“El
desacuerdo sin reconciliación no es un indicador del fracaso de la
política democrática y del espacio público sino más bien su rasgo
constitutivo.”(Benjamin Arditi)
En
medio del devenir de la “revolución
bolivariana rumbo al socialismo del siglo XXI”, según la fórmula
más difundida, se ha pretendido montar un dispositivo de control
ideológico-político de corte estalinista, por parte de quiénes
hacen apología del legado del “socialismo real”, claramente
identificadas
en el proceso venezolano.
Se
inicia una encrucijada política en la cual, o se rompe definitivamente
con el dispositivo estalinista en todos los terrenos, o el
proceso popular constituyente iniciado desde antes de 1998 queda
completamente engullido en la trayectoria del Socialismo Burocrático.
La
defensa encubierta de la sub-cultura estalinista y de sus residuos
ideológicos, pasa por una postura acrítica de las experiencias
del Socialismo Burocrático realizado (URSS y sus satélites). Sus
tácticas
son vino viejo en aparentes nuevas odres: todo lo que no sea el
Socialismo
troquelado desde la idea marxista-leninista ortodoxa más
ramplona,
extraída de los manuales de “comunismo científico”, es descalificada
y atacada como “reformista, anarquista, pequeñoburguesa y
contra-revolucionaria”.
Viejos estigmas de viejas polémicas.
Se
trata “casualmente”, de los estigmas que utilizó la subcultura
de aparato de izquierda para disciplinar autoritariamente a sus
militantes a lo largo del siglo XX, a partir del ciclo de luchas que
se inicia desde la revolución rusa, y que se cierran con los
acontecimientos
de finales de los años 60, donde la defensa del estalinismo
explícitamente
queda completamente desacreditada. Sin embargo, lo que se diluye en
el plano manifiesto, asume una existencia latente, esperando su
reactivación
histórica.
Esta
micro-política estalinista avant la lettre, es la mejor
demostración
de que el socialismo burocrático realizado, sigue presente como
clima en determinadas tendencias de la izquierda, aún significando
la demostración histórica de nuevas formas de alienación, opresión
y explotación; lo cuál explica parcialmente, algunas de las condiciones
subjetivas por la cuales no pudo representar alternativa histórica
alguna al capitalismo hegemónico.
El
uso del monopolio de la “voz revolucionaria”, la descalificación
de cualquier diferencia o desacuerdo, es un ejemplo típico de las
pretensiones de control ideológico, del lenguaje y del pensamiento,
suficientemente analizado por intelectuales de respetable trayectoria
en la izquierda mundial (Para muestra: Chomsky)
Aunque
el nuevo imaginario socialista asume la diferencia y el desacuerdo como
elemento indispensables de la política de la igualdad y la
emancipación
(ver Ranciere, por ejemplo), la vieja izquierda se inclina a conservar
su pretensión de policía (En el estricto sentido dado por
Foucault:
disciplina, normalización y control).
El
uso del monopolio de la “voz correcta”, en el capitalismo neoliberal
hegemónico, tuvo un gran impacto y fue analizado como “pensamiento
único” (Ramonet dixit). Pero el “pensamiento único”, desborda
las cartografías de “derecha e izquierda” propias de la geo-cultura
de la Modernidad occidental; delimita vastos problemas
filosófico-políticos
de diferentes círculos civilizatorios, culturales y nacionales (pues
toda filosofía tiene sus implicaciones políticas).
Uno
de estos problemas es la distinción entre posturas
absolutistas-despóticas,
y las interpretaciones que consideran que a “ilustración de la
liberación”,
a la “razón histórica” o las “hermenéuticas-críticas”, como
un patrimonio valioso para los movimientos de emancipación social,
política y cultural.
