Cuando el presidente obrero Nicolás Maduro ordenó cerrar la frontera, yo fui uno de los que aplaudí, y creo que así lo hizo la mayoría de los venezolanos víctimas del paramilitarismo, el “bachaqueo” y toda la guerra económica opositora.
A mi modo de ver fue una medida excesivamente tardía, sin embargo, celebramos que por fin se buscara enfrentar con hechos contundentes la vil maniobra de las casas de cambio fronterizas que, con la anuencia del Gobierno neogranadino, han desatado todo este desastre en Venezuela, haciendo que el bolívar con respecto del peso colombiano sea, prácticamente, una tapita de esas que usan para jugar chapita o flichitas como decimos aquí en Maracaibo.
La decisión me desbordó de chavismo el corazón rojo rojito, primero porque la medida evidenciaba que Maduro, como buen revolucionario, interpretaba el clamor del pueblo y, segundo, le ponía un torniquete como él mismo dijo, al desangre de Venezuela por la frontera. Los “bachaqueros” se nos llevaban para Colombia hasta el modo de caminar.
El Presidente obrero lucía sólido y entre las condiciones que colocaba sobre la mesa para que se normalizaran la situación en el área limítrofe era, precisamente, que el Gobierno santandereano derogara el perverso decreto que con toda mala intención vuelve añicos el valor del bolívar.
Pero cuando teníamos las esperanzas cifradas en esa firmeza presidencial, nos enteramos de que en una reunión en la ONU con Ernesto Samper, secretario de la Unasur; acordó el regreso de los deportados. No soy anticolombiano pero, por ahora, no comparto esa medida. No veo que el presidente Santos haya movido un dedo para refundar la frontera, más bien lo noté con la rigidez facial de un caballo bebiendo agua a la salida de la “exitosa” reunión en Ecuador. Luego tuvieron un encuentro las cancilleres de Venezuela y Colombia (Delcy Rodríguez y María Angela Holguín), y el segundo fue suspendido.
En todo caso, antes de considerarse el regreso de tales inmigrantes, tengo la certeza de que los venezolanos sí no todos, en su gran mayoría aspiramos a que, primero y por encima de cualquier cosa, se debe:
1.-Acabar con las humillantes colas que agobian a las madres y padres de familia que necesitan comprar los productos básicos, para poder subsistir y no morir en el intento.
2.- Controlar la altísima inflación que producen en este país esas casas de cambio colombianas con sus maniobras golpistas, tendentes a defenestrar al Gobierno revolucionario.
3.-Terminar con la especulación de los comerciantes hampones que, por ejemplo, hacen pagar más de mil bolívares por un kilo de carne y 400 por uno de pollo. Y no se les ocurra peguntar por el precio de las carotas…coman caviar y salen más baratos.
4.- Controlar a los bachaqueros que, con todo y la OLP, siguen vendiendo con sobreprecio los productos básicos a la vista de todo el mundo.
5.-Ubicar y desmantelar a los acaparadores, todavía debe haber el bandido parejo con productos escondidos.
6.- Que la gente cardiópata, con diabetes, cáncer o cualquier enfermedad, encuentre las medicinas sin tener que efectuar un intenso ruleteo por las diferentes farmacias de la ciudad o región que habita.
7.- Hacer valer los precios justos, que las personas que tengan su auto, puedan comprar los repuestos o una batería o los cauchos por una cantidad razonable de bolívares. No todos los que tienen carros son ricos.
8.-Controlar al hampa, sobre todo, la de alto calibre, que usa granadas, toneladas de explosivos y que por “casualidad” mata escoltas.
9.-Etc., etc., etc., etc, etc., etc.
Y concluyo ya, aunque antes de finalizar, les voy a confesar algo amigos lectores, amigas lectoras, y ojalá esté equivocado: pensé que habíamos salido ilesos de la hábil y audaz diplomacia colombiana, pero, cuidado y no es así… La decisión del regreso de los colombianos deportados me hace desconfiar.