José Sant Roz ha publicado un artículo en Aporrea titulado “De Ismael García a los hermanitos Villegas”, http://www.aporrea.org/medios/a78105.html en el cual pinta a los tres hermanos periodistas que llevamos ese apellido (Mario, Vladimir y yo) como un trío que actúa concertadamente para destruir, desde dentro y desde afuera, a la Revolución Bolivariana.
No es Sant Roz el único que pretende erigirse con Gran Comisario Político de la Revolución, arrogándose la potestad de decidir quién es quién no es revolucionario. Hay otros, como él, que se asumen Tribunal de la Santa Inquisición, cuyas sentencias sólo tienen apelación en Aló, Presidente. Tienen un revolucionómetro maravilloso, con el que se la pasan apuntando a todo el mundo, menos a ellos y al propio Hugo Chávez.
Mis hermanos Mario y Vladimir están grandecitos y ellos mismos responden por sus posiciones públicas, que suelen asumir con transparencia y con todas sus consecuencias, como yo respondo por las mías. Tenemos diferencias, algunas definitivamente irreconciliables, como infinidad de familias en Venezuela, de las que sólo menciono a los Escarrá, los Valero y los Giusti (Roberto y su hermana Marielena). Hasta el presidente Chávez lo ha vivido: escogió como hermanos del alma a Raúl Baduel, Jesús Urdaneta Hernández y Francisco Arias Cárdenas, y ya sabemos cómo han sido esas relaciones.
El mismo día en que Sant Roz dictó sentencia, Aporrea publicó un artículo mío (http://www.aporrea.org/actualidad/a78086.html), donde no me referí al fallo del Gran Comisario Político, pues no lo conocía.
En vista de que Sant Roz nos metió en una licuadora para servir su merengada, y como sé que hay gente que pudiera dejarse encandilar por los estridentes criterios de su pluma, me permito compartir con los lectores de esta página un artículo del personaje, escrito en 1999, que me hicieron llegar a mi buzón electrónico.
Allí podrán constatar cómo el entonces candidato a la Asamblea Constituyente sentenciaba a Hugo Chávez como un “badulaque”, se declaraba en su contra y se proponía que el Presidente y sus empleados “sean echados a patadas” de Miraflores.
Reconozco su derecho a cambiar de opinión. Lo que no parece presentable es que ahora ande con su revolucionómetro dictaminando quién es o no chavista, quién es o no revolucionario. De estos personajes abundan ejemplos. Son como guachimanes, contratados para cuidar una casa, que terminan creyéndose con derecho a abusar sexualmente de la mujer de quien los contrató, a dar órdenes en nombre del marido y decidir qué hijo merece o no dormir adentro o en el porche.
Ahí les dejo eso:
“El que tenga ojos, que vea tu cinismo, Chávez”
Por José Sant Roz, Diario Frontera, 15/09/99.
“No tiene en la cabeza sino citas bíblicas y bolivarianas como Luis Herrera refranes. Hugo Chávez equivocó su vocación, que es la de ser ministro evangélico. Ir por los vecindarios de traje negro con una Biblia bajo el brazo. Prefirió la política aunque lo de evangélico lo lleva en la sangre. Adán, su hermano, también parece evangélico, más parco, más sobrio y con cierto aire de visitador médico o vendedor de seguros. Por otro lado, Hugo no puede ver a un obispo porque junta las manos para orar, pide la bendición, besa el anillo, y si le dan chance se echa sobre los pechos de estos fornidos tragadores (en total estado de recogimiento). A veces da miedo, no sea que se eche al suelo de rodillas y abrace con furia las piernas de estos politiqueros y los derribe. Los obispos que no tienen pelo de tonto, gozan un níspero abrazándolo (para después pedirle). Tiene otro detalle Hugo, que respira beatería de lo más ramplona: la de hacerse el llorón, la de procurar excitar el moco y las lágrimas. El que tenga ojos que vaya viendo. Casualmente, casi todos los portentosos ministros evangélicos han resultado unos notabilísimos tracaleros. Es que ya el vivir de lo que nos espera en la otra vida implica un timo, una estafa. El