En las fábricas, los costes se tornan crecientes con cada aumento de la oferta o producción porque las instalaciones permanecen constantes, como suele ocurrir. Estas empresas se montan para muchos años, por lo general, ajustados a la durabilidad o vida útil de sus inmuebles y maquinaria pesada.
Ese consecuente decrecimiento de la productividad empresarial es aprovechado por el capitalista para vender con arreglo al coste marginal, y de esa manera vende toda la oferta al máximo precio, o sea, vende al mismo precio las mercancías aún no vendidas cuyos costes son inferiores a los que factura.
Ya desde la fábrica, su contabilidad aplica el método de “último que entra, primero que sale”, es como decir: Vende según el último coste de producción.
Sin embargo, los intermediarios hacen todo lo contrario porque venden al mismo precio las mercancías que cada día cuestan más por concepto de mantenimiento, exhibición y almacenaje.
Efectivamente, la mercancía recién llegada al detallista tiene costos comerciales mínimos por aquellos conceptos, no así las que vayan quedando en inventario. Esto explica por qué los detallistas y mayoristas menores operan con bajos inventarios, o sea, tienen rotaciones de capital mayores que las del gran mayorista. Por supuesto, este último se las arregla para liquidar sus inventarios con la mayor brevedad posible.
Así, pues, los comerciantes tienen costos comerciales crecientes y sólo le ganan más a las mercancías ya vendidas. Tal vez, esta es una de las causas que forzaron al capitalista fabricante a divorciar la fabricación de la distribución. De esta manera logran vender a precios máximos unas mercancías que cada día les costarían más comercialmente si las vendieran directamente.
[1] Más añadiduras al Primer Suplemento de PRAXIS de EL CAPITAL, Manuel C. Martínez M.
05/03/2015 07:41:16 a.m.