El despotismo anida en aquel lugar común que plantea, por ejemplo, que la “Iglesia” siempre habla de “libertad” cuando está en la oposición, y de “verdad monolítica” cuando ejerce el poder. Algo semejante ocurre con el dispositivo estalinista, al convertirse en una maquina de constitución de identidades contra-revolucionarias (todo lo que no sea como el “acróbata audaz”, es contra-revolución).
La
analogía es útil en la medida en que se reconoce que hay un “marxismo
de derecha”: un marxismo burocrático, sectario, dogmático, vulgar,
que con aparentes expresiones marxistas, reproduce y vehicula un
principio
(arché) de cuño despótico.
Por
tanto, las nuevas figuras de los Socialismo participativos,
democráticos,
plurales y libertarios, no se construyen desde los viejos métodos,
plantillas, expresiones y contenidos del imaginario despótico del
estalinismo.¡Ni
desde las armas melladas del capitalismo, ni desde las armas melladas
del estalinismo!.
Hacerse
cómplices, dejarse llevar o intimidarse por el dispositivo
estalinista,
es justamente la puerta de entrada a la sedimentación, desde la vida
cotidiana hasta las instituciones, de los “lugares comunes” y “habitus”
del Socialismo Burocrático del siglo XX; liquidando la
posibilidad
de la experiencia crítica y creativa del Socialismo participativo,
democrático, plural y libertario.
Sin
amplia participación, protagonismo popular y deliberación, sin decisión
de bases, sin diversidad de corrientes de pensamiento crítico
socialistas,
sin ampliación de los espacios de libertad de los individuos sociales,
como singularidades revolucionarias, el dispositivo estalinista se
apropia
de los espacios de la revolución como un
“virus gusano”.
Se
habla, por ejemplo, desde el dispositivo estalinista de “avanzar
al Socialismo”, de “profundizar la revolución”, de “radicalización”
en medio de más patético seguidismo ideológico y la repetición acrítica
de cuatro o cinco “axiomas” de los manuales de “comunismo científico”
(propiedad estatizada, táctica de clase contra clase, partido único,
planificación burocrática y deber de sumisión ideológica).
Sin
embargo, la conciencia socialista emancipadora es autonomía liberadora
de multitudes populares, no sumisión castradora de aparatos, partidos
ni engranajes estatistas. Se pretende imponer el estilo de “socialismo
“correcto”, pues se trata del monopolio de la “voz única”,
que se complementa a su vez con un abstracto y simplificador “análisis
sociológico de clases”, donde cualquier “idea” es un simple “reflejo
ideológico” de una situación definida por algunos atributos
sociológicos.
La
manipulación es muy sencilla. Un “pequeño grupo de decisión”
(el equipo de propaganda de la “voz correcta”) pre-define cuál
es la “conciencia revolucionaria” (“Nosotros” estamos en la
“Verdad”), así como los “parámetros de desviación y divergencia
ideológica” (A la izquierda de “nosotros” solo hay "anarquistas",
a la derecha, “oligarcas” y “reformistas”. Ambos hacen “causa
común contra-revolucionaria”.
Así,
se definen los axiomas, principios y dogmas de la “secta”, que son
obviamente normas, valores y creencias incuestionables. Luego, se
establece
si las “opiniones analizadas” se desvían o no de la opinión sostenida
por el “núcleo de decisión” (la “voz correcta” del núcleo),
tratando de relacionarlas con situaciones de clase sociológicamente
definidas.
La
plantilla de clases es elemental, no parte de ningún “análisis
concreto de una formación social específica”, con sus rasgos y
características
particulares, se trata de una simple clasificación sobre-puesta:
“oligarquía,
burguesía, pequeña burguesía, proletariado, marginales”, y en algunos
casos, el “campesinado”. Allí comienza el ejercicio de atribución
de “actitudes ideológicas básicas” para cada una de estas clases.
Si
la opinión objeto de “seguimiento político” es la de una persona
o grupo de “condición obrera y popular”, pero se desvía o diverge
de la posición atribuida por el “grupo de decisión”, entonces
será etiquetada como afectada por el “poder espiritual de la ideología
dominante”; la opinión estará presa de la “falsa conciencia”;
es decir, su valor será nulo o negativo, en estado de “debilidad
ideológica”, “potencial peligrosidad” o “contra-revolucionario”.