que tenga ojos que siga viendo. Recordemos el principio, cuando dijo que no había nada que celebrar con su triunfo porque muchos niños hambrientos dormían bajo los puentes. En cuanto Hugo cogía el micrófono nos ponía los pelos de punta contando historias horribles como la de aquella mujer que llegó a Palacio a medianoche con su hijo muerto en los brazos (porque buscaba una medicina que nunca encontró). Empezó con aquello de los niños de la calle (y un montón de vivos se pusieron a buscar a estos chamos para ver cómo los negociaban con el Estado). Los gobernadores, viejas ricas, rectores y vicerrectores se volvieron ardorosos filántropos. Fue como un huracán de pajas de esas que el Presidente siempre tiene en la boca (o en el ojo), pero ni compraron casa alguna ni recogieron carajitos realengos y hoy ya nadie se acuerda de aquellos agites. Después el Presidente incursionó en caminos santos que ni Marco Aurelio con toda su sabiduría… Dijo que convirtieran su sueldo en no sé cuántas becas para estudiantes brillantes porque a él no le hacía falta ese mundo terrenal. Que ni la madre Teresa. Yo todo eso me lo tragaba con respeto profundo y lo único que me daba miedo de sus visiones es que nos cantara el himno nacional. A veces mi mujer me encontraba histérico, inánime, petrificado ante el cajón del televisor oyéndole. Qué tío, Dios mío. A mí ya no me interesaba el conocimiento de nada, porque en verdad teníamos un Mesías. Sólo los que viven en el pasado se negaban a enterarse. Mi mujer se estaba molestando conmigo porque yo, que jamás me había interesado por la política, comenzaba a recorrer pueblos como Pedro el Ermitaño, hablando con delirio de Bolívar (que lo conozco más que Chávez). Y me enfrenté a ella diciéndole que había un hombre con destino y que un hondo llamado interior me invitaba a participar del lío constituyente. El resto ya lo he escrito. Pero lo del acabóse ha sido esa diarrea de costosísimas vallas (de mil millones de bolos) con lo de “El que tenga ojos que vea”, como si todos tuviésemos los ojos llenos de basura y no nos pudiésemos enterar de la criminal bajeza, la estupidez y ridiculez de sus palabras, de sus poses considerando que a cuántos niños de la calle no se podrían atender con ese derroche de billetes. Cuánta hambre no se mitigaría, cuántas casas no me comprarían para atender a los muertos de hambre, sin la intervención hip´´ocrita de rectores o gobernadores. Y lo más horrible es la difusión de 30 millones de kinos chavistas en un pueblo diezmado, envilecido, inutilizado mentalmente por la letrina de las loterías. Lo más excrementicio y burdo elevado a la categoría de sagrado y revolucionario. Cada vez que veo esa valla se me subleva la sangre y veo cuán imbécil fui creyendo en las memeces de este nuevo badulaque.
Yo estoy contra Chávez y contra su mujer metida también a princesa, y estoy dispuesto a hacerles la más decidida oposición, por la estafa tan incruenta que hicieron a los sentimientos de todo el mundo. Horriblemente fea y caduca, artificial y falsa he visto en El Nacional a la primera dama, con ese lánguido peinado, rodeada de las cacatúas primerizas (hediondas a perfume caro) de los mismos sultanescos saraos, con las Tudela, las Ramia, las Atencio, las Maisto, Valentiner, Pemarola y Stiegler, Wilkinson, Michele, Viglonis. ¿Cuál revolución? En el mismo Tamanaco Intercontinetal degustando los terrine de foie-gras con mermelada de higos, seguidas de tartaleta de salmón y mero con muselina de estragón acompañada de lechugas y queso de cabra caraqueña. De postre: chocolate y pistacho en salsa de café. Hay que sacar a estos autócratas y monstruosos farsantes del gobierno. Yo sí aspiro a encontrarme en la Constituyente para solicitar que sean echados a patadas en Presidente y sus empleados y que ese palacio de Miraflores sea incinerado para que allí no se siga contaminando de idiotez todo aquel que se instale en la suprema Silla… Berta”.