Si quien escribe fuera gobierno, no se tomaría la molestia de inspeccionar comercios en centros comerciales como el San Ignacio o el Tolón, o La Vela de Margarita, por ejemplo, mentando solo algunos de los exclusivos espacios donde darse un gusto sale bien caro. Total, quien quiera regalar su plata y dejarse especular tiene derecho a hacerlo. Siempre hay que recordar a la señora enardecida que le rompió a Samán un paquete de arroz en la cara porque ella quería pagarlo a como le diera la gana. Y es verdad, la doña tiene la potestad de decidir quién saquea su bolsillo. Es parte de la locura que se ha apoderado de la gente no pensante de la oposición; eso asumiendo que hay algunos que piensan.
Las posturas cuerdas son escasas. A veces leemos posiciones razonadas como las de Leopoldo Puchi en el Diario Últimas Noticias y uno siente un respiro, porque se abren brechas en el abismo que nos separa. Pero los Puchi se quedan pequeñitos cuando salen energúmenos a defender lo indefendible, a exigir que con sus especuladores ni con el pétalo de una rosa, como sucedió esta semana en el Ccct. Allí se cayeron a contradicciones quienes defendían a Piña Musical y sus caros precios (claro, porque la música luce como una exquisitez solo accesible a las élites) y otros presentes que entendían que lo que se busca es hacer justicia y ponerle un parado a tanto abuso.
Pero el colmo del frenesí y del barrial en el que están sumergidos quedó explícito en la caricatura que publicó Tal Cual esta semana, con la figura de Jorge Rodríguez atravesado por dos flechas en el pecho. Si eso no es una incitación a matar al alcalde de Libertador, no sabemos cómo puede calificarse.
Ejemplos como ese han sobrado a lo largo de estos quince años. Ese mismo pasquín publicó un día una foto de Chávez con una pistola en mano, en lugar de la flor que realmente tenía en la gráfica original. Y uno se queda pensando y pensando en qué le pasó al cerebro del otrora “guerrillero” Teodoro Petkoff, o a todos esos alienados que por un lado compran barato y por el otro tocan cacerolas de indignación, y ante la falta de respuesta, no le queda otra que la de siempre: de verdad, verdad, están locos.