Paradoja burguesa:

Los monopolios son unionistas y su condena es contraria a la masa trabajadora[1]

La empresa burguesa, además de cubrir demandas básicas y hasta suntuarias, además de explotar a los asalariados y además de lucrarse al margen de los cuadros de miseria que teje a su alrededor, es usada al mismo tiempo  para controlar al proletariado y al Estado. Se trata del control estructural o económico, una regencia más poderosa que el propio poder politicogubernamental

 

Así, si el gobierno de turno no se ajusta a sus intereses privados, el capital se pone en funciones extraeconómicas, hace y hará lo imposible para derribarlo y doblegarlo. Es así como contrata y despide   trabajadores a su antojo sin que el Estado pueda hacer nada, salvo recurrir a leyes laborales y constitucionales cuya elaboración tiende a ser prefabricada según cánones proburgueses.

 

Las empresas burguesas deciden qué producir, cómo producir y a qué precio vender. No hay manera de que ningún gobierno pueda interferir en su libertad empresarial. Cuando un Estado burgués, por revolucionario que se muestre, intente doblegar el poder económico, este reaccionará de mil maneras: acapara alimentos, medicinas, artículos de higiene personal, y si fuera dueño de los energéticos, a estos también escondería, o dejaría de lanzarlos al mercado. El mal recordado Golpe Petrolero es un ejemplo; con él, no sólo se descabezó el Presupuesto Nacional, sino que se paralizaba toda actividad nacional.

 

En pocas palabras, ante un Estado que no se haya declarado 100% socialista y este se muestre regulatorio de esa libertad comercial, el empresario de consuno con todos los capitalistas, sin invitarlos, sin convocarlos, enseguida acapara, esconde, empeora la calidad y la oportunidad del suministro comercial. Alza los precios sin ningún apego a la estructura de costos. Busaca doblegar al Estado a todo costo, y en ello lo coadyuvan medianos y pequeños empresarios a quienes, por cierto, en caso de fracasos golpistas no reintegrará su pérdidas sufridas.

 

Finalmente,  la coacción del mercado puede provocar el lockout y el despido de  trabajadores, y si la ley se lo prohíbe, entonces abandona la producción a sabiendas de que ese sólo acto del lockout es desestabilizador de la economía, y como efecto inmediato desestabiliza la labor gubernamental. Los planes y la agenda ordinaria del gobernante se ve entorpecida desacelerada y este entorpecimiento es uno de sus objetivos a corto plazo.

 

Pero, además de las acciones develadas a las que ocurre constantemente, tanto en tiempos de  paz como en los de guerra,  ha protegido  el marcado y constante divisionismo de la clase trabajadora mediante su paradójico combate contra el monopolio.

 

La empresa burguesa   fragmenta la clase proletaria en varias empresas menores en lugar de crear o armar una gigantesca empresa[2] de alta producción capaz de contratar  o concentra-unir-todos esos trabajadores y hasta más. Los divide fuera y dentro de las empresas, a unos la llama obreros, a otros, empleados; a otros los llama oficinistas a otros  talleristas o mecánicos como si los demás no operaran con movimiento alguno. Los llama mensajeros, porteros, contables, ingenieros, abogados, médicos, etc.

 

El personal gerencial es ponderado más de la cuenta como si las funciones administrativas pudieran ser un coto privado de algunos privilegiados. No es así, esa relevancia gerencial forma parte del divisionismo laboral cuya máxima realización la ha constituido la legislación antimonopólica de las Constituciones políticas que caracterizan y uniformizan a los estados burgueses.

 

 Es que entre las leyes más contrarias a los intereses del proletariado están paradójicamente las disposiciones CONSTITUCIONALES contra las prácticas monopólicas.

 

No obstante, los empresarios burgueses optan por trabajar con prácticas monopólicas en sus más diversas expresiones con tal de que ellas encarezcan los precios y otorguen privilegios a unas empresas por encima de otras.

