¿Nuestra Iglesia es un fraude?

Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los Apóstoles daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos y ellas. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían y traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los Apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad. (Hechos 4: 32 al 35)

Pareciera que esa en algunas ocasiones esa sería la expresión más adecuada para definir a una Iglesia que no cumple, a nuestro parecer, las expectativas que nosotros o nosotras queremos o deseamos que cumpla. Muchas veces creemos que nuestros fracasos en la vida y nuestras metas personales no alcanzadas fueran culpa de la Iglesia en la cual hemos decidido vivir nuestra fe, proyectamos irresponsablemente sobre la Iglesia una culpa que no le corresponde.

Creemos, que hemos sido causa, en la Iglesia Presbiteriana de Venezuela y en otras denominaciones evangélicas venezolanas, de muchas desilusiones, más en estos tiempos en los cuales, la situación política nos coloca en una encrucijada existencial y espiritual que amerita nuestra respuesta oportuna y pertinente. No hemos sabido ser responsables con nuestra Misión Profética y nos hemos convertido en simples espectadores de todo lo que a nuestro alrededor acontece.

La Iglesia evangélica o protestante, en Venezuela, prácticamente se ha quedado muda ante lo que está pasando en nuestro país. Algunas personas han optado por ejercitar su opción política desde sus propios sectarismos y parcialidades que nos ha enfrentado y nos ha dividido de manera irresponsable. No hemos sabido vivir la tan predicada Unidad en Medio de la Diversidad, que se convirtió en un tema de obligatoria discusión y referencia en los años ochenta, desde una perspectiva que pretendió ser verdaderamente ecuménica, pero que se quedó a medio camino, por culpa de nuestros temores y desconfianzas mutuas.

Tendemos a vivir nuestras experiencias políticas y religiosas sin establecer límites entre unas y otras, no hemos sabido evangelizar a la política, ni politizar debida y adecuadamente a la religión. Nos convertimos en simples operadores políticos y no hemos sabido descubrir el verdadero papel profético y evangelizador que nos toca vivir en unidad teológica, en medio de nuestra diversidad política e ideológica.

¿Es que acaso no podemos vivir en tolerancia, armonía y respeto, por encima de nuestras diferencias políticas, económicas y sociales?

La voz de Jesús, nos llama a amarnos unos a otros, unas a otras, a pesar de las más grandes diferencias que como personas podamos tener. La exigencia de Jesús para amar, es extremadamente radical. Él nos manda a amar, aun a nuestros enemigos y enemigas, porque el amor cubre infinidad de errores, omisiones o resentimientos. Si esto no es posible, entonces la Iglesia tal cual como la hemos concebido hasta hoy, es verdaderamente un fraude, no porque lo diga alguien desde el interior de nuestras instituciones, sino porque así lo percibe el mundo que nos rodea.

Cuando la Iglesia, en la cual estamos, no es capaz de aceptar al otro o a la otra cuando son diferentes a nuestros paradigmas de cómo debe ser la gente que debe conformar nuestras congregaciones, entonces nuestras organizaciones e instituciones religiosas son un gran fraude, eso no es culpa de Dios, sino de nosotros y nosotras. Eso es una conducta adquirida de la Sociedad y no de la biblia o del Cristianismo histórico.

Nuestra Iglesia, la hemos convertido en un fraude, cuando hemos hecho que pierda su mentalidad teológica, por irnos tras las soluciones fáciles que ofrecen el fundamentalismo y el exacerbado conservadurismo. El relativismo teológico, doctrinal y litúrgico, nos ha conducido por rutas extrañas del sincretismo denominacional.

Convertimos a nuestras Comunidades de Fe en unos verdaderos fraudes Cuando no somos capaces de aceptar a los demás tal cual como son, para comenzar con ellos y ellas una labor pedagógica y terapéutica de doble vía de sanación y aprendizaje, en la cual se nutran la Iglesia y la sociedad mutuamente, en un aprendizaje diario de tolerancia, respeto y solidaridad.

