La soberanía no se negocia ú oficio de presuntos delincuentes al mediodía

Primer Round: Don Cipriano espera a su contrincante, ya sabe que le va a decir. Su edecán hace pasar al insolente estadounidense que se quiere hacer llamar “Mister” aún sabiendo que el equivalente español es “Señor”. El gringo amigo (¿?) viene, en suma, a amenazar al hombrecillo (emponzoñado de brandy, según sus enemigos) a reclamarle que, como es posible que a los imperios les haga lo que les hace. Don Cipriano, quien sabe sin alterarse, le dió en español castizo y andino sus razones: este es un país soberano y la soberanía nuestra, como la estadounidense, no se negocia: se respeta. El gringo, más furioso que un volcán, sale del despacho profiriendo la amenaza de romper relaciones con el Norte Industrializado. Ignoro la reacción de Don Cipriano, pero no creo que se echara a llorar, ni que estuviera desesperado como el hombre que no ve más allá de una determinada fémina, habiendo tantas en este planeta.

Segundo Round: Más de un centenar de años después, en una cárcel que no haría construir el difunto Don Cipriano, un grupo de “líderes del crímen” se propone debilitar al gobierno imponiendo sus torcidas leyes. Un error estúpido de cálculo hizo demorar las negociaciones, como si se pudiera negociar con alguien nacido y criado bajo el terror y la violencia irracionales y al final, unos pocos murieron, muchos fueron rescatados ilesos, pero uno de esos delincuentes y sus incondicionales compinches huyeron con dinero y más armas que un comando genocida israelí y todavía la prensa amarillista se hacía eco de las palabras de un desquiciado que hablaba de la masacre impuesta por las armas de un régimen más criminal que el que se suponía que presidia Don Cipriano. Daba risa ese otro hombrecillo emponzoñado de odio que denunciaba la fulana masacre pero que había alquilado el poco CPU de su cerebro descolocado al mejor postor. ¡Que desperdicio!. El Gobierno, aunque tarde, cumplió con su deber: donde manda capitán, el marinero se calla. No se negocia el mando, ¡carajo!.

Tercer Round: Una tarde demasiado calurosa, una vieja revelación del boxeo local argumentaba en el Parlamento que había que someter a votación según la Constitución a quien colocar en el Poder mientras el Comandante huía (como dijo cierta prensa española) al dorado exilio cubano-brasileño a restaurar su salud. No lo dejarían hablar ni a él, ni a los otros majaderos que clamaban contra la Constitución ayer, como ahora la proclamaban. Para nada, al fin y al cabo le dieron el permiso al Comandante y de allí ha de regresar para terminar de cumplir con el deber que no pudo terminar Don Cipriano. Por fortuna, ya no estamos como hace 100 años. La soberanía de las leyes NO se negocia: se respeta.

Conclusión: Lo escrito, escrito está dijo Poncio Pilato. A esos delincuentes que se quieren hacer fuertes siendo embajadores, siendo presidiarios vulgares y silvestres o parlamentarios, tarde o temprano les van a cantar su requiem sin sinfónica, ni banderas, ni luto nacional. Son la clase de gente que no queremos para gobernar y construir un país. Don Cipriano y todos los que he mentado no eran perfectos, pero algunos de estos personajes anónimos o conocidos tuvieron el valor de hacer restaurar el Imperio de las Leyes, de las leyes justas, las que se debaten en el seno del Parlamento, las que el Pueblo aprueba y no en conciliábulos herméticos, como le gustaba al caballero de lenguaje florido que hoy preside el mustio jardín adeco. Ese es el único imperio que vale la pena mantener, tal como nos lo enseño nuestro General de Mujeres y Hombres Libres, Simón Bolívar. Eso, jamás podrá ser discutido. Vamos a vivir para vencer...

Punto final.

 
(*) Ingeniero en Electrónica.

rj1962@cantv.net



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Roberto Arenas


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