 

Aunque esta práctica es verdaderamente dañina y discriminatoria, LA IDEA DEL MONOPOLIO  deja por fuera todas las demás posibles empresas y acaba con todo tipo de competencia entre capitalistas, pero, sobre todo-esto es lo más importante-como efecto indeseado por el patrono, el monopolio acabaría con  la competencia o desunión entre los trabajadores del ramo.

 

Esa cualidad unionista del monopolio es desatendida hasta ahora por marxistas y no marxistas[3]. Ciertamente, más bien, Karl Marx no trabajó el monopolio como lo conocemos ahora porque durante su época fueron escasas y no determinantes las empresas monopólicas; su introducción en Das Kapital sólo enturbiaría con impurezas los rasgos sistemáticos del capital. Pero, no hay duda que Marx erigió sus leyes, postulados y principios descubiertos en su Crítica al capital, en sus análisis de la competencia entre los capitalista porque debía dejar por fuera todo asomo de esta práctica irregular o desviacionista del modo capitalista, a la cual vio como simple desviación entre la oferta y la demanda. Cuando decimos monopolio admitimos que no hay otro capitalista que compita con quien entonces funja de monopolista, y eso es una desviación del mercado y  una irregularidad funcional.

 

Pero, ¿y esto es lo más importante, cuando Marx invita a la unión del proletariado del mundo, debemos entender que para que estos se unan sería necesario que trabajaran juntos y en una misma empresa no sólo de una rama, sino de todas las empresas correlacionadas, unas como proveedoras de medios de producción, y otras como productoras de bienes de consumo final.

 

Hacia esta confirmación unionista, y promonopólica y proletaria apuntaría el Comunismo que todavía se halla en ciernes entre nosotros.

 

Por el contrario, el monopolio uniría lo desunido, porque,  sin ni siquiera proponérselo jamás el empresario burgués, une y facilita la máxima colaboración técnica e ideológica de los trabajadores, habida cuenta que los talleres de  trabajo, las oficinas y los laboratorios en general propician relaciones humanas de amistad y cooperación. Esto abreviaría la concientización de la clase proletaria.

 

Ha habido intentos por unir los trabajadores de empresas afines, se ha manejado las federaciones   por ramas y nacionales, aunque sin constituir alguna empresa única porque se trata de mancomuniones de las directivas sindicales proclives a los intereses desunionistas de la burguesía. Esto se debe a que, si a ver vamos, son las prácticas antimonopólicas las que les dan mejores beneficios y así se mantienen dentro de la ley antimonopolio, pero fundamentalmente les garantiza la desunión del proletariado, única forma de seguirlo esquilmando dentro y fuera de la fábrica. Es que cuando los capitalistas actúan paralelamente dentro de una misma rama comercial lo hacen para dividir a la masa trabajadora, aunque no se lo propongan conscientemente; lo hacen sencillamente  porque hasta en los EE UU está prohibida la práctica del monopolio

 

 Sería inevitable y conveniente romper esa paradoja: Las empresas monopolistas, para cubrir determinada demanda, se encargarían de reclutar una mayor cantidad de trabajadores, esos que se hallan desunidos y muy dispersos en mil y unas empresas que sólo dan cuenta de una fracción de la demanda correspondiente.

01/10/2014


 Aprovechamos para informar que en Valencia suben y suben los servicios médicoasitenciales como si nada. Un seguro privado, por ejemplo, subió casi 20% a partir del  mes. pasado. Desde luego, aquí en Valencia, 1 melón tamaño mediano cuesta más de 100Bs., y 1 cambur vale más de 5 Bs.

[2] Se ha manejado la idea de gran empresa referida a aquella que utiliza grandes capitales, dada la naturaleza del tipo de mercancía que procese: aviones, barcos, ferrocarriles y afines, pero el número de trabajadores por empresa sigue siendo una pequeña fracción del proletariado nacional. La división de una oferta en varios productores baja considerablemente la productividad de todos, es decir encarece los  costes y precios finales.

[3] Véase, por ejemplo, http://yunqueamartillo.org/formacion/competencia-a-lo-marx-y-monopolio-i-rolando-astarita/

 



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Manuel C. Martínez


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