El “bachaqueo” no se combate persiguiendo solamente al “bachaquero”

Es innegable la lucha que se libra en el combate al contrabando del Zulia, desde donde las mafias se llevan a Colombia además de la gasolina, los alimentos de la cesta básica, los productos de limpieza, de higiene personal y hasta los billetes de 50 y de 100 bolívares.

Las amas de casas, esas señoras que se calan un día y más en una cola alrededor de una tienda con el fin de obtener dos paquetes de arroz,  dos de azúcar, dos de harina, un pote de leche, para darle la comida a sus hijos, estoy seguro que aplauden esas acciones en contra de los inescrupulosos e inescrupulosas que se lucran del ilegal negocio.

Toda la gente honesta que sufre las consecuencias de ese delito, sin duda apoya  y felicita a las autoridades cuando evita que esos bandidos se llevan la comida que después la gente no encuentra en los anaqueles venezolanos, pero es preciso tener claro que el “bachaqueo” no se enfrenta persiguiendo solamente al “bachaquero”.

No señor, para que la batalla a la írrita extracción de alimentos sea efectiva, es indispensable atacar a los corruptos que los proveen y a quienes los dejan pasar por las alcabalas sin ninguna restricción. De lo contrario, no creo que sea posible.

Más claro y sencillo todavía: mientras existan hampones enchufados en las grandes tiendas, que le vendan mercancía a esos delincuentes y no haya policía o guardia que los detenga en la vía a la frontera, no habrá medida que valga para controlarlos.

El contrabando sigue. Más bien se ha incorporado la familia entera al vil negocio. Ahora no sólo “bachaquea” el jefe o la jefa del hogar, actualmente participan en la despreciable actividad los hijos y las hijas, los primos y las primas, los hermanos y las hermanas, las nueras y los yernos… Y en Maicao, Colombia, compran desde un alfiler hasta un elefante. Nadie se devuelve con la mercancía que contrabandea de Venezuela.

Los “bachaqueros” grandes siguen traficando en camiones altas cantidades y los pequeños, esos que han hecho del negocio una empresa familiar, van comprando de a poquito y viajan dos veces a la semana al vecino país con la mercancía que la mamá, el papá y todos los parientes y amigos, han recabado en esas jornadas y esas colas donde se confunden con los clientes que de verdad  compran los alimentos para la comida del hogar.

No se trata de ser pesimista, pero veo -porque eso se puede determinar por  la multitud alrededor de los establecimientos que venden víveres regulados-, que los “bachaqueros” siguen irremediablemente ganando la pelea al Gobierno en detrimento del pueblo.

 



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Alberto Morán


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