Rasparon a Ricardo Hausmann y a Roberto Rigobon



Un maestro le pide a uno de sus alumnos que mencione los huesos del cráneo.
-Los huesos del cráneo son: Un frontal, un occipital, 2 temporales, 2 orientales...
-No, chico –interrumpe el maestro-. ¡Los orientales son los chinos!
-Es verdad, maestro. Así, pues, los huesos del cráneo son: Un frontal, un occipital, 2 temporales, 2 chinos...

El chiste ilustra la manera como suele responder la Coordinadora Democrática a las objeciones: Remarca el error y lo hace más grave. No basta con que sea una ligera torpeza. Siempre se empeña en hacer evidente sus equivocaciones y en resaltarlas para que a los venezolanos y extranjeros no nos quede la menor duda de que efectivamente puso la torta.


Días atrás, la Coordinadora Democrática –lo que queda de ella, en realidad- presentó nuevos “argumentos” para sustentar su acusación de un supuesto fraude cometido en el Referendum del 15 de agosto. En esta oportunidad se trataba de un estudio estadístico elaborado por los profesores Ricardo Hausmann, Harvard University, y Roberto Rigobon, Massachussets Institute of Technology. Después de una semana, y hecha la evaluación correspondiente, el Centro Carter desechó por inconsistentes e irrelevantes tales “argumentos”, dando al traste con la última ilusión de quienes se niegan a aceptar una realidad inocultable e ineludible.


Fiel a su conducta característica –remarcar y hacer evidente el error-, de inmediato, la Coordinadora, recurriendo a SUMATE, no sólo reitera los argumentos limpiamente rechazados, sino que hasta se da el lujo –eso si, con mucho respeto- de acusar al Centro Carter de precipitado; pues, apenas se tomó una semana –a mi juicio mucho tiempo- para evaluar la fundamentación presentada por la Coordinadora. Ella misma, para predicar con el ejemplo la moderación y el sereno equilibrio de sus acciones, se toma menos de veinticuatro horas para rechazar a su vez la respuesta del Centro Carter y, de paso, descalificarla; pues, no está avalada por circunspectos profesores e investigadores universitarios de la estatura académica de Hausmann y Rigobon. Por supuesto, desviando olímpicamente la mirada del impresionante currículum vitae de Jennifer McCoy que incluye no solo lauros académicos sino experiencia y obra publicada precisamente en el área de que se trata: Procesos electorales.


Ante estos hechos, uno pierde toda capacidad de asombro, para decirlo con una frase común. Entiende que la Coordinadora ha decidido reñirse con la racionalidad y no hay manera de hacer encajar lógicamente comportamientos tan azarosos y epilépticos. Ni siquiera la simple pretensión política de sobrevivir y escudar con pretextos la derrota que le propinaron el 15 de agosto son razones que cohesione y torne comprensible la recurrencia a argumentos inconsistentes, contradictorios y falaces.


Entonces, uno, a manera de comprensión piadosa, tiene un momento de duda y se plantea que quizás si se reconstruyen los razonamientos desplegados ante nosotros podamos contribuir a arrojar algo de luz sobre la confusión. En tal sentido, les propongo un ejercicio. Hagamos el esfuerzo harto difícil y arriesgado de tomar con seriedad la antología de disparates que esgrimen como argumentos las prestigiosas figuras profesorales de Hausmann y Rigobon y contrastemos esos argumentos con las objeciones esbozadas por el Centro Carter, por la OEA y por otros observadores (Moncada, Nieto, Rodríguez, etc.). Sin duda, comprenderemos así porque el emblemático cisne negro no llega ni a pato güire. Veamos.


Las argumentaciones de los cazadores de cisnes se reducen a tres. Primera: La muestra de las mesas sobre las que se practicó la segunda auditoría no fue seleccionada de manera aleatoria. Segunda: Hay mesas en que el número de votantes por el SI es inferior al número de firmantes por la solicitud del referendum revocatorio pertenecientes a las mismas mesas. Tercera: En un modelo estadístico elaborado por Hausmann-Rigobon no se consiguieron pruebas de que no hubo fraude y, en consecuencia, dan por válida la hipótesis alternativa, esto es, que hubo fraude. La base empírica que respalda el análisis está constituida por los resultados de exit polls realizados por Súmate y la Coordinadora, por las firmas para solicitar el revocatorio recogidas por Súmate y la Coordinadora y el comportamiento del modelo Hausmann-Rigobon realizado por encargo de Súmate y la Coordinadora.


