Cuando rige un Control de Cambio Monetario, los precios son fijados por el Banco Central del país correspondiente, dados los demás costes estrictamente nacionales no adquiridos con divisa alguna.
Los falsos costes burgueses han servido para esconder el valor de la plusvalía, valga la redundancia. Así, las depreciaciones de maquinarias y herramientas, de los mobiliarios de oficina y talleres fabriles, los alquileres varios, todos esos cargos contables representan desembolsos que practica el empresario burgués para llevar a cabo la contrata productiva de la mano de obra asalariada, costes que no tienen por qué ser cargados al precio de venta ya que el consumidor final no recibe una pizca del valor los mismos. La razón es que tales inversiones paralelas a las materias primas y mano de obra son indispensables para llevarse a cabo los procesos de trabajo, pero, se trata de unas inversiones sólo útiles para el empresario explotador y, como tales, bien podría descontarlos de sus ganancias en lugar de cargárselos al comprador.
La idea es que, en lugar de reconocer la plusvalía como parte del precio de venta, se viene cargando dichos costes, y de allí que la ganancia aparezca como diferencia de mercado entre costo de fabricación y precio de venta.
Eso ha ocurrido durante toda la vida de la empresa capitalista asalariada, pero, modernamente los fabricantes y los distintos intermediarios de la circulación están cargando en sus libros unos costes falsos referidos a la supuesta compra de insumos varios importados cuyos costes de compra están marcados con unas paridades cambiarias, cambiantes en sí mismas hacia arriba, e ilegales que no se corresponden con las diferente paridades fijadas por el BCV.
Por todo eso, el BCV ni la Superintendencia de precios Justos tienen por qué admitir semejantes costes, y en su lugar dar como realizados sólo los costes a paridades legales según la naturaleza de las materias importadas, y así fijar de oficio los precios correspondientes.
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