadora y expuesta en la palabra pequeñoburguesa de los soñadores de riqueza que se desviven por servir a los ricos, ha sido la de zaherirlo e intentar ridiculizarlo. Y la argumentación con que intentan rebatirlo, unánime y de antiquísima data, es, aproximadamente: “Si podemos hacernos ricos trabajando honestamente, con nuestro propio esfuerzo, sin dañar a nadie, gracias exclusivamente a nuestras capacidades, ¿por qué condenársenos o cerrársenos esa posibilidad?”. El pequeño problema estriba en que la riqueza no surge normalmente del esfuerzo individual, y menos honesto (¿acaso la consiguen los jubilados o los retirados tras una vida de labor?), ni sin dañar, salvo en los casos de talentos y pericias artísticos, deportivos, científicos y otros, excepcionales o “ayudados”, que además cuadren con el interés del orden establecido y produzcan beneficios, o que se impongan de verdad. Puede algún “capa media” y aun algún obrero acceder a ella en virtud de circunstancias favorables (y “dañando”). Así mismo, en los orígenes de los grandes capitales hay personas surgidas de la pobreza, sólo que para “labrar” sus fortunas no tuvieron empacho en cometer cualquier delito, hundirse en la podredumbre moral hasta salir manando sangre y lodo por todos los poros y someter a semiesclavitud a sus trabajadores. De ese modo también puede ocurrir y ocurre hoy. Pero el problema no es de individualidades o de grupos, sino de miles de millones de seres humanos en el mundo, entre ellos millones en nuestro país. Tras dos y medio siglos de dominio político del capitalismo, y el doble de predominio económico, el resultado es esa cifra monstruosa de pobres, hambrientos, analfabetos, enfermos, miserables, excluidos, prescindibles. El capitalismo no es para atender necesidades, sino para volver ahítos a los hartos. Y no hay modo de que aquellos “humillados y ofendidos” se hagan ricos, a menos que se creen las condiciones para que puedan acceder a la riqueza socialmente creada. Es ése el dilema: O la permanencia del usufructo de la riqueza social por una minoría apoyada en el engaño y la violencia organizados, o el restablecimiento de la armonía, milenariamente perdida, entre la producción y la apropiación de esa riqueza. De ahí la lucha, que será indefectiblemente ganada por los pobres. Entonces, ser rico es malo pues resulta sinónimo de explotador, y en esa apreciación el Presidente no está solo: nada menos lo acompaña uno que fue crucificado. En cambio, la riqueza como tal es buena, necesaria para la satisfacción de las necesidades espirituales y materiales de la gente. Lo malo es que se prive de ella a la inmensa mayoría que la produce.
Por eso es preciso trascender el capitalismo y construir la sociedad socialista, libre de explotación, para que entonces se dé la previsión de Carlos Marx: “Cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo y con ella la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades!”.