No paga la hechura del traje

El salario paga el oficio del sastre

Las siguientes explicaciones buscan facilitar un poco las complejas disquisiciones y novedosos conceptos contenidos en el Capítulo I, Primer Libro, Sección Primera, de El Capital, de Karl Marx.

La Economía Política gira alrededor del VALOR (de cambio), de allí su relevante importancia para el conocimiento científico. Veamos este caso: Por concepto de mano de obra[1], indistintamente usada como sastrería o carpintería, el salario cubre la cesta básica del sastre o la del carpintero, pero no cubre el valor creado durante el ejercicio de la sastrería ni el de la carpintería. Digamos que el salario es para pagarle al trabajador que haga un valor de uso u otro, pero hasta allí.

Algunos artesanos de un mismo ramo resultan más productivos que otros entre sí mismos, tienen rendimientos diferentes en términos de los valores de uso fabricados en la empresa correspondiente; unos artesanos tardan más tiempo personal que otros en la producción del valor de uso de su especialidad, y también según las diferentes especialidades. Se trata de diferentes rendimientos[2] para las diferentes especialidades, y dentro de cada una de estas.

 Para pagar el traje confeccionado, sólo por mano de obra, o la mesa por igual concepto, hay que medir el tiempo empleado por cada uno de los artesanos en la hechura del  traje y la mesa, de la misma manera o con la misma fórmula que usamos para valorar la fuerza de trabajo de uno u otro: esta vale el equivalente al valor del sostenimiento familiar que repone al trabajador y su familia.

Curiosamente, cada oficio o técnica es de una productividad muy particular. Esto significa que no se pueden cotejar entre sí la del sastre con la del carpintero. Las mejores o peores productividades se dan sólo dentro de artesanos o profesionales de igual ramo o especialidad.  Mal podríamos decir que un sastre es más productivo que un carpintero, pero sí, que haya unos más productivos que otros como sastres o carpinteros, respectivamente.

Cuando Karl Marx distingue entre trabajo simple y t. complejo o más calificado, se refiere precisamente a que la experiencia, destreza y la formación académica resulta diferente en cada uno de los mismos especialistas. Todo eso referido a valores de uso.

Las mercancías tienen la particularidad de ser ambivalentes: como valores de uso son de diferente calidad, y así lo son los trabajadores dedicados a diferentes técnicas, y por tales razones son susceptibles de intercambio. Como valores de cambio, sólo pueden ser de distinta cantidad, como lo son las horas acumuladas por los trabajadores mientras usan sus diferentes fuerzas de trabajo.

El valor de cambio es de naturaleza estrictamente cuantitativa, y como se halla presente en valores de uso que son diferentes en calidad-estos valores de uso deben ser reducidos o expresados mediante un denominador común a los efectos de su intercambio. Digamos que como valores de cambio, todos los bienes son iguales entre sí bajo determinadas proporciones aritméticas; así, 1 diario informativo [3] = 1 cafecito; un Kg de maíz = 2 huevos.

Hallar ese denominador común fue obra de Karl Marx, quien pudo demostrar que el dinero, si bien se presenta como un denominador común entre 2 mercancías diferentes como valores de uso, ninguna de las dos posee cantidad alguna de ningún tipo de dinero. La gallina y sus huevos, un periódico y un cafecito, no tienen en su ser una pizca de monedas. Expresar sus precios en dinero nos impone reducirlos a otro denominador común que deben tener tanto 1Kg de maíz = 10 Bs., como su equivalente = 2 huevos de Bs. 5 c/u.  ¿Qué variable determina en común que una de ellas valga 10 Bs., y la otra, 5 Bs.?

Esto es así porque para poder cotejar e intercambiar valores de usos diferentes o heterogéneos deben ser identificados con las mismas unidades de cambio. Uno de esos denominadores, el más viejo y conocido, es el dinero, y por esta razón, durante más de 2 mil años se pensó-y así piensan aún los rezagados en materia científica económica-que el valor de cambio quedaba reducida a la proporción en que mercancías de distintos tipos se intercambian en determinados espacios y tiempo, algo así como que el valor de cambio del cafecito sería igual a la relación  precio de un ejemplar del diario El Nacional (abajo citado) con el precio del cafecito o de cualquier otra mercancía.

Cuando decimos que un asalariado gana 1 salario mínimo, esta paga la recibe por la calidad de sus servicios laborales haciendo esto o aquello en tal o cual empresa, pero, en estas empresas ese mismo asalariado carga de valor trabajo a las mercancías que allí se procesan con su mano de obra usada durante la jornada, y este valor de cambio suele no ser equivalente al salario en cuestión. Por eso, el salario paga por el tipo de oficio practicado, y no por el resultado obtenido con dicho ejercicio durante tantas y determinadas horas de trabajo.


[1] Léase.: Fuerza de trabajo, un valor de uso propiedad del trabajador proletario.

[2] Este fue el tipo de valor-de uso-trabajado por los marginalistas mengerianos.

[3] El diario El Nacional, de Caracas, Venezuela, tiempo atrás quiso abaratar el precio del ejemplar de cada día, al margen de cualquier evaluación de costo, sólo con fines de mercado en búsqueda de una mayor demanda de lectores. En ese entonces constaba hasta de 4 robustos cuerpos con alta densidad publicitaria. Hoy en día, confronta una inocultable pérdida de clientes publicistas, derivada de la reducción sufrida de lectores que ahora lo consideran un diario politizado con baja objetividad informativa. Por supuesto, esta pérdida de mercado publicitario y de compradores la viene disfrazando con una supuesta carencia de papel o soporte de su principal materia prima que es la noticia de cada día nacional e internacional. Este diario ha minimizado esta materia prima  porque sólo informa lo que le conviene como ente político y no como empresario capitalista. Mal puede dotarse de papel un diario que no tiene publicidad ya que si lo hace sería para sacar páginas en blanco. Páginas blanquecinas  que, si a ver vamos, hasta servirían para darle el uso sanitario que el sabio pueblo le ha dado desde hace mucho tiempo,  para todo menos para informar verazmente a ningún lector.



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Manuel C. Martínez


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