Los y las trabajadoras del Ministerio del Poder Popular para la Cultura (MPPC por sus siglas en revolución) de Caracas, asistieron este pasado martes 2 de diciembre de 2014, a uno de los más avanzados eventos culturales que se haya podido disfrutar últimamente, no solo por los cambios que auguran los nuevos tipos de relación laboral, más allá de los tecnócratas y las direcciones de recursos humanos, sino por la audacia que estos han arraigado en la multitud trabajadora.
En el confort de la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño (distante de los hostiles espacios desde donde se suele despachar estos asuntos), aproximadamente dos mil trabajadoras y trabajadores, de dicha dependencia ejecutiva, incluyendo al ministro Reynaldo Iturriza (uno más de ellos), se impuso como el punto de agenda más importante de esa cartera ministerial, por encima de cualquier otra circunstancia de la identidad nacional, es decir, de la cultura venezolana en combate, la reivindicación salarial; la tantas veces postergada, injustamente desatendida y aburguesadamente diligenciada en estos cinco años de paradójico Poder Cultural.
Los y las trabajadoras culturales han logrado construir en escasos tres meses, un espacio antiburocrático, horizontal, de relaciones de nuevo tipo, desde la llegada del nuevo ministro, en el cual, la libertad de asociación, de reunión, de aspiración a altos niveles de calidad laboral, de libre expresión, cualquiera que sea esta su tendencia política, es su insumo principal. La lucha en este sentido ha dado un salto cualitativo, poco perceptible por la ceguera que produce la proximidad de los cambios radicales muy comunes en una verdadera revolución.
De allí, a reforzar la lucha en todos los frentes de la cultura, a la conformación de Los Consejos de Trabajadores y Trabajadoras para la organización de la geometría cultural del país, instalar por fin la formación necesaria de las y los servidores públicos no solo del área, sino de la administración pública en general, para entender aún más el proceso productivo cultural, trascender la simple asistencia, la promoción, la divulgación, la democratización, la masificación, el mero acto o toma cultural, que cualquier administración de derecha pudiera gestionar con mejores resultados para la sempiterna opresión, y definitivamente apuntalar la política pública cultural hacia a la transformación de factores identificadores de la venezolanidad, exigencia máxima de un programa revolucionario, es cuestión de profundizar cada vez más en el tema del "qué hacer" con nuestra cultura como proyecto revolucionario para los siglos venideros.
Lástima que la abrumadora exigencia de bienes materiales, ante circunstancias económicas adversas, en vísperas de las festividades de fin de año, tradición de la otra cultura, la que justamente se pretende dejar morir en paz, no nos permita apreciar con mayor claridad el tamaño de la conquista alcanzada, mucho más permanente que los efímeros recursos monetarios anhelados, pero que paradójicamente si no se obtienen no se concretiza el brillante logro revolucionario.
El chavismo es poder cultural.