El
esquema binario, lo que la semiología han llamado el “binarismo del
código”, o los filósofos: el “maniqueísmo”, es parte de la
fórmula para efectos de control ideológico y normalización social.
No se trata entonces de facilitar o catalizar la reflexión crítica,
los pensamientos autónomos y creativos, sino de imponer la “opinión
ideológica correcta”: Malo/bueno, correcto/incorrecto, verdadero/falso,
aparecen relacionados en una suerte de “bloque mágico”: pasiones,
actitudes, creencias, enunciados e ideas.
Así
mismo, si la opinión analizada es la de una persona perteneciente a
los “sectores medios”, “campesinos” o “marginales”; además
tiende a desviarse de la opinión del “núcleo de decisión”, entonces
la opinión es etiquetada como “reformista, anarquista, pequeñoburguesa
o contra-revolucionaria”.
El
chantaje es permanente (bajo la fórmula: o estás con nosotros o estás
en el camino de la “contra-revolución”), e implica ejercer formas
de “violencia simbólica” muy similares, por cierto, a los esquemas
de propaganda política, de su institución fundadora (Iglesia),
o de los “comunicadores estratégicos” de la industria cultural
capitalista.
Desde
allí, el criterio de contraste de opiniones aplica la regla de la
"desviación
ideológica, sea de derecha o de izquierda”; técnica institucionalizada
en el partido-aparato estalinista. Obviamente, el “grupo de decisión”
ya ha establecido la “voz ideológica correcta” de antemano. Lo
demás es un juego de invariantes que giran alrededor de cuatro o cinco
“axiomas” de la política estalinista (propiedad estatizada,
táctica de clase contra clase, partido único, planificación burocrática
y deber de sumisión ideológica).
Adicionalmente,
operan racionalizaciones complementarias, extraídas de los manuales
soviéticos, utilizando iconos ejemplares, para reforzar la
identificación
con los “héroes pertenecientes a la épica revolucionaria” (quienes
encarnan y personifican los axiomas ya establecidos), basadas en la
concepción de la forma ideológica como simple reflejo ideológico
de situaciones de clases.
Se
utiliza, con criterio de liturgia eclesiástica: el cuerpo, el
rostro y la carne. Se trata de una suerte de “monjes” de la revolución,
preñados de la “pureza moral” descrita en el recomendable trabajo
de Barrington Moore (“Pureza moral y persecuciones en la historia”).
Aunque
parece elemental su lógica y su funcionamiento, son devastadores sus
efectos para la sedimentación de una cultura política autoritaria
en las corrientes de izquierdas, pues instituye un modelo de
“propaganda
bancaria y alienante” (Denunciada por Paul Freire, en su crítica
a los métodos de concientización de la vieja izquierda autoritaria).
Se
trata del más burdo y vulgar “adoctrinamiento coercitivo”, que
para ser completamente eficaz, debe articularse adicionalmente a
espacios
o a campañas dirigidas a la “critica y auto-crítica revolucionaria”,
que se asemejan a rituales de “desposesión”, “purificación moral”
y “ex culpación ideológica”.
El
ideal colectivo coercitivo construye las fantasías centrales de grupo
(culto a la personalidad, vanguardia-aparato, legalidad
revolucionaria,
criminalización de la diferencia), con rasgos persecutorios y
paranoides,
explicitamente articulados a demandas de penalización y castigo.
Se
trata más que de estimular el debate socialista, de diseminar "fórmulas
de juicios de opinión" utilizadas en las grandes "purgas
soviéticas".
