No entiendo cómo tan grave problema de Estado, el cobro de peaje en la calle, por parte de mafias de manganzones, avanza y se consolida sin que las autoridades incompetentes -obviamente- se den por enteradas.
Lo peor es que ahora operan niños de tan corta edad de entre cinco y diez años aproximadamente, éstos, particularmente en mercados de alimentos, y nadie dice nada al respecto, ni alcaldes ni gobernadores ni institutos que deberían velar por el cuidado e integridad de la niñez se abocan a meterle el pecho a ese enojoso asunto, al menos es de lo que estoy en antecedente.
Tal vez porque no me gusta ni suelo conducir en la ciudad y mucho menos en la carretera, lo hace por mí una chofera a la que le digo Dilka Muno (valga así) porque le da a la chancleta que me asusta, me he desentendido casi completamente del tema, pero ahora me ha tocado vivirlo y colearlo directamente.
Supe que en Caracas, en la zona de compra denominada El cementerio, los manganzones cobran hasta cien mil bolívares, sólo por estacionar una carcachita; y allá en Conejeros -en Margarita- que por cierto cuenta con un inmenso estacionamiento, tú tienes que pagarle peaje a unos tipos que inclusive andan bien vestidos y rechonchos; ¿qué es eso, acaso es legal? Y ni siquiera porque el estacionamiento es tan enorme que ni a medio llenar suele ocuparse, palabras del taxista amigo que nos llevó allí a zamparnos un buen taco de empanadas (por cierto éstas sabrosas y grandototas).
Pero igual ocurre en cualquier parte del país, sea en mercados sea en las calles sea donde sea, mafias muchas veces rapaces fomentan delincuencia al esquilmar a tutilimundi, sin otra patente que la apatía de quienes están en el deber de proteger al ciudadano, de tales mafias, y no lo hacen.
Inclusive, he visto a un sinvergüenza vestido de chaleco y pantalón y camisa muy parecida a la de los fiscales de tránsito y eso es simulación descarada, por no decir usurpación de funciones que atañen al Estado y ese es un serio problema que avanza y se arraiga causando descontento en la colectividad. Pienso que nadie debe usar impunemente el uniforme de nuestra Fuerza Armada Nacional Bolivariana -FANB- pero tampoco el de los fiscales de Tránsito Terrestre ni de la policía, pero se está puteando el caso y sí no se le pone un torniquete al asunto ahora mismo vamos a caer en el caos de un momento a otro, al paso que vamos.
¿Hay que hacerse la vista flaca o la vista gorda ante tan enojoso asunto? Particularmente haber visto a niños de no menos ni más que cinco u ocho o acaso diez años, aproximadamente, cobrando peaje, me ha conmovido.
¿Donde están los padres de esos niños, dónde está el Estado Venezolano, que valga preguntar, dónde está el alcalde o el gobernador o la comuna?
Mientras, ese problema hace metástasis social y genera una violencia muy sutil en el ciudadano que paga impuesto legal cuando matricula el carro y cuando compra repuesto pero además tiene que pagar peaje por aparcar en la vía.
La violencia del pueblo es como el desborde del río, que arrasa el conuco y toda la cosecha se pierde. Si el río no es canalizado e inclusive se apela a encausarlo mediante un malecón, será tamaña amenaza cuando desde su cabecera se desate la lluvia diluviana; valga el símil.
Los aludidos compatriotas se hacen manganzones por múltiples causas de orden social y político, entre otras, y que no viene al caso tal análisis, pero eso de poner a sus propios pequeñísimos hijos a malandrear es intolerable y hay que actuar para parar ese trote, el Estado tiene la palabra; nosotros todos somos corresponsables de velar por la defensa del Estado, así que a parir.
Creo que lo dable es organizar a los manganzones y ofrecerles trabajo en servicios que cada alcaldía presta o debe prestar a la comunidad pero no dejarlos a que por su cuenta y a la machimberra matraqueen al pueblo y de paso violenten el Estado de Derecho, impunemente. Cada ciudadano tiene derecho a estacionar su carcacha donde pueda y sin más regla que cumplir que las disposiciones de tránsito.
Y, en cuanto a los niños, hay que ser rigurosamente inflexibles y buscar la manera de rescatarlos del precipicio del vicio y castigar severamente a sus indolentes padres. Aquí no se trata de desentenderse, todo lo contrario, al manganzón hay que ayudarlo a reubicarse en un trabajo lícito y, para ello sobran alternativas. Respecto a los niños no basta apartarlos del vicio sino que es indispensable que el Estado se haga responsable de reorientarlos.