La Economía “está metida hasta en la sopa”, tal como se comporta la gravedad y el aire atmosférico; de allí que el lego tienda a endilgar a los Economistas todos los males de las administraciones públicas y privadas como si estos profesionales se hallaran a la cabeza de los asuntos nacionales. Eso no es así ahora, ni nunca lo ha sido, salvo raros casos en el mundo moderno.
La verdadera función de los Economistas está reservada a la Macroeconomía, ciencia ésta envolvente por naturaleza propia. Digamos que la Economía debería estar presente en toda Administración Estatal, estadal y municipal ya que estas actividades políticas contienen los aspectos técnicos e interdisciplinarios más relevantes y de mayor alcance social sujetos todos al bienestar de los ciudadanos sin distingos sectarios ni privados.
Un Economista al frente de una Alcaldía, por ejemplo, sabrá medir con suficiente ponderación los servicios prestados por la Alcaldía en favor de todos los parroquianos en cuanto a sus necesidades básicas en el tiempo, a sus servicios colectivos y encaminados al permanente mejoramiento del nivel de vida de todos los munícipes.
Hasta allí, se infiere que el Economista se deba más al servicio de colectivos que de particulares. Entre estos particulares se hallan las empresas generalmente privadas. Este “Microeconomista” sabrá hacer frente a la competencia en términos de clientela particular, de la sana utilización del patrimonio capitalizado y de su máximo rendimiento, o sea, que prácticamente se ocupa del aspecto técnico de la Economía en pequeña escala, razón por la cual su ejercicio suele confundirse con de otros profesionales involucrados en el manejo presupuestario de la empresa, o sea, se ocupa de los rendimientos de las máquinas y de las materias primas, pero no podrá conocer a fondo hacia dónde se encamina la empresa donde trabaja ya que todas las empresas caen en el dominio profesional del “Macroeconomista”, con unos estadísticos nacionales que no están al alcance inmediato del economista de la empresa privada.
Ahora bien, cuando la Economía del país acusa desarreglos o inarmonía entre producción y consumo nacionales por culpa de intereses meramente políticos nacionales y encontrados entre la clase conservadora y la clase renovadora, aunque los intereses conservadores sean sustancialmente económicos e internacionales o extranjeros-léase imperialistas-, entonces mal podría estarse culpando a los Economistas de unas medidas ministeriales y empresariales que no están bajo su responsabilidad.
En Venezuela, es un hecho que el ejercicio de la Macroeconomía viene corriendo a cargo de profesionales que no tienen cualidad para hacerlo, y que lo hacen porque están ocupándose de asuntos meramente tecnicistas, contables y paraeconómicos sin la debida asesoría de Economistas, o sea, de Economistas con visión nacional y no meramente empresarial.