La necedad repetida. La primera argumentación fue rechazada en su oportunidad por el CNE e incluso por la voz de Teodoro Petkoff quien refirió en un programa de televisión que él había preguntado si cuando se practicó la auditoría las cajas estaban ya seleccionadas y obtuvo como respuesta que no sólo no habían sido seleccionadas previamente sino que fueron ellos (Centro Carter y los observadores) quienes las seleccionaron y personalmente las trasladaron hasta el lugar del conteo. Ahora el Centro Carter describe con lujo de detalles los pasos concretos que se dieron para garantizar que la selección fuese efectivamente aleatoria. Sin embargo, la coordinadora insiste en que hay dos chinos. Rigobon dice que la semilla que generó la secuencia de mesas seleccionados podía haber sido hecha con anterioridad al referendum, permitiendo así a los autores del fraude seleccionar cuales mesas afectar y cuales no. Se olvida del detallazo que en palabras textuales del Informe del Centro Carter se anota lo que sigue: “El CNE solicitó a un grupo de profesores universitarios que desarrollaran un programa de generación de muestras para la segunda auditoría”. Lo que equivale a decir que antes del referendum nadie sabía que se iba a realizar una segunda auditoría y mucho menos conocer de antemano el programa generador de muestras aleatorias ni las mesas que estarían incluidas en una muestra que partiera de determinada semilla. A menos que concluyamos que los autores del supuesto fraude fuesen brujos con poderes premonitorios especiales, ante lo cual, sin duda, ya nada pueden hacer la ciencia y la razón.


Argumentos ociosos. El segundo argumento es francamente para ponerse a llorar. Pues, aún suponiendo que fuese cierto –y aquí como en infinidad de sitios se demuestra que es falso- los votos afectados son 29.866. Es decir, que si por un momento en un acto de desprendimiento y complacencia insólitos tomáramos los votos cuestionados y se los asignáramos al SI, ¿pueden decirme de dónde sacarían el millón setecientos ochenta y un mil setecientos cincuenta y cinco votos más uno que aún les haría falta para una victoria del SI? A este punto de la argumentación ya ni vale calificar de irrelevante la objeción de la Coordinadora y más bien deberíamos calificarla de vulgar ociosidad. Peor aún cuando se demuestra que esa objeción carece de todo fundamento y referencia real; pues, la suma total del SI es superior a las firmas recogidas para el revocatorio y las poquísimas diferencias en contra que se presentan son racionalmente explicables por apatía de los firmantes al acto de votación, porque algunos de los firmantes eran partidarios del proceso revocatorio pero no del SI o porque simplemente uno que otro cambió de opinión. Sin contar con los firmantes que no podían votar porque eran extranjeros, menores de edad o sus firmas resultaron duplicadas o chimbas.


Popper paga los platos rotos. Entre las tantas críticas de las que ha sido objeto el postulado de Popper sobre la falsabilidad de la hipótesis científica está precisamente el que este hace referencia a universales y la ciencia trata de particulares y, en nuestro caso, se trata de una situación particularísima y compleja: Referendum revocatorio en Venezuela, con un sistema electoral con particulares votantes e integración de funcionarios, con unas reglas y una metodología, con una infraestructura que combina recursos informáticos y manuales, con una tradición de prácticas electorales no precisamente distinguidas por su trasparencia y honestidad, etc. En este particular contexto nadie y mucho menos el CNE ha sostenido “Todos los cisnes son blancos” o su equivalente “En ningún referendum hay fraude”, ni siquiera ha dicho “En este particular proceso refrendario no hay fraude en ninguna de sus fases o circunscripciones”. Se ha limitado a decir “No tenemos indicios y mucho menos evidencias de hechos que desvirtuen la voluntad del electorado venezolano en el proceso revocatorio del 15 de agosto”. Partiendo de aquí, podemos señalar lo siguiente: Lo primero es que la Coordinadora no ha presentado ni un solo hecho que niegue esta aseveración. Lo que ha presentado como tales ha recibido oportunas y contundentes respuestas. Es más, admitamos la hipótesis de que en alguna fase o en alguna circunscripción o con algún votante particular se haya escamoteado la intención de voto. ¿Este cisne negro negaría el aserto en que hemos resumido la posición del CNE? No. Habría primero que evaluar cuál es el peso que tiene en el universo de votantes y si altera significativamente el resultado del referendum. Lo único que demostraría –y eso nadie lo discute- es que nuestro sistema electoral tiene fallas que permiten que, en determinadas condiciones, sea alterada la intención de voto de uno o más votantes.


La hipótesis alternativa Hausmann-Rigobon tiene un innegable tufillo a trampa. No sólo porque irrespeta la metodología científica en su formulación sino porque recuerda las prácticas que en asambleas estudiantiles u obreras ejecutaban adecos y copeyanos, maniobreros por antonomasia. Tales señores se las ingeniaban para torcer la voluntad de la mayoría acudiendo al siguiente truco: Primero establecían que las decisiones serían válidas si cuentaban con el apoyo del 75% de los presentes y, además, sentaban que la asamblea no podía decidir dos veces sobre el mismo punto. Seguidamente sometían al colectivo la proposición contraria a sus intereses. Por ejemplo, que Pedro Pérez conserve el cargo de Presidente. Ocurría que Pedro Pérez obtiene el 62% de los votos de la asamblea y, en consecuencia, es rechazada la proposición. Inmediatamente saltaban los maniobreros a exigir la destitución del Presidente porque al ser rechazada su permanencia se estaba aprobando la proposición contraria de que abandonara el cargo. Así, pues, se formaba la sampablera y terminaba resolviéndose la asamblea a carajazos. Cualquier parecido con la realidad no es coincidencia.


