Una de dos, o convertimos definitivamente las oficinas de correo en oficinas de Internet, o deberían cerrarse por obsoletas y desfasadas, pero, eso sí, que con su personal no ocurra lo que sucede con y en todos los organismos públicos venezolanos, donde los despidos o jubilaciones ilegalmente jamás se sincronizan con la liquidación de las correspondientes prestaciones sociales y demás acreencias que generalmente el Estado les adeuda, salvedad hecha para los privilegiados o favoritos de turno, a quienes hasta les paga lo que no se les adeuda, una aberración burocrática que lejos de irse extinguiendo, parece repotenciarse con cada paso del reloj político, porque repúblicas van y rs. vienen, y todo sigue igual, en el mejor de los casos.
¿Habrá todavía quienes se carteen por intermedio de esas longevas y anquilosadas oficinas? Las hay, porque la ingenuidad de la nueva generación y la de los desinformados no se agotan en unas sociedades donde los gobiernos informan más sobre los temas de su interés personal y partidista que de los temas de cultura e información popular.
Es que no se oye una sola noticia emitida por los centros de poder a través de sus polifacéticos medios, que tan onerosos les resultan al bolsillo de los trabajadores, que no envuelva, solapada o descaradamente, una cuña política en favor del editor o en contra de sus adversarios, inclusive de sus disidentes. Ni qué decir en contrario de la Oposición Política involucrada, incapaz también para reconocer mediáticamente algunos logros de sus adversarios en funciones de gobierno, por palmarios y reales que aquellos resulten.
¿Habrá quienes sigan confiando en unos servicios que fueron tan desacreditados y prostituidos por los partidos AD y Copei cuando contrataron su personal en sus respectivas casas del partido, en oficinas que se convirtieron en la verdaderas agencias de colocación y jefaturas de personal del país, a tal punto de que los jefes de personal locales, de las oficinas locales, quedaban atados de pies, manos y lengua, para sancionar o reprender a sus subordinados so pena de ser ellos los botados sin darles derecho a réplica alguna.
La escogencia de ese personal no se hizo, en general, en las oficinas correspondientes de un organismo con la relevancia e importancia que tiene todo servicio de comunicaciones, cuyo ejercicio, gerencia y plantilla de trabajadores deben ser rigurosamente seleccionados y capacitados. Es tan importante una comunicación íntima, sea amorosa, comercial o de investigaciones policial, castrense, científica, etc. Así lo recoge hasta la Constitución más pirata que se haya aprobado algunas veces.
Pero no fue así, y, durante los nefastos años del Puntofijismo, esas oficinas fueron dotadas de un personal muy irresponsablemente seleccionado. Por ejemplo, a los “mensajeros” les entregaban correspondencia, que es privada constitucionalmente, pero que en condición de escogido por partido, adeco o copeyano, al enterarse de la dirección del destinatario y de su nombre, optaba, a su arbitrio, por arrojarlas al primer basurero que se hallara en su ruta. Vi algunos basureros con semejante contenido. Ejemplo concreto y asaz veraz: En la Universidad donde trabajé 23 años en línea recta, arrojaron a las calzadas interiores las selladas cartas navideñas que yo les había encomendado a las oficinas de la “Dirección Académica” para que se las hicieran llegar a algunos colegas a quienes que yo no podía entregárselas personalmente.
Así fue creado, pues, el mercado, y cómo empezó a surgir el servicio privado de encomiendas, aunque no sabemos qué fue primero: si la instalación de esta lucrativa industria de correspondencia y encomiendas, o la corrupción de aquellas oficinas.