Aunque en la actualidad se negocian los reconocimientos a “personalidades”, hay que estar claro que reconocer los méritos, a tiempo, a las personas que lo merezcan; es un deber del alma. El Padre de nuestra Patria, Simón Bolívar, estaba perfectamente consciente de éste y permanecía pendiente en hacerlo, y no solamente a los comandantes de alguna batalla, sino también a los soldados que por su heroísmo se destacaban en tal acción bélica. Hoy en día casi siempre se busca al jefe de algún grupo humano para reconocer la labor de tal o cual institución, cuando en realidad casi todo el trabajo de aquella lo han realizado los trabadores de la organización social o comercial, por lo que el reconocimiento no tiene el valor que debía tener, y solo se convierte en un acto espurio. Se debe tener cuidado al escogerse las personas para brindarle un reconocimiento y no hacerlo como si fuera el acopio de golosinas de una rebatiña. Una actuación de esa maneras desmerita el valor del reconocimiento, tal ha sucedido con algunos premios Nóbel de la Paz, sino, póngase el lector a pensar donde puede estar los méritos para que el Señor Presidente de Estados Unidos Barack Obama y el de Colombia, Juan Manuel Santos, hayan podido ser seleccionando para ese máximo galardón. En realidad eso parece más bien un otorgamiento grosero de los señores noruegos miembros del jurado calificador, pero aún mayor grosería es la de estos caballeros que en pleno conocimiento de no haber realizado mayor, o ninguna, labor en beneficio de la paz, muy orondos aceptaron el premio. Okey, pero sigamos ahora transcribiendo otra parte del profundo y detallado Discurso de Angostura pronunciado por el Libertador Simón Bolívar el 15 de febrero de 1819 a orillas del Río Orinoco.
“Ya que por infinitos triunfos hemos logrado anonadar las huestes españolas, desesperada la Corte de Madrid ha pretendido sorprender vanamente la conciencia de los magnánimos soberanos que acaban de extirpar la usurpación y la tiranía en Europa, y deben ser los protectores de la legitimidad y de la justicia de la causa americana. Incapaz de alcanzar con sus armas nuestra sumisión, recurre la España a su política insidiosa: no pudiendo vencernos, ha querido emplear sus artes suspicaces. Fernando se ha humillado hasta confesar que ha menester de la protección extranjera para retornarnos a su ignominioso yugo ¡a un yugo que todo poder es nulo para imponerlo! Convencida Venezuela de poseer las fuerzas suficientes para repeler a sus opresores, ha pronunciado por el órgano del Gobierno, su última voluntad de combatir hasta expirar, por defender su vida política, no sólo contra la España, sino contra todos los hombres, si todos los hombres se hubiesen degradado tanto que abrazasen la defensa de un gobierno devorador, cuyos únicos móviles son una espada exterminadora y las llamas de la Inquisición, un gobierno que ya no quiere dominios, sino desiertos; ciudades, sino ruinas; vasallos sino tumbas.
La declaración de la República de Venezuela es el Acta más gloriosa, más heroica, más digna de un pueblo libre; es la que con mayor satisfacción tengo el honor de ofrecer al Congreso ya sancionada por la expresión unánime del pueblo de Venezuela. Desde la segunda época de la República nuestro Ejército carecía de elementos militares: siempre ha estado desarmado; siempre le han faltado municiones; siempre ha estado mal equipado. Ahora lo soldados defensores de la Independencia no solamente están armados de la justicia, sino también de la fuerza.
Nuestras tropas pueden medirse con las más selectas de Europa, ya que no hay desigualdad en los medios destructores. Tan grandes ventajas las debemos a la liberalidad sin límites de algunos generosos extranjeros que han visto gemir la humanidad y sucumbir la causa de la razón, y no la han visto tranquilos espectadores, sino que han volado con sus protectores auxilios y han prestado a la República cuanto ella necesitaba para hacer triunfar sus principios filantrópicos. Estos amigos de la humanidad son los genios custodios de la América, y a ellos somos deudores de un eterno reconocimiento, como igualmente de un cumplimiento religioso a las sagradas obligaciones que con ellos hemos contraído. La deuda nacional, Legisladores, es el depósito de la fe, del honor y de la gratitud de Venezuela. Respetadla como la Arca Santa, que encierra no tanto los derechos de nuestros bienhechores, cuanto la gloria de nuestra fidelidad. Perezcamos primero que quebrantar un empeño que ha salvado la patria y la vida de sus hijos”