Pero toda esta argumentación es rechazada y se insiste en evaluar caprichosamente el modelo Hausmann- Rigobon –de los mamíferos no sé; pero, de los reptiles, si se bastante-. Olvidan los ilustres profesores el sabio consejo de su maestro Popper: “La doctrina de que en una disciplina existe tanta ciencia cuantas más matemáticas haya en ella, o cuanta más medición o ’precisión’ haya allí, se basa en un malentendido. Por el contrario, la siguiente máxima es válida para todas las ciencias: no buscar más precisión de la que se requiere para el problema entre manos”. O, mejor aún, la metáfora fulgurante que utilizó Keynes al llamar “alquimia estadística” a determinados modelos macroeconométricos que bien ilustran esa pretensión de obtener oro, mezclando y manipulando datos en modelos matemáticos sin valor relevante alguno. Los preceptos básicos de la metodología científica exigen no sólo la consistencia matemática del modelo sino que es necesario determinar si efectivamente reproduce el comportamiento del fenómeno que dice reproducir. Y ambas pasos son materias pendientes del estudio estadístico presentado y, por otra parte, la testaruda realidad se empeña en señalar mas bien que tal estudio ni es consistente ni mide lo que dice que mide. También olvidan el principio de parsimonia de la explicación científica: La explicación más sencilla es la más probable.


Al partir de premisas falsas, el análisis estadístico Hausmann-Rigobon deviene en una superestructura académica sin sentido. Si yo digo que tengo seis mangos y quien está encargado de contarlos me dice que solo tengo cuatro, puedo inferir sensatamente que los dos faltantes son atribuibles a una maniobra del contador. Esto suena consistente a la luz de la lógica. El problema es que yo no tengo ninguna prueba de que poseía seis mangos y, en mi contra, contadores independientes (llámese encuestadoras distintas a mi) dicen que yo no tenía tal cosa. Hausmann-Rigobon quieren que obviemos ese detalle –de hecho para ellos no existen encuestas y datos que nieguen sus premisas- y nos concentremos a revisar si sus cuentas están correctas (si la diferencia entre 6 y 4 es 2; si convirtiendo a esta cifra en positiva, la sumamos al cuatro que dice el contador que tenemos nos da como resultado la cifra que de acuerdo a nuestra afirmación inicial nos corresponde, si hay correlación entre la afirmación que le hice a fulano con la que le hice a zutano y otras ociosidades parecidas). Quieren que, después de acompañarlos en ese recorrido, concluyamos con ellos que efectivamente tenían seis mangos.


Dos consecuencias deprimentes. Las consecuencias que pueden derivarse del informe Hausmann-Rigobon son cada una peor que otra. Por una parte, uno podría pensar que los profesores son una muestra más de esos tantos especialistas ignorantes que sólo dominan aspectos restringidísimos del conocimiento en donde, eso sí, se conocen al dedillo hasta los mas nimios detalles. Quizás, dominen con absoluta precisión las fluctuaciones financieras que se producen en determinados títulos valores de la bolsa de Nueva York, entre las 2 y 3 de la tarde de los días miércoles en el mes de noviembre, cuando a su vez se mantenga estable el precio del petróleo, los rigores del frío se mantengan en promedios normales y no haya elecciones presidenciales en el país. Pero, si se pelan de mes, día u hora, y mucho más, si abarca otro aspecto de la realidad y para colmo del tercer mundo, ya entonces no sabrán que hacer y no les quedará más que cazar patos fuera de temporada.


Pero, por otra parte, si ese no es el caso y los profesores Hausmann y Rigobon –y no tenemos porque dudarlo- tienen una sólida formación científica que les permite evaluar con solidez y profundidad cualquier aspecto de la realidad social y además provistos de la metodología científica que les asegura el arribo a conclusiones serias, la consecuencia es peor y más deprimente. Se trataría de que concientemente, cual sofistas modernos, se dedicaron a fabricar una argumentación, prestigiada con sus nombres y con sus universidades, para engañar y construir una farsa que sustentara reclamos sin sustento. Abonarían lo que Lakatos –precisamente discípulo de Popper- anotó sobre aquellas teorías o postulados científicos que “no son sino meras creencias enraizadas en intereses inconfesables”.


Pero, sea como fuere, en ambos casos han hecho el ridículo y los vemos coreando con la Coordinadora: “Dos temporales, dos chinos...” Y, entonces, mortal ignorante, a uno le provoca gritarles: “Profesores Hausmann y Rigobon: ¡Los chinos son los nativos de China!”.


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Rafael Hernández Bolívar

Psicología Social (UCV). Bibliotecario y promotor de lectura. Periodista

 rhbolivar@gmail.com

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