El breve discurso de la ética

    El nóvel ministro de cultura decidió pronunciar su primer discurso, que creyó absolutamente necesario, después de su sorpresivo nombramiento (esa misma tarde), desde la recién inaugurada “Plaza de la Revolución Cultural”. Inusualmente aquella plaza no había sido planificada ni diseñada por ningún equipo de tecnócratas ni por ningún connotado profesional de la arquitectura. Era un lugar viejísimo con el candor de los sitios elegidos por las resurrecciones para lavar la sangre con que están coloreados los campos de batalla. Nada monumental, renovado por los últimos acontecimientos del proceso bolivariano y como era natural, ubicado a uno de los márgenes de la ciudad donde, por razones de geografía viva, los corredores de las fuerzas idiosincráticas que entraban y salían de Caracas de forma furtiva, dejaban su huella inevitable.

   No lo escribió. Ni siquiera lo había pensado como un discurso. No había tenido tiempo. Pero sabía con absoluta certeza lo que iba a decir ante las cámaras en cadena nacional, pues sabía que en materia de cultura no podía perder otro segundo más. La movilización fue rápida. El improvisado escenario estaba colmado de una multitud hambrienta de novedad, en donde pululaban como en las verbenas pueblerinas, todas las especies de esa fauna y flora que le dan vida al jardín citadino, desde los saltimbanquis y cirqueros, hasta los intelectuales contrarrevolucionarios (si es que tal género existe). Allí estaba la red de medios comunitarios y hasta las empresas privadas de comunicación, al acecho de lo que el joven ministro dijera, para luego rebotarlo a nivel mundial, como otra extravagancia más de la “revolución de los monos”

   “Buenas noches. Reciban todas y todos el cariño que para el pueblo mana desde esta revolución--comenzó diciendo el nuevo abanderado del Poder Popular para la Cultura--. Llegó el momento de dar otro salto hacia delante. Sin desconocer lo hecho hasta ahora. Necesario es. La historia nos lo exige así, o fuésemos otros corruptos mas, sumados a la generalizada cultura de las apariencias, si no tomáramos estas decisiones. Pero antes de hablarles de las acciones que estamos determinados a tomar en el fragor de esta batalla, en la cual estamos obligados a vencer, quisiera tocar el tema del origen del poder que se me ha otorgado, en tanto que este poder no goza de la legitimidad emanada de la voluntad del pueblo, expresada a través del ejercicio del voto. La legitimidad que nos respalda es la mera confianza que ha depositado El Comandante en nosotros, y eso en lo personal, más que un inmenso honor, es una colosal responsabilidad y por lo tanto, los productos que esta gestión genere, deben obedecer a esas magnitudes. Y dada esta circunstancia en la cual no hubo oportunidad de ofertar promesas en materia de políticas públicas culturales, es menester enunciar acá el grueso de nuestra orientación para que sea sometida a la discusión, al análisis, al debate publico y a la autorización, claro está, de la gente. Confieso que lo que expresaremos aquí como propuesta de emergencia, no ha sido discutida formalmente con el presidente, mas que de forma tácita, pero entiendo que es él, el diseñador de toda la política cultural que nos conducirá a la total autonomía, aquella que nos proporcionará el control de nuestros poderes. Nosotros escasamente somos ejecutores de las políticas diseñadas por el verdadero ministro de cultura, el cual no es otro que El Comandante.

   “La revolución es cultural o no lo será”, reza una expresión que ya es popular, y con absoluta razón, pero que hasta ahora no hemos sabido explicar y que corre el riesgo de convertirse en una consigna mas. Nosotros estamos plenamente convencidos de su contenido y es lo que nos ha traído hasta aquí, envueltos en estas circunstancias. Desde este momento en adelante, es el tiempo no solo para su explicación, sino para su aplicación. Pero creemos además que “la revolución cultural es ética o no lo será”. Es decir que ahora no solo tenemos el compromiso generacional de hacer que nuestra revolución bolivariana cumpla con los extremos de una autentica revolución cultural, sino que inevitablemente ésta pase por el cedazo de la ética como fundamento reconstructor de nuestro espíritu nacional.

