La decisión de la alta gerencia de la aerolínea venezolana Conviasa de despedir más de cien trabajadores por mala praxis laboral, actitudes delictivas y saboteo contra la eficiencia y la calidad de la empresa resulta un hecho notable, disciplinario, poco frecuente en el país y definitivamente necesario. Sin embargo, esto abarca un espectro más amplio.
Las denuncias sobre sustracción de equipos médicos en los hospitales, bienes de pacientes, insumos de laboratorio y medicamentos esenciales para la salud pública es maña vieja, aparentemente incorregible. La sustracción de prendas de huéspedes en los hoteles, sus monedas, cámaras, celulares, ropas y vestidos, zapatos y demás cosas personales es igualmente reflejo de la falta de ética y de valores morales sustanciales en la idiosincrasia de los venezolanos. El incumplimiento de las salidas y la debida información sobre cambios de horarios en los ferrys constituye otra calamidad. La falta de normas de cortesía, de respeto y de decencia detrás de los mostradores, en los distintos negocios, tiendas, supermercados, clínicas, oficinas públicas y hasta en centros educativos, representa una calamitosa expresión de esta misma enfermedad laboral. Punto aparte se merece la mención de las universidades “forjadoras de profesionales”. En estas instituciones sustraen los equipos de computación y sus componentes, el tóner de las impresoras, cables, bombillas, fuentes de poder, aires acondicionados, teléfonos, equipos de oficina, video bean, retroproyectores, entre otros aparatos e insumos de la academia.
La empresa petrolera y sus patios, maquinarias, transportes y químicos se equiparan con la situación de los equipos agrícolas desmantelados en las distintas empresas socialistas creadas para la producción de alimentos y bienes y servicios. Igual estampa se puede añadir de la empresa Corpoelec, de la cual sustraen equipos, cables, autopartes y pare usted de contar. Por lo tanto, lo de Conviasa es apenas la punta del iceberg, pero sorprende que una empresa nacional tome este tipo de medidas radicales y ejemplarizantes. Yo fui víctima de una sustracción de éstas en un vuelo de Conviasa en la ruta Porlamar-Maiquetía. Perdí un teléfono ZTE de poco valor, con línea Movistar que solo utilizaba para recibir llamadas desde esa operadora, pero era un equipo personal y eso es lo que importa. El desagradable incidente por supuesto molesta. Pero hay que aceptar que ha sido otro venezolano u otra venezolana quien ha cometido la acción punible. Esa es la clave.
Otras aerolíneas deben seguir el ejemplo de Conviasa (Laser, Estelar, Aeropostal, etcétera) para que no revendan boletos con la complicidad de maleteros como lo denuncie en aporrea en el artículo del 29 de septiembre de 2014 titulado “Abuso, mafia y corrupción en el aeropuerto de Margarita”. Por otra parte, ya estamos cansados de gente que trabaja de mal humor, con desprecio hacia el cliente, con absoluta falta de cortesía en algunas de esas oficinas y en diversos turnos de servicio. Si se suma esto a los gestores de boletos, las interferencias en equipaje facturado, la siembra de drogas en las maletas, la ruptura de los candados y hasta la grave irregularidad de sustitución de artículos comprados con dólares electrónicos en las aduanas nacionales, rellenando las cajas con piedras y otros objetos con pesos equivalentes, hay que reconocer que el cuadro de descomposición moral y la corruptela es realmente grave en nuestras empresas públicas y privadas, organismos públicos y prestadores de servicios.
La situación es amplia y compleja. Aplica, por ejemplo, para la venta de cupos para camiones de carga en los embarques de ferry de Puerto La Cruz, Cumaná y Punta de Piedras, así como en otros aeropuertos. También se venden cupos para ingresar a las universidades aunque se haga creer lo contrario y cupos para ingresar a trabajar a PDVSA, por decir lo menos. Por ello, esos cuarenta y un presos de Conviasa, si no los liberan en 48 horas y si no compran jueces y fiscales del Ministerio Público, pueden convertirse en una redonda demostración de justicia hacia el pueblo. Si, por contrario, se hace esta pantomima para engañarnos caeremos nuevamente en ese limbo eterno de la injusticia más rancia. Despedirlos no soluciona el problema. Robarán y sabotearán donde trabajen nuevamente. Encarcelarlos les puede servir de escarmiento a ese grupo de sinvergüenzas y a los demás que están escondidos aún bajo un uniforme de servicio, pero la falla general es cultural, de identidad, de educación. Pensemos en la buena fe y aceptemos con fe el ejemplo de Conviasa. Aún podemos creer en nosotros mismos. Esa es la esperanza que nos queda.