La economía venezolana de esta época que ha sido calificada en buena medida con certeza como “guerra económica”, funciona cual sinfonía interpretada por orquesta numerosa, de abundantes instrumentos. Algún personaje, si no genial o de altas dotes como Gustavo Dudamel, pero si dotado de poderes acordados por los dueños y manejadores de los instrumentos, dirige aquella extraña y hasta cruel sinfonía sorda pero destructora.
Levanta la batuta, se acompaña con una señal de la mano en libertad, comienza a mover ambas manos rítmicamente, mientras agita los dedos de manera convencional y aparece en los mercados, abastos y hasta pulperías aceite, harina de trigo, jabón en polvo, que llevaban días sin aparecer en el escenario. Pero esta aparición, quizás por lo discreto o simulado de la señal, es abrupta para la mayoría del público. Pero por un inexplicable, extraño y cómplice mecanismo informativo, algunos o unos pocos, se adelantan y encabezan las colas en los sitios de distribución; aún sin haber muestra alguna visible que justifique esta conducta informal del público. Los demás llegan como un reflejo condicionado; donde se forme aunque sea una pequeña cola, quienes por allí pasen, se pegan sin saber para qué. ¡Eso no importa! ¡Lo que haya! ¡Agarrando aunque sea fallo! Si usted se para cerca de la puerta de un abasto o pulpería a esperar a un amigo, seguro que tras suyo se formará una cola. Porque no importa lo que ellos esperen o vayan a vender; lo importante es comprar para el mañana incierto.
Porque por lo que uno ve, pareciera que el venezolano ha asumido el asunto como algo para divertirse y pasar el tiempo. Aquello de “a donde vayas haz lo que ves”, parece funcionar muy bien en Venezuela; donde veo una cola allí me achanto; si alguien se para, mira a los lados y hacia arriba, sobre todo cerca de un abasto, de inmediato allí se genera una cola; algo habrá de resultar de esto, piensa el transeúnte. Sin dejar de reconocer y recalcar que unos cuantos han hecho de la cola y el bachaqueo hasta una lucrativa forma de vivir.
De repente, pasado unos minutos, en todos los sitios donde aquellos productos aparecieron, en lo que pestaña un mono, se asoma el dueño o vocero del abasto y dice:
-“¡Ya no hay más! ¡Se acabó!”
En ese momento, el director de orquesta hace dos o tres bruscos movimientos y da por cerrado aquel compás. El producto desaparece, uno no sabe hasta cuándo. ¡Quizás vuelva algún día! En el momento que el director de orquesta le asignó. Eso sí, éste hace un breve paréntesis como para recibir los aplausos del público y con parsimonia inicia un nuevo movimiento. Vuelve a levantar la batuta quizás un poco más o menos inclinada que antes, agita la mano libre de un modo estudiado y aparecen otras cosas como mantequilla, pollo, azúcar, café y desodorante, que estuvieron en los depósitos al lado del inmenso escenario a espera de su turno de salir a escena. O la empresa dejó de producirles de acuerdo con el plan del director de orquesta, para producir aquellos que les llegó su turno. Esto lo denunciaron los trabajadores de Polar.
Así, de esa manera orquestada y como por turnos aciagos, desde la perspectiva del público consumidor, funciona la distribución de mercancías; las de primera necesidad, incluyendo las medicinas y las que no lo son, porque las mujeres se quejan hasta por la desaparición esporádica y por momentos más o menos largos de artículos para el pelo y las pestañas.
Con las medicinas, que merecen por razones obvias un tratamiento especial, si su entrada y salida del mercado dependen de la voluntad del gran director de orquesta, quien seguro estoy no es Chúo Torrealba, sucede igual, lo que hace el proceder mucho más cruel; es así, porque entre su desaparición del escenario y su entrada abrupta, cuando aquél le dé la gana, no toma en cuenta lo indispensable de ellas. Uno puede dejar de comer mantequilla, pollo, por un tiempo; almacenar la ropa hasta que al director le dé la gana de hacer circular el jabón, o lavarla mediante otros recursos, bañarse con una “ñinguita” o “conchita” de jabón, pero no esperar cuando a él le parezca para tomar la medicina contra hipertensión o diabetes. El director no toma para nada en cuenta las indicaciones médicas y menos de la Organización Mundial de la Salud.
La guerra económica que, según él director y quienes forman parte de la orquesta, tiene como fin tumbar al gobierno, ha demostrado la falsedad de eso que los economistas liberales llaman “las ciegas leyes del mercado”. Estas aquí no funcionan, como no han funcionado nunca. Han sido maniatadas y lo han sido, porque no son ciegas ni fatales. Alguien las puede manipular en su propio beneficio. ¿Quién puede hacerlo? Pues quienes han mostrado que pueden secuestrarlas y controlar el mercado. ¡Los poderosos!
Claro, uno también sabe que en una guerra hay dos polos. En este caso quienes controlan la circulación de mercancías y el capital por un lado, con sus particulares deseos de acumular más, deseo superior al de tumbar gobierno alguno y el pueblo consumidor. El primero, cree dirigir la guerra contra el gobierno pero es falso; lo hace contra el pueblo consumidor y de bajo salario, pretendiendo confundirle para que se ponga de parte de ellos; de su enemigo. O lo que es lo mismo que se vuelva enemigo de sí mismo. En el medio está el Estado con su gobierno, que lo menos que podría hacer, más siendo objeto de ataque del primer factor, accionar para obligarle a entrar por el carril que no es otro que las elementales reglas del mercado, las mismas que ellos ponderan sagradas y de la moral ciudadana. Este Estado, con los recursos monetarios que maneja, también debe y puede hacer para equilibrar entre oferta y demanda. Es decir, el Estado tiene la opción de actuar como ente regulador a través de la norma jurídica, demás instrumentos coercitivos y también como operador o suministrador de mercancías. Si no lo hace con eficiencia, contribuye, aún contra su propio interés, al de los capitalistas, deseosos de acumular y especular en todas la escalas. La escasez se pone de parte de ellos permitiéndoles mayor acumulación.
De manera que, no es suficiente el Estado nos ofrezca que a partir del 2015, estará en todas partes con cuatro ojos vigilantes u ¡ojo pelao!, como gustaba decir a Chávez, sino es necesario busque la manera de incentivar la inversión, invierta el mismo, estimule al poder popular para que produzca, permitiéndole los medios para hacerlo y procurando con su vigilia que entre este no pululen quienes se vayan con la cabuya en la pata. Es verdad que el ojo del amo engorda el caballo, pero eso no quiere decir que se limite a verlo, sino que cuide le alimenten y lo alimente él mismo.
Pero no nos caigamos a embustes. Somos una economía rentista que ha perdido el tiempo y dilapidado recursos de difícil cuantificación. Como tal, para el consumo y activar la producción, requiere divisas a un precio accesible para que esa producción sea competitiva y como tal exportable; también moneda nacional. ¡No es sólo asunto de vigilar! No todo se explica hablando de guerra económica, aunque sí hay buena parte de verdad en ello.
Pero…….mientras tanto, tíreme el dato, ¿dónde hallo papel higiénico? Lo volvieron a sacar del sagrado mercado y, ni siquiera, en el diabólico paralelo o informal, uno le halla. Ni Caronte, que en su barcaza entra y sale del infierno como perro por su casa, ha podido “resolverse”, por ahora, bachaqueando ese producto.