-“Por favor señorita, me vende unos pasajes para la fecha que allí está escrita.”
Cuando entré a la oficina de Conferry, ubicada entre Barcelona y Lecherías, comencé por asombrarme. Dentro estaban cuatro jóvenes muchachas dispuestas a atender una clientela que brillaba por su ausencia. Un joven dispuesto a atender una de las taquillas, las otras cuatro estaban cerradas y un vigilante. Por cierto, el presunto taquillero, a falta de gente a quien venderle pasajes, en una fecha próxima al inicio de la temporada alta, se distraía en algo, a bastante distancia de lo que es su habitual puesto de trabajo.
Aquello me produjo mala espina y no caí en la tentación de atribuirlo a un “lamparazo” de buena suerte mía, llegar en un momento que por extrañas circunstancias aquello estaba algo más que descongestionado.
-“Como no, con todo gusto”, dijo una de las cuatro muchachas, que para mí solo allí estaban atendiendo.
-“¿Cuál horario prefiere, el de las 7 a.m. o el 4 p.m.? Pues sólo hay esas dos salidas”.
-“Me parece perfecto el de las 4 p.m.”. Contesté a la joven con la misma amabilidad que ella utilizaba.
Mi compañera, quien como es habitual me acompañaba en aquellos menesteres y siempre es, como la mayoría de las mujeres, muy acuciosa, preguntó a la joven.
-“¿Ese horario puede variar? ¿No es posible que salga más tarde, retrasado?; porque nos preocupa lleguemos muy tarde de la noche a Punta de Piedras”
Mi compañera siguió hablando con la joven, quien disponía de todo el tiempo para atendernos a nosotros dos solos, y le agregó el siguiente comentario:
-“Si sale a las 4 p.m., tomando en cuenta que últimamente el express se mueve con mucha lentitud, estaríamos allá a las 6 y media o 7 de la noche y eso estaría bien para nosotros”.
La joven, quizás con indulgencia, nos miró acompañándose de la mirada de las otras tres, ofreció una bella sonrisa y nos confesó – lo digo así como un reconocimiento a ella -:
-“Bueno, este ferry express, el único que existe, tiene fijada esa hora de salida. Pero uno no puede garantizarlo porque muchas veces hay que usar los convencionales, que hacen el viaje en seis horas, ante la imposibilidad que el correspondiente salga”.
-“Además”, continuó informándonos la joven, “ese express está trabajando con una sola máquina y echa cinco horas mínimo para cubrir la ruta. De paso, el aire acondicionado está malo o funciona de manera deficiente”.
“Bueno”, me atreví a preguntar a la joven, ¿si esto está en este estado, lo que explica que aquí no haya nadie, cómo viaja uno a Margarita?”, pregunté sin molestarme por consideración a las jóvenes, quienes pese a todo se mostraban solícitas y agradables.
-“Le recuerdo”, dijo otra de las muchachas con el ánimo de ayudar a un par de personas de la tercera edad, no apropiados, según percibieron, para sufrir las calamidades que ellas enunciaban, “que hay otras dos empresas navieras que prestan el servicio” y de seguidas nos dio los nombres.
Por supuesto que sabía de ellas, pero por costumbre y deseos de viajar en la empresa del Estado, en aquel momento no me acordaba y tampoco me las había planteado como alternativa.
Mi compañera, antes de retirarnos para llegarnos hasta Pto. La Cruz, a comprar los pasajes en una de esas empresas privadas, se le ocurrió preguntar a las muchachas:
-Mira mijita”, refiriéndose en apariencia a una sola de ellas, “¿Y cuándo llegan esos ferrys que el gobierno compró hace ya bastante tiempo?”
Las tres chamas, con la espontaneidad y belleza propia de la juventud, sin dejo alguno de mala fe o intención oculta, sonrieron al unísono y en coro respondieron:
-“¡Eso mismo nos preguntamos nosotros todos los días!”
Llegué a Puerto La Cruz, justo al lado del terminal de Conferry, a las oficinas de una las empresas privadas que prestan el servicio de transporte a Margarita y aquello estaba repleto. Para resumir, compré mis pasajes sin dificultad alguna, porque me dieron carácter preferencial. Hicimos las mismas preguntas y las respuestas fueron satisfactorias, aparte que el horario ofrecía diversas alternativas.
No diré más nada; no voy a teorizar ni a juzgar la conveniencia o no de haber expropiado Conferry de las manos de los Tovar, familia que según el decir de todo el mundo “daban un ojo para que el gobierno hiciese lo que hizo”. Ese es un tema muy conocido y sobre el cual ya hemos opinado en demasía.
Sólo quiero preguntar o mejor preguntarme: ¿Para qué expropiamos esa empresa? ¿Para descalificar nuestras propuestas de cambio? ¿Para sacar a los Tovar de un atolladero? ¿Por un simple arranque irracional de revolucionarismo? ¿No estamos favoreciendo el discurso de los defensores del capitalismo, aquél que califica al Estado como mal administrador? ¿Ese muerto no tiene dolientes ni responsables hay del lamentable estado del cadáver? ¿En dónde colocamos esta calamidad? ¿En cuál renglón? ¿El de la improvisación, ineficiencia, burocracia, complicidad o simplemente corrupción?
Al revisar la prensa de hoy, después de dado este artículo por terminado, encuentro una nota vergonzosa sobre el estado general de la flota y el servicio de Conferry.
No quiero hablar más.