“En esta revolución
todo el mundo puede meter la pata,
pero jamás meter la mano en la lata”
Fidel Castro
En la sala de una funeraria, me encontré dos amigos de pensamiento político totalmente distintos; tuve con ellos breves conversaciones, haciéndose presente el tema de la corrupción, el cáncer de nuestra sociedad; uno de ellos, hijo de padres revolucionarios hasta la muerte; el otro es un próspero productor agrícola, enemigo del proceso venezolano y fuerte crítico. Apenas se marchó el opositor se me acercó nuevamente el amigo y camarada para decirme: “Con que moral, crítica ese señor la corrupción”. No sé, si tiene la honestidad suficiente para hablar de la descomposición, que envuelve al país, pero argumentos le sobran, están presentes en la vida diaria.
Por algo el presidente Nicolás Maduro, desde el mismo momento de agarrar las riendas del país, ha venido enarbolando las banderas contra la corrupción, implementando mecanismos para hacerle frente de manera firme a este mal, extendido a lo largo y ancho como una verdadera epidemia, contaminando a muchas personas por el ansia voraz de hacer dinero a manos llenas, sin importarles la dignidad del ser humano.
En varias oportunidades me han comentado las equivocaciones del presidente en sus intervenciones públicas; la mayoría de las veces respondo con ese pensamiento certero y valioso en la formación de todo revolucionario, pronunciado por ese inspirador de multitudes como es Fidel Castro “En esta revolución todo el mundo puede meter la pata, pero jamás meter la mano en la lata”. Estamos claros, que no es fácil poner en práctica esa expresión en nuestro país, por muchas razones difíciles de explicar en este artículo, pero si podemos hacer algunas apreciaciones entendibles para cualquier lector preocupado por la situación de podredumbre de algunos funcionarios en el momento de manejar los dineros públicos.
Todo sabemos, cómo llegaron al poder en Cuba socialista; apenas triunfaron, cortaron de raíz, todas las señales de corrupción en el aparato del estado, sin embargo no dejan de aparecer algunos casos, porque la tentación siempre es muy grande, ilusionados por los vientos que soplan del suelo Norteamericano. En nuestro país la vía ha estado llena de inmensas dificultades; se ha respetado el ordenamiento democrático de un aparato estatal sobre bases y leyes burguesas corruptas muy difíciles de erradicar; los desplazados viven tensando la cuerda, tratando de recuperar los privilegios perdidos.
Con estas dificultades se mueve este proceso; los problemas crecen de manera acelerada; la solución en la mayoría de los casos se apoya en el dinero, fomentándose una desenfrenada corrupción, poniéndose de manifiesto un adagio muy popular, propio del llano venezolano: “Es peor el remedio que la enfermedad”, porque lamentablemente la conciencia se viene ahogando en un pozo muy profundo como es el consumismo, al que parece no escapar nadie por los sofisticados avances tecnológicos con precios muy altos, lejos del alcance de un numero considerables de personas; muchos son vencidos por la tentación, olvidando el valor de la moral y la dignidad del ser humano.
Los ejemplos de “revolucionarios” corrompidos sobran y están a la vista de todos; cito un caso sin preocuparme las consecuencias; un testimonio fiel de la gravedad del problema: hasta hace poco trataba a una persona como un amigo, estuvo muchos años militando en una organización de izquierda; de la noche a la mañana, empezó a experimentar un cambio económico fuera del alcance de su empleo y de su capacidad profesional; la última vez que hablamos, tuvimos un roce verbal el cual terminó, cuando un poco alterado, tuve la osadía de enfrentarlo con una sola pregunta ¿Cómo haces para justiciar por lo menos el 20% de lo que tienes?; la respuesta fue violenta, encendió la lujosa camioneta y arrancó como un piloto de fórmula 1.
Traigo este caso a colación, porque para mí importan poco los desplazados políticos (ADECOS Y COPEYANOS); me preocupa los que se ofrecían como los verdaderos predicadores de moralidad y buenas costumbres y empiezan a parecerse a los que tanto criticaron y enfrentaron, cayendo en la misma charca de la corrupción; por eso están resucitando los derrotados con argumentos y clases de moralidad, que ni ellos mismos se los creen; hablan como si no hubieran quebrado un plato, incluso se están presentándose como los salvadores de la patria, cuando el pasado político de nuestro país está manchado por las atrocidades y escándalos protagonizados por ellos. Tratan de resaltar las pifias del Presidente Nicolás Maduro, sin recordar una gran verdad del beisbol: los ponches no cuentan, cuando un pelotero tiene poder y frecuentemente la saca de jonrón; de hecho de panes a penes solamente hay una letra y la morbosa ociosidad de la oposición para escandalizar.
Narciso Torrealba
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