Desde el Preámbulo de la Constitución del año 1999 se precisa: “…con el fin supremo de refundar la República para establecer un sociedad democrática, participativa y protagónica…” Ello define un paradigma político de nuevo cuño. De igual manera, los principios pétreos de la citada Carta Magna ratifican, plenamente, tales postulados. “El gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y de las entidades políticas que la componen es y será siempre democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables” (Art 6. CRBV, 1999). La expresión clave para conferirle carácter rocoso a estas categorías viene a ser “es y será siempre”. De tal manera que la Venezuela contemporánea arriba a los albores del siglo XXI con un paradigma político distinto al de la IV República: la democracia participativa. ¿Y cómo pudiera traducirse el término participación en lo local, concretamente en los municipios? En cuatro categorías, verdaderamente definitorias, para hacer cotidiano el asunto de la participación. “Las actuaciones del Municipio en el ámbito de sus competencias se cumplirán incorporando la participación ciudadana al proceso de definición y ejecución de la gestión pública y al control y evaluación de sus resultados, en forma efectiva, suficiente y oportuna,…” (Art. 168. CRBV, 1999). En consecuencia las categorías son: definición y ejecución, control y evaluación.
Es posible derivar el paradigma cultural del político porque la Constitución Bolivariana no define el primero. No obstante, también es, perfectamente, posible definirlo e incorporarlo en el proyecto de Ley Orgánica de Cultura. Y por allí es que orientamos la propuesta: crear un título (con sendos capítulos) que defina el paradigma cultural de la República y precise las líneas básicas, fundamentales y estratégicas sobre las políticas públicas culturales. El texto pudiera estar redactado en los siguientes términos: El paradigma cultural de la República Bolivariana de Venezuela es y será siempre el de la democracia participativa cultural, sin menos cabo de la existencia de modelos.
Esos otros modelos que, de una u otra manera, coexisten con el que se construye se refieren al mecenazgo liberal, el tradicionalismo patrimonialista, el estatismo populista, la privatización neoconservadora y la democracia cultural. “Este (último) paradigma concibe a la política cultural como un programa de distribución y popularización del arte, el conocimiento científico y las demás formas de alta cultura. Su hipótesis básica es que una mejor difusión corregirá las desigualdades en el acceso a los bienes simbólicos. Se sugiere descentralizar permanentemente los servicios culturales, emplear los medios de comunicación masiva para difundir el arte y usar medios de comunicación y animación a fin de interesar a nuevos públicos” (Canclini, 1987).
A propósito del paradigma que se deriva de la democracia participativa y protagónica, la reflexión viene a tino: “a diferencia de las posiciones unidimensionales y elitistas que sostienen los paradigmas mecenal, tradicional, estatal y privatizante, e incluso se infiltran en el modelo democratizador, esta concepción”, la democracia participativa cultural, “defiende la coexistencia de múltiples culturas en una misma sociedad, propicia su desarrollo autónomo y relaciones igualitarias de participación de cada individuo en cada cultura y de cada cultura respecto a las demás” (Canclini, 1987).
Las líneas básicas, fundamentales y estratégicas sobre las políticas públicas culturales, que pueden ser de carácter ejecutivo o deliberante, serían las siguientes: la legislación cultural, la protección y defensa del patrimonio cultural, tangible e intangible, la investigación cultural, la formación y capacitación permanente de los recursos humanos culturales, el rescate, realización y rehabilitación de los espacios e infraestructuras culturales, la comunicación social, en su más amplio sentido, el estímulo a la creación artístico-cultural, la promoción del diálogo cultural entre las distintas comunidades étnicas y con la cultura caribeña, latinoamericana y universal, así como la animación de la identidad-diversidad étnica cultural.
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