En la entrega anterior, tras referirme a la renovada iracundia oposicionista y sus descargas contra el Gobierno revolucionario, centradas en el reciclado y “sisifesco” intento de echar abajo al “régimen”, comencé a examinar las mendacidades e impertinencias que contienen, y ahora me permito proseguir. (“Descargas”: las consabidas acusaciones de dictadura, no libertad de expresión, amenaza a la propiedad privada y comunismo; “sisifesco”: referido a Sísifo, personaje mitológico condenado en el infierno a subir una pesada roca a la cima de una montaña, de donde incesantemente volvía a caer).
Las dos primeras descargas se caen por su propio peso, pues basta ver cómo quienes las profieren hablan y actúan sin trabas protegidos por la ley, y cometen desafueros, impunes hasta ahora, como en ningún otro país: son para consumo exterior; en cambio, lo correspondiente a las otras dos exige mayor atención, por cuanto se trata de temas traídos y llevados, vueltos y revueltos y sometidos al más profuso tratamiento de mentira, enredo, sofisma y confabulación “intelectual”, con miras a desinformar y confundir, resultando de allí caballitos de batalla con los cuales los ideólogos de la explotación han logrado atemorizar multitudes y producirles déficit de conciencia de clase.
Sobre esto empezamos observando el hecho de que quienes detentan la propiedad son los sectores dominantes en cada formación social histórica, y la tienen porque se la han arrebatado a las mayorías trabajadoras, convirtiéndolas en esclavos abiertos, o encubiertos como siervos, o más encubiertos aún como obreros asalariados. Vimos cómo el capitalismo se constituye originariamente mediante la expropiación de los productores directos, incluyendo robos, atrocidades y violaciones, transformando la propiedad privada basada en el trabajo personal en propiedad privada capitalista, basada en el trabajo de los otros mediante la posesión de los medios de producción; cómo la riqueza se produce socialmente y se apropia privadamente, y cómo esa riqueza resulta de la plusvalía o remanente de valor que no se paga al obrero. Y el sistema siguió creciendo, concentrando capitales, aun en sus crisis periódicas y a través del colonialismo y el imperialismo, con los cuales ensanchó mercados para mercancías e inversiones y aseguró que los recursos y riquezas de tres continentes y la plusvalía de los trabajadores del mundo afluyan a los grandes centros del capital, convirtiendo a los países “periféricos” en colonizados o semicolonizados, dependientes e incapacitados para un desarrollo propio a menos de romper con el sistema. Con ese fin el capitalismo imperialista engendró guerras entre “grandes” para reparto del mundo y guerras contra “pequeños” para robarles sus recursos, y sigue preñado de ellas; y en su desenvolvimiento no tuvo empacho en poner a trabajar niños hasta de siete años, en cazar personas para revivir la esclavitud abierta y en otras acciones infrahumanas, de las cuales jamás se ha disculpado. Y, como ya hemos dicho, dos y medio siglos de dominio político suyo y el doble de predominio económico, arrojan en el mundo un saldo de miles de millones de hambrientos, enfermos, analfabetos, pobres, miserables, excluidos y prescindibles.
El socialismo del siglo XXI, planteado en Venezuela y en parte de nuestra América, reta al capitalismo y su forma de propiedad porque es precisamente este sistema el que despoja de propiedad a la inmensa mayoría que vive de su trabajo. La propiedad sobre los medios de producción --tierras, fábricas, instalaciones, maquinarias, etc.-- es “la propiedad privada” desde la instauración del capitalismo, es la necesaria para producir riqueza en manos de los trabajadores y debe pasar a éstos progresivamente para reimplantar la justicia social y poner cese a la explotación de humanos por humanos. Es dable exceptuar los medios de producción pequeños y medianos legalmente permitidos y amparados en función de satisfacer necesidades sociales. La propiedad personal –vivienda, ingresos y ahorros, medios de educación, cultura, etc., todo artículo de uso que no contravenga la ley--, es intocable y el desiderátum es que todos la posean, que la inmensa porción de humanidad desposeída por el capitalismo deje de serlo, que se creen las condiciones para volverla posible. Por eso lucha la revolución, y gracias a ella, masas de compatriotas antiguamente preteridas acceden cada vez más al disfrute de bienes y servicios que antes no poseyeron. Proseguiré.
freddyjmelo@yahoo.es