Los
estudios de influencia social y psicología social de la persuasión
coactiva, muestran cómo “sectas, servidumbres y despotismos”, utilizan
este tipo de técnicas y métodos de manipulación ideológica. En el
caso del campo de izquierda, el dispositivo estalinista se basa
en principios similares a las más burguesa y capitalista “Sociología
de la desviación social”, pues se trata de técnicas de dominación,
control y gobernabilidad, que pretenden anular opiniones, actitudes
y pensamientos disconformes, críticos o contestatarios; por tanto,
potencialmente divergentes.
Aunque
esta retórica reaccionaria fue quebrada durante los
acontecimientos
del 68, dando lugar a nuevos flujos y singularidades revolucionarias,
se mantiene latente en determinados espacios. Han sido las voces
subalternas,
marginadas y excluidas las que le dieron la espalda al dispositivo
estalinista.
Stalin, con su sociología de la desviación y su criminación de
toda diferencia, fue emblema de los que la nueva izquierda rechazó
a lo largo y ancho del mundo. ¡Pero…aún quedan sus cultores y
comisarios,
reactivando su estilo político!
El
lucha por la contra-hegemonía socialista no es entonces un
consenso
construido por prácticas hegemónicas democráticas, o por pedagogías
políticas emancipadoras, sino por prácticas hegemónicas autoritarias,
imponiendo consensos forzados, con una “intoxicación lingüística”
de base, desinformando, manipulando, suprimiendo información,
chantajeando
al destinatario, manejando culpas y proyectando “chivos expiatorios”.
Las
etiquetas son diseminadas: la “maldición ideológica” de la “pequeña
burguesía” es su “oscilación política”. Vive permanentemente
una suerte de trastorno ideológico bipolar, con su hibrido esquizoide.
Así mismo, los etiquetados como “marginales”, viven bajo la
desorganización
socio-genética de sus ideas y valores, por la fragmentación social,
vicios y “conductas antisociales” del “lumpen”. Sirven de “masa
de maniobra”, de rebaño electoral, pero están presos de tendencias
egoístas, cálculos inmediatos y utilitarios. Los “campesinos”
son siervos ideológicos de la pequeña propiedad agraria y de la pequeña
producción mercantil; y así sucesivamente, con las diversas capas
o sectores, que no se consideran portadores de la verdadera “ideología
proletaria”; es decir, la que postula los cuatro o cinco axiomas del
“socialismo correcto” (propiedad estatizada, táctica de clase
contra clase, partido único, planificación burocrática, deber de
sumisión ideológica).
Finalmente,
la única ideología auténtica es la del “proletariado revolucionario”;
pero no la del “proletariado empírico”, ni la de los “obreros
de carne y hueso”, sino la que expone magistralmente la “vanguardia
portadora de la conciencia revolucionaria”, encarnada en el
aparato-partido
marxista-leninista (si es “partido-único”, mejor), que será un
“destacamento de vanguardia”, cuyos miembros, son como señalaba
la fórmula leninista: “profesionales de la revolución” (si lo
confunde con los Fasci italiani di combattimento es una simple
“confusión pequeñoburguesa”).
Este
paquete ideológico de adoctrinamiento coactivo pretende imponerse bajo
un ambiente de “no debate”. El “debate de ideas” es la táctica
difusionista, donde se liquidan por descalificación todas las opiniones
distintas a las del “núcleo de decisión o propaganda” (La forma
de debatir es singularmente dialéctica: simplemente, se declara la
verdad y se concluye en la misma verdad.)
Sin
embargo, hay un terreno donde el núcleo de decisión de la “voz correcta”
es incompetentes: una lectura crítica de Marx. Como los filtros
del estalinismo son los operadores simbólicos (¡Peor para Marx!).
Si uno lee en profundidad, por ejemplo, al mismísimo Marx, no encuentra
ninguna de estos axiomas, principios ni terminología de “desviaciones,
líneas, aparatos” y “voz correcta”. ¿Cuando comenzó toda esta
nomenclatura de la “desviación ideológica”, en el seno del pensamiento
de la izquierda revolucionaria?
