Nada más triste que enterarse de la abrupta partida de un amigo, de un ser querido, y recordar de pronto todas las cosas que no le pudiste decir porque no pudiste, porque no te dio tiempo, porque creíste que no era necesario o, simplemente, porque pensaste “se lo digo después…Total, nos veremos otra vez”…Y, ¡caramba!, no hubo “otra vez”.
El correo electrónico, la mensajería de texto del celular, se han convertido en impersonales vehículos transportadores de buenas y malas noticias. En estos tiempos del periodismo multimedia, cualquier cosa se puede “ver”, “oír”, “saber”…Especialmente las malas noticias y así me enteré de que Pedro Bolívar, estudiante de Comunicación Social de la Universidad Bolivariana de Venezuela, había decidido que “su” momento fuese justo un día antes de mi cumpleaños, es decir, el martes 15 de septiembre o, al menos, ese fue el día en que lo supe, bien lejos de la Patria, como estoy…
Pedro Bolívar es el inicio de la Universidad Bolivariana de Venezuela. Pionero de pioneros, vivió todos los sinsabores, todos los éxitos, los logros, los fracasos y las injusticias, de una universidad que apenas comienza, de una universidad que le abrió los brazos porque en otra nunca pudo entrar y, bueno, la hizo su segunda casa y a su gente casi su gran familia. Por eso Pedro Bolívar es la Universidad Bolivariana y para mí fue mucho más que un simple número de cédula de identidad, más que un simple expediente, más que una simple calificación. Es decir, fue rostro, vida, sentimientos. Fue la Universidad que queremos y que ojala alcancemos.
Estuvimos juntos en Periodismo de Investigación. Yo de facilitadora, él de estudiante. Llegaba cansado, fuera de tiempo, solidario con todos, lleno de sueños a sentarse a escuchar y de manera crítica a participar en clase. Nunca fue un estudiante pasivo ni mucho menos acomodaticio. Luchó por lo que creyó, pero también tuvo palabras y criterio para reconocer y reprender lo malo. Fuimos compañeros de trabajo en el Ministerio de la Comunicación (MinCI) y él ya era periodista, mucho antes de ganarse lo que lamentablemente no pudo alcanzar en vida: su título de comunicador. No importa. Como dije, ya era todo un periodista: inquieto, investigador, irreverente y auténtico. Militante de esta revolución. Su voz brillante y diáfana, su verbo claro y de impecable dicción, más de una vez animaron los jolgorios universitarios. El mejor título ya se lo ganó: inolvidable.
Lo recuerdo hoy, y siempre lo recordaré. Lo despido con una frase de Jorge Luis Borges que, acaso, define el misterio de pasar a otro plano de vida sin irse de esta vida: “La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”.
Nos vemos, Pedrito.
* Periodista, docente UBV
luisana.colomine@gmail.com