Si los países del ALBA, en su legítimo derecho a la defensa como manifestación de la legalidad internacional y como un acto de solidaridad entre hermanos, decidieran intervenir militarmente en Centroamérica, con el objetivo de proteger los derechos del pueblo nicaragüense, guatemalteco y salvadoreño, ante la salvaje arremetida de la derecha en Honduras, y de reponer en el gobierno de ese país al Presidente Manuel Zelaya, garantizando así la continuidad del hilo constitucional, en pos de refrendar la democracia participativa (la del siglo XXI); con absoluta seguridad, El Imperio pondría en acción, sin matices de ninguna especie, la fiera fascista que tiene acantonada en la base de Palmerola. Es decir, el Gobierno estadounidense desnudaría sin ningún rubor, la automaticidad de su política internacional y particularmente la destinada a los feudos al sur del Rio Grande. Se desatarían los demonios y el infierno de la guerra. Una vez mas la violencia en Centroamérica, con el objetivo estratégico de amputar el momento constituyente latinoamericano, para que hermanos de sangre se maten entre si. Pobres contra pobres, aspavientados por mercenarios y paramilitares. En fin, el ansiado pretexto para incendiar y arrasar el patio trasero e imponer definitivamente, sobre las ruinas resultantes, el modelo cuyo fin es extraer el capital que los reflote como la primera economía del mundo.
El cinismo de la política exterior estadounidense es tan grosero y descarado que solo se equipara a la estupidez con que Latinoamérica y el Caribe le responden (cuando lo hacen). Tradicionalmente las fuerzas progresistas lo que han hecho es contestar y defenderse de las arremetidas de la hegemonía derechista. En estos momentos los pueblos indoamericanos se encuentran distraídos atendiendo el adefesio hondureño, escenario donde se desgastan, padeciendo las circunstancias escogidas por las oligarquías. Ellos imponen el ritmo, los tiempos y deciden quienes morirán. Pero la realidad es tal, que si se le es explicada a un extraterrestre, lo primero que notaría es que la razón que apoya a Zelaya, es tan evidente que ha tenido que ser aceptada aun por aquellos que ni siquiera la mastican. Lo han manifestado jurídicamente en una resolución mundial: “Zelaya es el Presidente legítimo separado del poder por un grotesco golpe de estado”. Sin embargo, esta verdad no logra vencer, por que quienes la aceptan ante sus colegas del mundo, los presidentes elegidos por sus pueblos, la torpedean en el terreno donde el fascismo mundial impone su fuerza: el escenario de facto.
Dicho en otras palabras, si Nuestramerica diera un paso en función de defender la voluntad de sus pueblos, a usar la autodeterminación en estado de soberanía, El Imperio diaria una respuesta demoledora, demostrando que la correlación de fuerzas no solo les favorece, sino que es descomunalmente superior como para determinar por encima de toda racionalidad, quien impone el modelo.
Arribados a este punto, en donde la diplomacia, el derecho internacional, la institucionalidad, resultan ser mamparas tras las cuales El Imperio delinque con absoluta impunidad, habría que empezar a revisar la capacidad que tiene la revolución latinoamericana, no solo de resolver los problemas de las grandes mayorías, sino la capacidad de combatir las amenazas primarias. Revisar si la revolución prevé el escenario de la necesaria confrontación contra El Imperio, más allá de la mera declaratoria antiimperialista. A estas alturas los países latinoamericanos deberían haber alcanzado la ineludible madurez política como para identificar la poderosa fuerza del norte como el único obstáculo que frena su desarrollo y amenaza su existencia.