Se trata de un acto político fundacional que se institucionaliza con el lenguaje de la ortodoxia bolchevique y su “sub-cultura de partido-aparato”. La retórica, los tropos, las figuras del lenguaje remiten al imaginario jacobino de la “elite revolucionaria”.
¿Conocemos
el significado los procesos y circunstancias históricas que llevaron
a la etapa del “terror revolucionario”, sus “comités de salud
pública”, durante la “Revolución Francesa”?. Obviamente, el
“monopolio de la virtud” y la “pureza moral” están del lado
de un grupo auto-designado como encarnación de la “voluntad general”.
El resto es pura “contra-revolución”, por tanto, “homo saccer”,
“spam”, “desperdicio”, “destino en el gulag”.
Desde
este esquema, cualquier divergencia de criterios, valores o ideas es
descalificada bajo la intención de fortalecer el “polo reformista”,
o peor, el “polo contra-revolucionario”. Aquí, debemos recordar
al “padrecito” Stalin (Sobre el peligro de derechas en el PC de
la URSS-1928):
“La
desviación derechista en el comunismo, bajo las condiciones del
capitalismo,
es la tendencia, la propensión de una parte de los comunistas -- sin
forma definida aún, verdad es, y quizá inconsciente, pero propensión,
a pesar de todo -- a apartarse de la línea revolucionaria del marxismo,
inclinándose hacia la socialdemocracia. Cuando ciertos círculos
comunistas
niegan la oportunidad de la consigna de "clase contra clase"
en la lucha electoral (en Francia) o se manifiestan contrarios a que
el Partido Comunista presente una candidatura independiente (en
Inglaterra)
o no quiere agudizar el problema de la lucha contra la socialdemocracia
de "izquierda" (en Alemania), etc., etc., eso significa que
dentro de los Partidos Comunistas hay gente que pugna por adaptar el
comunismo a la socialdemocracia.”
Se
trata de toda la jerga del llamado “tercer período” estalinista
(contra el frente único revolucionario, contra el frente popular, contra
el frente amplio de izquierdas), basada en la idea que enuncia que para
“radicalizar la revolución” hay que acometer una jornada de purgas,
liquidando las “desviaciones de derecha” (socialdemocracia) y las
“desviaciones de izquierda” (trotskismo, anarquismo, democratismo,
entre otras).
El
dispositivo estalinista adquiere su éxtasis justamente en el
acontecimiento
criminal que se desencadena con las “purgas”. Cualquier arqueología
de las ideologías políticas puede analizar, comprender y caracterizar
esta retórica de la “ortodoxia de aparato”. El extremo de este
sectarismo puede llevar, por ejemplo, a la institución del
“Pensamiento-Gonzalo”,
en el caso del “maoísmo” de Sendero Luminoso, por ejemplo.
El
culto a la personalidad es, definitivamente, la etapa superior del
sectarismo.
La enfermedad de la izquierda es el sectarismo.
La
cohesión ideológica del grupo sectario responde, entre otras
dimensiones,
a la difusión del “enemigo oculto, disfrazado, infiltrado”, a la
proyección del fantasma paranoico-agresivo de grupo, como base de la
“ilusión grupal”. Cualquier diferencia de opinión es traición,
no hay apertura alguna a nuevos horizontes de comprensión, ni a explorar
la fecundidad de una multiplicidad de perspectivas, cualquier
divergencia
de políticas, es contra-revolución, el camino es único, y el
pensamiento-único también; como la “revolución está ahora asediada
desde adentro”, ha llegado el tiempo de las “grandes purgas”.
¡Ya
tenemos nuestros pequeños pichones de Yezhov!
El
asunto clave y estrategico es si esta reacción estalinista,
provocará una contestación que ponga en juego axiomas radicalmente
democráticos, diversos y complejos de una política-otra para nuevos
socialismos contra-hegemónicos.
¡Insumisos del mundo, uníos!