   Ciertamente, la transformación de nuestra sociedad, hacia el cumplimiento de las concretas aspiraciones bolivarianas, no se consolidará si ésta, la revolución socialista, no es cultural, a propósito de eso que a veces discutimos con cierta ingenuidad, el tema de la cultura. Pero ésta tampoco cuajará si antes, o con ella, no se cumple con la revolución ética; y en lo práctico la ética está fundamentalmente reñida con el manejo irresponsable de recursos públicos a nombre de los colectivos.

   Una de las formas de empezar a impulsar la revolución cultural, es fomentar la autonomía, valga decir  el esfuerzo endógeno del trabajo sociocultural, porque solo ese ejemplo colectivo, templará la ética individual que se multiplicará y no tolerará este infeccioso estado de corruptela que sentencia a muerte nuestro espíritu, y que tiene abanderada a la mentira y la desconfianza como la materia prima de nuestras relaciones.

   El tema de la Revolución Ética debe ser materia que anime nuestra práctica, partiendo del fundamento de que si la revolución cultural se da, ésta debe ser ética, o no lo será. Pero cuántos de nosotros entendemos el tema de los recursos y su uso eficaz. Quizá sea esta una de las asignaturas pendientes en materia de conciencia. ¿Serán los ingentes recursos financieros con que cuenta esta revolución, su talón de Aquiles? Definitivamente no. Los recursos financieros son herramientas de segundo orden para el desarrollo de algo, y lo son menos para el desarrollo de nuestros valores intangibles. Por encima de ellos debe estar el ejercicio riguroso de la ética porque solo con ella se garantizará su eficacia, tanto en abundancia como en escases. Sin ella ambos extremos corrompen el espíritu de una nación.

   De allí que la autonomía a la que aspiramos como órgano promotor y hacedor de cultura, no solo debe manifestarse como la capacidad para tomar decisiones en condiciones de independencia, sino como la capacidad para inventar nuestros propios recursos hasta donde nuestra fuerza creadora nos impulse, por aquello de que “quien paga manda”, y por ende tiene el control. Y en este caso no es un control independiente de la revolución al que se aspira, por el contrario, es aquel nacido de sus cimientos morales. 

   Volviendo al cómo se traduce esto en la practica diaria, tal y como lo dijera Ezequiel Zamora: "¡Horror a la oligarquía!" Nosotros decimos: ¡Horror a los recursos fáciles convertidos en dinero! Lo que necesitamos es un pueblo crítico y solidario para crear juntos nuestra forma de reconocernos. Probar que sin dinero nuestras relaciones son más transparentes y puras, y que esto es posible, más allá del romanticismo y la candidez con que han teñido los enemigos de la ética, a la sencillez del ser humano.

   El trabajo cultura debe declararse enemigo del despilfarro, la corruptela y la degradación que produce el dinero. Y por el contrario acoger en su seno, como un sello, la austeridad, la que agudiza el espíritu colectivo y amoroso de los pueblos.

   Por tanto, en consideración a estas reflexiones, declaramos que todas y todos los venezolanos somos trabajadores del MPPC. Que nos asimilamos a esta labor en calidad de misioneros, sin otra aspiración que ver robustecida nuestra identidad como pueblo autónomo y soberano. Que renunciamos a los recursos financieros que la hacienda nacional le asigna a esta cartera para su administración. Ello encontrará la formula para su aplicación…”

   Fue el ministro con el menor tiempo en ejercicio. Paradójicamente estuvo menos oportunidad de ejercer que Carmona El Breve, salvando las insuperables diferencias, y a pesar de que todo el país intuyó lo que había ocurrido, no hubo ninguna explicación justa. El fugaz ministro desapareció literalmente de la faz de la tierra, Solo El Comandante lo recordó por siempre en cuanta intervención oral hizo a lo largo de su infinita vida. 

 

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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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