Debemos primero, examinar si estamos convencidos de quién es nuestro enemigo, contra quién combatimos: el fascismo imperial, aquel que envuelto en los recovecos de la hegemonía antisocialista, nos mantiene en estado de levitación, como ascetas en éxtasis, ante el altar de la diplomacia internacional. Segundo, debemos examinar las herramientas que hemos escogido para combatir: ¿Es acaso “La batalla de las ideas” la mejor arma para someter a las hordas halconeras que desde el norte se aprestan a devastar al Sur? ¿Hay en Honduras espacio para tal batalla? ¿Pudiéramos convocar a Tegucigalpa las fuerzas de las ideas para debatir con los gorilas del golpe?
¿Cómo terminarán las cosas en Honduras? Solo nuestra unidad podría darle una respuesta a esta situación, cuyo desenlace pudiera ser el propuesto por los pueblos. El Imperio ya está dándole remedio a la “imprudencia de Zelaya”, lo ha convertido en un muerto viviente que pena en la frontera. Mientras tanto se dirán mil verdades, pero solo se procederá según las mentiras de los fascistas.
Ahora, nuestra unidad no puede seguir siendo un ruego, un arar en el mar, ni la unidad de los alienados, sonsos y perezosos; debe ser un convencimiento monolítico de quien no tiene otra salida sino reconocer a quien le blande el garrote asesino, coloreado de la sangre de sus hermanos como su único enemigo mortal.
Pudiéramos hacernos otra pregunta: ¿Puede un continente seguir existiendo bajo estas condiciones, donde un país medianamente civilizado, impone su cultura, su política, su economía y su poder militar a la gran mayoría de pueblos civilizados del Sur? Nosotros creemos que no. De allí que es absolutamente necesario, separar continentalmente a Latinoamérica y El Caribe de Norte America. Que se manifieste en la división geopolítica, la distancia cultural, la diferencia de intereses idiosincrásicos y el gran trecho histórico que ha dejado una huella asesina para nuestros pueblos. Realmente somos dos continentes, bien diferenciados por la providencia; y entre menos hipocresía haya en los mercados, mayores desacuerdos podríamos encontrarnos. He aquí que las diferencias que nos separan, definiendo aun más nuestra diversidad, son tan saludables como la paranoia con que debemos ver nuestra realidad cotidiana.
La menguada globalización atenuó en grado sumo nuestras incompatibilidades, pero no así, el estado salvaje de nuestras relaciones. Bien pudiéramos bajo estas circunstancias, crear El Sistema Continental Latinoamericano y del Caribe (que contemple lo jurídico, lo social, lo económico, lo cultural, lo político, lo militar). Y este sistema tendría la autoridad moral suficiente, como para declarar al Imperio norteamericano enemigo de la humanidad, definiendo al Gobierno de los Estados Unidos como el operador político del Imperio y sacar a esta figura, de la estampa quimérica donde muy cómodamente, incluso, la intelectualidad de izquierda, ha colocado a este perverso poder. Declarar al anticomunismo, al antibolivarianismo y toda actividad antibolivariana, como delito en contra la humanidad. Y en respuesta a estos delitos, crear el Sistema latinoamericano y del Caribe de los derechos de La Humanidad, de La Libre Expresión y de La Protección de Los Recursos Naturales.
Desde la perspectiva del último continente en inventarse, pudiéramos ver con mayor claridad algunos temas: El capitalismo no es más que un mero y grosero negocio que ha pervertido el espíritu socialista de nuestros pueblos. El Gobierno de los Estados Unidos representante legal de los negocios del Imperio, es un gobierno hostil a los interese vitales de los pueblos latinoamericanos y caribeños. El aparato industrial militar estadounidense, hibrido entre el gobierno y las transnacionales que gobiernan el mundo, es el enemigo numero uno del desarrollo y la existencia de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Las embajadas estadounidenses que operan en el continente latinoamericano y caribeño, son enclaves enemigos que maniobran en contra de estos pueblos. En fin, podemos ver con mayor claridad a nuestro enemigo, dibujar sus contornos, conocerlo, caracterizarlo; y así dormir con mayor tranquilidad, sabiendo que el enemigo se encuentra ahora inquieto al descampado.