El noveno asiento azul del Metrobús podría ser el del retorno a la exclusión. Estoy convencido de que no será así, pero, como solía decir nuestro Comandante Supremo Hugo Chávez: “en los detalles está el demonio”.
He observado cómo en algunas rutas de servicio de Metrobús, especialmente en zonas donde abundan esos indefinidos especímenes mal llamados “clase media” porque “no son media clase ni son nada”, como diría el gran poeta nuestroamericano Mario Benedetti, algunos choferes, conductores u -como les llaman en el sistema Metro-Metrobús- operadores, se encargan de vigilar y sancionar con insultos a las personas con alguna diversidad funcional, de la tercera edad o mujeres embarazadas, cuando no se limitan a ocupar los famosos asientos azules.
Según ese criterio, en cada unidad de Metrobús sólo podrían subir siete personas de las categorizadas para el uso de asientos preferenciales, y al rebasar ese número, que las o los demás esperen. Olvidan, quienes actúan de ese modo, que el término “preferenciales” utilizado para los asientos azules, no es sinónimo de exclusivo ni fue concebido para establecer discriminaciones ni exclusión. Mucho menos dentro de los principios constitucionales de la Revolución Bolivariana que establece marcos para la igualdad, la solidaridad y la inclusión, en procura de la máxima felicidad para todas y todos.
Podemos estar ante un “accidente” clasista y de cierta rancia “clase media” que se piensa a sí misma como burguesa, de raza aria y de principios fascistas, que critican permanentemente a nuestra Revolución Bolivariana, a los gobiernos encabezados, primero por Chávez y hoy por Nicolás Maduro, mientras disfrutan de todos los avances en atención, servicios, educación, salud, alimentación, viviendas, transporte y la inmensa cantidad de misiones creadas por la Revolución Bolivariana y Chavista.
Pero a esos detalles hay que andarles con cuidado y pronto porque, detrás de ellos, podría estar una intencionalidad de trabajar en función de la erosión de nuestro proceso revolucionario, en el fomento del egoísmo, muy propio a la burguesía y a las clases dominantes que no conocen sino de explotación, cosificación y acumulación de capital, sin importarles más nada.
Y cuando digo atender con cuidado los pequeños detalles, evidentemente que me refiero a un asunto de conciencia. Y para ello hace falta comenzar por el caso de los empleados y empleadas del Estado venezolano, en este caso, a las servidoras y servidores públicos que, al frente de la conducción de una unidad de Metrobús, son también imagen del gobierno. No se puede aceptar saboteo, accidental ni deliberado, en quienes tienen la tarea de expresar los términos de inclusión, igualdad y solidaridad que caracterizan y deben caracterizar a la Revolución Bolivariana y Chavista y al Gobierno que preside el camarada Nicolás Maduro.
Lo mínimo que se debe hacer es ofrecer una inducción a esas compañeras y compañeros servidoras y servidores, al frente de unidades del Metrobús, para que traten con respeto y solidaridad a quienes utilizan esta forma incluyente y de calidad del transporte de trenes, subterráneos y superficiales y superficial como los metrobuses, bus Caracas, trans Aragua y todo el complejo sistema de transporte público nacido en Revolución.
Los asientos azules no pueden devenir en trampas que conduzcan a un regreso a formas de exclusión. Los asientos azules son preferenciales, es verdad, y no deben ser ocupados por personas que presenten las características para los cuales están reservados. Pero los asientos amarillos tampoco pueden ser prohibitivos para todo usuario (hasta viejitas y viejitos, personas con alguna discapacidad y embarazadas) porque ellos no son preferenciales para ciertos estándares de “normalidad” social.
El noveno asiento azul del Metrobús es amarillo, sin discriminación, cualquiera puede usarlo. En los detalles se cuela el diablo. ¡Atentas y atentos!