Tenia como ocho años, cuando mis hermanos mayores me permitieron entrar al cine Boyacá. Fue una gran noche, esa en la cual pudimos ver nuestra primera película mexicana del Santo en el Museo de Cera. Película que nos quitó el sueño durante dos días y no nos permitió cruzar por las noches los lugares oscuros del barrio en cuatro semanas.
Antes de nuestra primera entrada al cine Boyacá, teníamos que conformarnos tan solo con ver los afiches y fotografías que servían de avances de las películas que en un futuro próximo serian proyectadas en estreno. También teníamos la opción más extrema, la de ver las películas desde la lejanía de los techos de los porches de nuestras casas, con apenas el poco volumen que lográbamos captar a la distancia.
El Cine Boyacá, se encontraba en plena avenida Delicias, casi en la esquina de la avenida Universidad. Ahora, por obra y gracia del olvido y la irreverencia de nuestros planificadores y urbanistas, es un taller de latonería y pintura y una tienda de piñatas. Sus paredes encierran grandes historias que aun hoy perduran y escandalizan a la gente de nuestro Barrio.
Si contábamos con la suerte de estudiar con algún compañero de clases, en el Colegio Andrés Eloy Blanco, que fuera vecino del cine Boyacá, podíamos tener todas las noches la entrada gratis y sin censura, al techo de sus casas, o a la rama de algún árbol de su patio.
Los evangélicos del Barrio, teníamos prohibido la entrada al Cine, siempre nos las arreglábamos para burlar la vigilancia de algunos de los miembros mayores de nuestra congregación. A veces, nos sacábamos el premio gordo cuando descubríamos a algún anciano o dirigente de la Iglesia viendo alguna película, escondido entre las butacas de nuestro cine. La entrada y las golosinas nos la daban gratis a cambio de nuestro silencio ante el pastor y el resto de los miembros de nuestra congregación.
Un bolívar costaba la entrada, un real un cono de maní, una locha la bolsa de gallitos o cotufas, no se permitían la entrada de refrescos en botellas, para evitar daños mayores en las confrontaciones de las bandas de los muchachos del barrio, el chicle estaba prohibido para proteger las hermosas y cómodas butacas rojas.
En el otro extremo del barrio, sobre la carretera al Moján, en Ziruma, frente a la entrada de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Zulia, existía otro cine con las mismas características. Su nombre era Capitolio, nosotros lo veíamos como la competencia y nos esforzábamos por ser fiel a nuestro gran cine Boyacá.
La invitación a ir al cine Boyacá y permitirnos ver al Santo en acción, obedeció al gran interés que tenían nuestros hermanos mayores, que a escondidas en nuestras ropas metían de contrabando las bolsas de frijoles, maíz y arvejas enteras, que servían de proyectiles a unas cerbatanas improvisadas con los tallos huecos de las hojas de la planta de lechosa o papaya. También metíamos de contrabando chucherías, refrescos, cartas de amor y hasta cervezas.
Nuestros hermanos mayores, desde la mezzanina del cine y después de ponernos a salvo debajo del balcón, procedían a disparar con gran fuerza y maña, estos granos a las personas que estaban desprevenidas en planta baja. Casi siempre acertaban a darles en las cabezas o en los cuellos.
Había bandas de muchachos de nuestro barrio, que se enfrentaban, en plena función cinematográfica, en sus guerras de granos. Muchas veces golpeaban sin querer, los rostros de algunas personas inocentes y esto provocaba la actuación enérgica del policía del barrio que tenía su caseta diagonal al cine.
También, a nuestra corta edad, servíamos de alcahuetas, para que las muchachas del barrio pudieran entrar al cine, acompañadas por nosotros como chaperones, para verse con sus novios secretos a escondidas, por los rincones más apartados, oscuros y solitarios del Boyacá. Muchas de las personas que forman generaciones posteriores a nosotros, son producto de esas visitas furtivas y amorosas a nuestro cine de algunas muchachas inocentes de nuestra comunidad.
Nosotros, avisábamos si llegaba algún hermano, padre o madre, para que estas pudieran apartarse a tiempo de sus novios y esconderse entre las sombras, o en los baños de la sala de cine. Algunos de nosotros, aprendimos prematuramente, sin querer, las primeras nociones teóricas y audiovisuales de besar y de enamorar a las chicas, en la pantalla gigante del gran Cine Boyacá.
Desde la temprana edad de ocho o nueve años, fuimos testigos de muchas cosas que en ese tiempo nos alarmaban, pero que teníamos que callar debido a las amenazas de nuestros hermanos, primos y amigos mayores. En nuestro cine descubrimos como se besa, se acaricia y se prometen amores eternos, a tantas muchachas como funciones tuviera el cine en una noche.
El cine Boyacá, nos alejó a muchos de nosotros del mal vivir, los héroes de las películas mexicanas, norteamericanas, argentinas y uruguayas, crearon en nosotros una concepción del mundo muy ideal. Queríamos ser El Santo, o un gran charro mexicano con dos pistolas y un caballo brioso, nos transformábamos en nuestras fantasías en luchadores por la justicia.
A muchos, nos salió en la sala del Cine Boyacá, aquella vocación por el arte, la poesía, la narrativa, la actuación, el canto, el baile, la locución y otras manifestaciones artísticas importantes, viendo la actuación de artistas como Pedro Infante, Luis Aguilar, Dolores del Río, María Félix, Jorge Armendáriz, Mario Moreno, El Indio Fernández, Silvia Pinal, Evita Muñoz, entre otros y otras.
Pudimos ver muchas películas emocionantes del enmascarado de plata, como Santo contra el espectro, Santo contra el cerebro diabólico, Santo en el hotel de la muerte, Santo vs. Las mujeres vampiro, Santo, el enmascarado de Plata vs. la invasión de los marcianos, entre otras. También pudimos ver muchísimas películas de Pedro Infante, Luis Aguilar, Jorge Negrete.
Pudimos ver filmes como Ahí está el detalle, Campeón sin corona, El rey del Barrio, Nosotros los pobres, Esquina bajan, Allá en el Rancho grande, La sombra del cariño, y otras que no me acuerdo por el tiempo transcurrido desde mis ocho años de edad hasta la actualidad.
Aprendimos a cantar con Pedro Infante, canciones como estas: Amorcito Corazón, Bésame mucho, La que se fue, y otras más, con otros famosos artistas mexicanos. De nuestro barrio salieron buenos cantantes, actores, actrices, escritores y locutores, gracias a la influencia positiva del Cine Boyacá.
Muchos de los cines viejos tuvieron un final un poco extraño y triste, algunos resultaron ser ferreterías, supermercados, estacionamientos y hasta hubo algunos con un destino más noble, se convirtieron en templos evangélicos.
El modernismo dio fin a esa época de los cines a cielo abierto, cuya entrada costaba un bolívar. Debieron haber sido declarados por nuestras autoridades nacionales, regionales y locales y por la misma ONU, Patrimonio Cultural y Artístico de la Humanidad.
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