Al ex presidente Caldera, entre muchos otros méritos personales, le corresponde el de haberle propuesto a la Real Academia de la Lengua el uso de la palabras “millardo” para designar la cantidad correspondiente a mil millones. A Chávez, cuyo mayor defecto es no ser tan culto como Caldera, será necesario otorgarle un reconocimiento especial, por esa particular condición de propiciar nuevas interpretaciones de los conceptos políticos y jurídicos conocidos, y facilitar la introducción de otras definiciones para palabras ya aceptadas en nuestra lengua.
Por esta razón, no sería exagerado suponer cómo los intelectuales residentes en el extranjero, al leer las noticias provenientes de Venezuela , se devanarían los sesos pretendiendo interpretar su contenido: primero, para verificar s el hecho realmente ocurrió; segundo, si la narración del mismo se corresponderá con la realidad de la ocurrencia; tercero, si las palabras son usadas con su significado tradicional, o sencillamente se escriben con la pretensión de una aclaratoria posterior, en la que se indique que lo dicho no era lo que quería decirse y todo se debió a que las jugadas políticas de Chávez los tiene tan confundidos que ya no saben ni lo que dicen.
La confusión quedó clara cuando el Tribunal Supremos de Justicia, con un fallo enrevesado, jurídica y gramaticalmente, determinó que el “golpe de estado” ya no definía una acción con la que se pretende deponer un gobierno legítimamente constituido. De allí que puede ser más ilegal “revelarse” como el autor intelectual de una rebelión, que rebelarse contra la autoridad. En el primer caso, al develarse la conspiración, se aclarará que no es tal, sino que ésta debe interpretarse como una “aspiración válida”, de sustituir, por cualquier procedimiento, a un gobierno legítimo; en el segundo caso, se afirmaría que no existiendo tal autoridad, se crea “un vacío de poder” que podrá ser llenado por la primera persona que arribe al lugar desde donde se ejerce.
Siguiendo estos mismos razonamientos, se concluye que “pacífico” no es: “Tranquilo, sosegado, que no provoca luchas o discordias. Que no tiene o no halla oposición, contradicción o alteración de su estado”. Porque se puede realizar una reunión en la que pacífica y democráticamente se coordine el asesinato de un Presidente, o se establezca la cantidad de personas que se requiere eliminar para producir “un vacío de poder”. También será “pacífica” una marcha que concluya con el enfrentamiento entre quienes pretenden arrogarse los méritos de su convocatoria, con la intención de aspirar, como constitucionalmente se establece, sustituir al presidente que se pretende derrocar, porque ello no representará una “contradicción o alteración en su estado”.
Totalitarista, entonces, es un sistema de gobierno elegido por la mayoría absoluta de los votantes, que por primera vez en su historia convoca a elecciones para aprobar una Constitución; que recibe el respaldo de la casi totalidad de los que decidieron ejercer su derecho al voto; que establece mecanismos para lograr la participación activa de toda la población en el rescate y ejercicio de sus derechos; que es víctima de un ataque permanente de la mayoría de los medios de comunicación del país, por instrucciones de una minoría externa que pretende incomunicarnos con el mundo y disponer a su antojo del país; minoría que cuenta con la estrecha colaboración de un pequeño grupo interno que no puede aceptar que ya acabó todo para ellos, y no se resignan a perder sus prebendas; porque “democracia —para esta minoría— es el sistema de gobierno en el cual el pueblo puede elegir libremente a quienes les garanticen que las relaciones de poder se mantendrán intactas y la depredación del país continuará indefinidamente”.
Luis E. Rangel M.
Mérida, 26 de Octubre del 2002