Jesús, vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, a quienes estaban al margen de la sociedad de su tiempo por ser, prostitutas, cobradores de impuestos, homosexuales, ladrones, adúlteros, delincuentes, y muchas otras cosas más. Con ellos y ellas comió, a ellos visitó, en ellos y ellas ejerció su Ministerio de Amor, Solidaridad y tolerancia. La Iglesia les rechaza por temor a que el pecado entre en ella y se aleja de su verdadero Ministerio de Compasión, escondiendo así su mejor talento que es el de hacer verdaderamente visible al Dios de Amor, entre las personas que verdaderamente lo necesitan.

Si nosotros no somos capaces de seguir el ejemplo de ese Jesús, Dios encarnado en medio de los rechazados, entonces somos verdaderamente un gran fraude, ante el mundo y ante Dios. No nos hemos dado cuenta que vivimos un Kairós o momento-oportunidad especial, que no hemos sabido interpretar como bendición y como oportunidad de vivir de manera plena la unidad del cuerpo de Cristo, Para que el Mundo Crea.

Toda Latinoamérica y gran parte del mundo, vive grandes cambios sociales, económicos, políticos, ideológicos, sin embargo la iglesia sigue sin entender su Misión, en unas circunstancias únicas y quizás irrepetibles en nuestro continente. La iglesia institución- jerarquía, tiende a ejercer una crítica y una confrontación irracional frente a estos cambios, porque ve amenazado su poder y su influencia sobre las masas, sobre quienes ha ejercido un poder de manipulación durante cinco siglos en nuestro continente.

Algunas Iglesias protestantes, viven una situación de minusvalía y optan irresponsablemente por no tomar partido ante lo que está sucediendo en nuestra sociedad latinoamericana y en el mundo en general. Condenamos o apoyamos de manera personal e individual, sin vivir los procesos de discusión y reflexión necesarios.

Nuestras Iglesias se han convertido en verdaderas instituciones silenciosas y silenciadas, pretendiendo equivocadamente no parcializarse. No se dan cuenta que con su pretendida imparcialidad, están siendo cómplices de todas aquellas fuerzas que atentan contra la independencia, dignidad y liberación de nuestros pueblos.

Vivimos en medio de la sociedad, pero no estamos encarnados o encarnadas en ella, somos una iglesia con sentido social, pero sin ningún compromiso social. Carecemos de una opción propia y hemos inutilizado nuestros karismas. Cada vez nos parecemos menos a la Iglesia de Jesús y nos convertimos en una institución que proyecta menos su Visión, la visión de Cristo. Estamos comprometidos, pero no convertidos.

El siglo XXI, nos encontró sin opción, ni definición, cada vez somos más apáticos a los problemas sociales, pero nos comprometemos más con el relativismo doctrinal-litúrgico. Nos alejamos cada vez mas de Jesús, para comprometernos con una religiosidad ecléctica e indefinida, que nos ha llevado por la ruta de una religiosidad vacía de todo contenido teológico- bíblico verdadero. Es la religiosidad metafísica de los últimos tiempos que intenta convertir a Dios en un simple dios, de los placeres espirituales sin sentido, de la prosperidad y del relativismo doctrinal-religioso y a Jesús en un ser desnaturalizado y no encarnado.

El Espíritu Santo, se ha convertido para muchos, en un paquete tecnológico, de un programa de computación que nos uniforma litúrgica y emocionalmente, cerrando el paso a una espiritualidad verdadera, convirtiéndonos en autómatas culticos de una adoración uniformada y producida en serie con fines netamente comerciales.

La Iglesia no es un fraude, en nosotros y nosotras radica el fraude eclesial, es sobre nosotros y nosotras sobre quienes cae toda la responsabilidad del testimonio que damos ante el mundo. Sobre nosotros y nosotras recae la enorme la responsabilidad absoluta de guardar el depósito de la unidad del cuerpo de Cristo y de perseverar nuestro testimonio, para que el mundo crea.

No culpemos a la Iglesia de nuestras incapacidades, ni de nuestras frustraciones personales, asumamos nuestra responsabilidad histórica y aprendamos a vivir a la verdadera Iglesia en la Unidad, solidaridad, tolerancia Amor y respeto, desde una real perspectiva Teológica-Doctrinal que nos conduzca por el verdadero camino transitado por el verdadero Jesús.


obedvizcaino@gmail.com


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Obed Juan Vizcaíno Nájera


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