Yo voy a mi gallo pinto

El domingo... ¡guaguancó pal que sabe!

Algunas confidencias he de hacer para dar entorno a mi declaración. Me perdonarán entonces los aporreadores la intimidad y complicidad. No se escribir de otra manera.

Descubrí a Aporrea en los primeros cuatrocientos metros de la puja que tanta marca nos dejó abril de 2002. Una pana me dijo: “métete en esta dirección…” y nunca más salí de allí.

Tal vez como a muchos de los aporreadores sucede, en ella me proyecté por su amplitud, dignidad y posiciones verticales sin que para nada eso significara la demolición del otro… a menos que fuera golpista.

A través de ella conocí el criterio brillante (que el estilo para decirlo es otra cosa) de venezolanos increíbles: Desde Jiménez Magiolo, Danny Di Fazio, Hugo Moyer, Mario Silva, Roberto Malaver, Luigino Bracci, Mercedes Chacín, Reinaldo Bolívar, Eugenio Carrasco, hasta Sanz Rotz, pasando por Raúl Bracho, Diego Silva Silva, Xavier Padilla, Florencia Herrera, Antonio Machuca, Eduardo Palacios Sevillano, por solo citar a algunos. Todos tienen el norte común de la Patria, así como sucede con los melómanos a los que no nos importa no conocernos sino la afinidad en el afinque y el entendimiento.

Pasaron los meses… y llegó el diciembre del año en que vivimos en peligro. Casi pierdo a mi primera nieta porque no había gasolina para una ambulancia, ni un taxi que llevara a mi hijo y su mujer preñada de futuro a una emergencia.

Recuerdo el recibimiento de 2003. Un pana de los duros ( julio es su nombre) me había dado tres cervezas diciéndome: “Guárdelas compañera porque no habrá otras para recibir el triunfo resistente”. Y con ellas, sola de toda soledad recibí un año feliz porque detrás de esa champaña popular estaban las ganas y la sonrisa del que sabe que tiene brújula. Realmente no estuve sola: Estuvo Aporrea conmigo, y por su intermedio, centenares de hombres y mujeres que como yo, ofrendábamos el sacrificio necesario. Ellos en todas partes. Yo, en Guarenas.

Ya con 2003 andando triunfante me fui a un concierto popular, de esos tan sabrosos que siempre se montan en el 23 de enero, mi amorosa y salsera parroquia. Ahí conocí a Gonzalo Gómez. Ahí conocí la historia a sangre y fuego de Aporrea. Ahí conocí a un hombre entusiasta, salsero, trovador, tocador de guitarra y cantautor, dueño de una voz hermosa para cantar tanto como para gritar consignas, extender la charla formadora, y movilizar al pueblo.

Y la amistad siguió. A distancia, como son las amistades que solo necesitan saber de una emergencia para salir en auxilio sin que nadie lo pida.

Con Gonzalo, las veces que nos vimos en esos años viví, a través de sus palabras, las luchas anónimas de colectivos, de parroquias, de trabajadores anónimos de los que se paran a las 4 de la mañana a trabajar pero para quienes el viernes en la tarde significa compartir la fría, la opinión, el criterio y, por supuesto, la música.

Quien no haya trajinado el sufrimiento junto con la calle, sin tener para taxis, no sabe del otro trajín: el de la satisfacción a conciencia por el esfuerzo hecho. De eso, amigos, sé. Ustedes también.

Y heme acá con que el domingo son las elecciones primarias del PSUV, signadas en muchos circuitos por el ventajismo mediático, por la práctica cuestionada de lo que se aprendió en el pasado.

Y quién les dice que votaré el domingo, y que sin duda mi voto será por la carabina 30-30: Por ese número 30 que le tocó a Gonzalo Gómez, quien, sin esperar curul ni prebenda, ni retratarse con Chávez, ha hecho y seguirá haciendo lo que todos haríamos: levantar la voz, la contraloría, la idea, la innovación, la seriedad, la honestidad, la solidaridad … y claro: La Patria.

Ya muchos de los postulados están en la Asamblea Nacional, y otros están hasta en el mismísimo Miraflores. Los resultados de sus gestiones los juzga el colectivo y están para la Historia. A los que no nos seducen puestos sino responsabilidades con el futuro y con el pasado, sabemos que esa generación emergente (desde hace años) cocinada en cal, y a fuego lento, junto a la lágrima viva del sueño que se puede escapar, puede aportar, y mucho, en la definición de los últimos 400 metros de la carrera. No es que quede mucho tiempo, y hay que atropellar como Cañonero.

Salsera impenitente, melómana convicta y llena de amor por la diversidad cultural que somos, a mucha honra, quisiera poder dar otros nombres, por ejemplo el de Juan Contreras, Número 52 en el circuito 2 del Distrito Capital, o el de mi queridísimo Diógenes Carrillo, quien le sacó el cuerpo a la muerte para entregarle la vida al proyecto de país que intentamos construir. Y Diógenes es el número 18 en el circuito 1 así como Gonzalo es el 30. Si pudiera votar muchas veces votaría por lo no mediáticos, porque eso es una medida, y los mejores conciertos son los que no se publicitan.

Mi carabina 30 30 está en buenas manos, y con ella la alegría, la esencia del guaguancó que somos, y la vigilancia, porque si algo somos los amantes de lo popular en la cultura, es vigilantes.

Nada, quería compartir lo que siento. Ojalá Aporrea publique estas atípicas líneas. Siento que sí, no porque apoyen (como lo hacen) con convicción a mi número 30 del circuito 1, sino porque ese equipo es puro corazón. Y nosotros también.

La Patria es el hombre, como decía Alí. De eso se trata.

(*)Periodista

lilrodriguez@cantv.net



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Lil Rodríguez

Periodista. Defensora de los valores culturales venezolanos y latinoamericanos.

 lilrodriguez@cantv.net      @lildelvalle

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