Políticamente, la alta burguesía manipula la competencia: fabricantes e intermediarios de menor rango dependen de ella y de esa manera esta asume el control de los costos, ganancias y precios, El consumidor no cuenta en estas decisiones, su demanda de mercancías imprescindibles lo obliga a tolerar costes falsos, ganancias exageradas y los consiguientes sobreprecios.
La alta burguesía siempre se comporta como un gran monopolista de oferta y en permanente búsqueda de controlar la demanda de sus insumos. Esa carrera pormonopolista explica los reducidos grupos de magnates que han terminado gobernando el mundo a su antojo a través del sistema burgués, y de sus gobernantes, magistrados y ejércitos títeres.
Como eso es así y los empresarios capitalistas pueden inducir las subas de precios, la escasez y así alcanzar ganancias indebidas; asimismo el Estado puede estimular la baja de precios, una abundante oferta y regular las ganancias a montos ajustados a la plusvalía alcanzada.
En cambio, sólo en los hipotéticos mercados libres suele privar la competencia; esta es una ley autónoma de la Economía y cualquier injerencia extraña de parte del Estado, si no es bien implementada puede resultar contraproducente a los efectos del logro de menores precios al consumidor.
Con esa competencia libre, los precios tienden forzosamente a minimizarse; el límite de la baratura alcanzable en favor de los consumidores lo pone la tasa media de ganancia que se halla en rigurosa dependencia de las diferentes productividades (plusvalías) alcanzadas en los principales sectores de la producción y en las empresas que los integran[1]. De esto sólo pueden dar cuenta sólo los Economistas marxistas. Ingenieros varios, y economistas burgueses se halla incapacitados por naturaleza propia.
Es así como las regulaciones estatales de costos, ganancias y precios deben ajustarse y respetar los costes verdaderos, libres de adulteraciones de parte de los empresarios inescrupulosos, quienes, dicho sea de paso, hacen mayoría en todas las economías burguesas.
Bajo libre competencia, unos capitalistas drenan parte de plusvalía creada en otros sectores, generalmente de composición menor de capital, o sea, empleadores de más mano de obra en proporción al costo constate que pone en movimiento esa mano de obra. Ese proceso de trasiego de plusvalor se realiza mediante la competencia, y esta lo hace reduciendo la oferta producida en unas empresas y reforzando la de otras: en las primeras suben los precios, y bajan en la segundas[2].
Cuando el Estado fija una tasa de ganancia al margen de las plusvalías, con abiertas potenciales ganancias de los empresarios, está pasando un rasero en materia de rentabilidad: uniforma de un plumazo la cuota de ganancia media y general para cada empresario, sin pasar por los engorrosos y naturales procesos de producción y mercadeo competitivos que deben cumplirse para que todas las empresas de manera autónoma obtengan también una tasa uniforme de ganancia. En este caso, la competencia busca una nivelación de las tasas de ganancia, cuestión que también podría logrear en sana paz, que no es nuestro caso, la tasa de ganancia inducida e impuesta por el Estado.
Esa injerencia regulatoria estatal que responde a la protección de los consumidores, cuando estos se hallen sometidos a precios mono y paramonólicos, está incompleta si el Estado no estimula la competencia entre los empresarios.
Una forma para incentivar empresario, inclusive de la oposición, sería creando estímulos a los mejores rendimientos, a las mejores productividades, y fijar como monto impositivo especiales a los infractores de costos, ganancias y precios, con cierres automáticos para los reincidentes.
11/11/2015 04:41:03 a.m
[1] Véase mi obra citada por este medio: PRAXIS de EL CAPITAL.
[2] Véase la obra citada.