“La indiferencia es abulia, parasitismo y cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes”
¿Quién es el último? es la inevitable pregunta de todo venezolano antes de someterse en las aberrantes colas que tienen que hacer para adquirir cualquier bien sea alimentos o de higiene personal , en un país donde nunca existió la palabra ‘cola’ desde mediados del 2013 es algo ya ordinario, y corriente. Están crispando los ánimos que reinan en la población, cosa esta nunca vista en nuestro país, cuando los vientos socialistas empiezan a alterar la placidez del sistema bolivariano, las colas son ahora un lugar para hacer inteligencia social, y enterarse de las noticias que calla cierta prensa.
La escasez crónica esta adquiriendo hoy ribetes dramáticos esta desequilibrando la psicología de los venezolanos, hasta tal punto que han adquirido una especie de Alzheimer al hacer cola: primero se forman, y luego preguntan qué producto se va vender.
Años atrás la ausencia de cola en un supermercado esto representaba una tranquilidad para los compradores, hoy las cosas han cambiado: cuando no hay cola es porque no hay nada.
Comprar sin cola era una maravilla para la clase trabajadora formal, madres trabajadoras y profesionales. Pero en estos tiempos de escasez frecuentemente da lugar a que se formen las colas de: los contrabandistas, bachaqueros, buhoneros, y la del nuevo oficio el del lumpen revendedor en las barriadas populares, y en las orillas de las carreteras nacionales.
Existe una violenta actitud frente a las colas que ya muchos clasifican en tres tipos: el de los motorizados colectivos prepotentes que marcan los puestos sin pararle a los insultos ni a la GNB, pero que obtienen rápidamente el preciado producto subsidiado; el sufrido pueblo trabajador, que soporta estoicamente horas bajo el inclemente sol mirándole la espalda, y el trasero, al también sufrido trabajador que tiene delante. Y los más odiados, los que guardan puestos los cuales venden cuando le ha llegado su turno de entrar al local. Esto ha creado ya a los profesionales de las colas que repiten la misma operación en varias colas, y al final del día obtienen buenas ganancias que en cualquier trabajo formal, por eso es que se están formando una nueva clase de delincuentes.
Las faltas al trabajo por las colas es tal que el venezolano asalariado, no puede esgrimir mejor justificación ante su jefe por faltar varios días al trabajo cuando dice: Estaban vendiendo el lunes leche, el martes harina, y el miércoles detergente.
La grave crisis económica venezolana ha convertido a las colas en focos peligrosos de delincuentes. Por ejemplo, las filas que tienen que ser custodiadas por efectivos de la GNB, y de las policías estadales y municipales, han cobrado ya varias víctimas.
La creciente escasez, especulación e inflación de muchos productos básicos ha introducido la violencia en las colas: en algunos lugares, cuando alguien se cuela, el que esta delante, se abraza al siguiente, y así sucesivamente empiezan los empujones hasta que terminan en una riña colectiva.