Sr. Presidente, su trabajo ha sido extraordinario, pero podría prestarlo con menos esfuerzo y una mayor productividad si prioriza sus funciones.
Oiga, por favor, estos consejos que gustosamente se los envía este servidor y modesto Economista:
Ejemplo de necesidades colectivas: Sean usted, un trabajador sano, y otro un enfermo. En la clínica médica, el segundo es atendido con las correspondientes mercancías: alimentos y medicinas. De poco serviría el tratamiento médico sin la debida dieta. Es obvio que la comida priva sobre la medicina, de tal manera que el trabajador sano tiene prioridad frente al enfermo.
Todas las necesidades de su pueblo deben ser satisfechas, pero unas con mayor prontitud, esmero y eficiencia. En materia de alimentación no hay distingos entre riqueza, pobreza media y pobreza extrema: todos sienten hambre y deben comer.
Yendo al tema de hoy: El carácter presidencialista no está taxativamente definido en la Constitución actual; sin embargo, la sola división de los poderes y la centralización de la Administración Pública Nacional establecida constitucionalmente, en cuanto a ingresos y egresos, convierte al Poder Ejecutivo y al Presidente de la república en la verdadera figura gubernamental con la cual el resto de los poderes deben armonizar para la estabilidad del país. Sólo las funciones de índole técnica deben ser delegadas a los especialistas, pero hasta allí.
Ese presidencialismo no lo está ejerciendo satisfactoriamente el actual Poder Ejecutivo, no por el supuesto abandono del cargo, sino, todo lo contrario, por excesivo recargo de funciones sin la debida priorización de las diferentes necesidades, de los variados y paralelos problemas colectivos y sus correspondientes e inmediatas soluciones.
El Presidente viene operando con demasiadas funciones sociales en paralelo, con muy poca clasificación y sin la debida ordenación de sus actividades con el debido respeto de las prioridades que de ordinario caracterizan a los problemas y necesidades sociales. Todo a su tiempo y urgencia, aconseja la sabiduría universal.
La división del trabajo debe ser para incrementar los rendimientos, pero de poco sirve dividir el trabajo si con más trabajadores se reduce la producción del conjunto, amén de traducirse en una mayor carga supervisiva del Presidente.
Observamos con mucha preocupación e impotencia cómo el Ejecutivo viene pretendiendo abarcar y dar cuenta de cada casito en particular. Estos casitos frecuentemente le son formulados al Presidente cuando visita lo que ahora llamamos las catacumbas, por ejemplo, pero, en paralelo, no vemos las correspondientes sanciones o toma de medidas correctivas para el Ministro o Director responsable de la desatención de sus obligaciones con la oportunidad y amplitud del caso. Las merecidas remociones de los funcionarios de confianza incompetentes no tienen por qué pensarse dos veces.
Por lo demás, mientras más se amplíe el gabinete y se divida el trabajo del Ejecutivo, en aras de mejorar los rendimientos, todo eso estaría muy bien, pero la coyuntura actual que amenaza con quedarse por largo tiempo, con una economía cuya distribución de alimentos y medicinas está resultando peligrosamente ingobernable, amerita una urgente centralización y concentración de las ocupaciones del Ejecutivo, del propio Ejército Nacional y las de los demás poderes.
Por ejemplo, quien quita y pone Presidentes, por ejemplo, es el pueblo en libres comicios, y no la Asamblea Legislativa; esta debe dejar o minimizar sus aspiraciones presidencialistas porque ellas no están entre sus expresas y constitucionales tareas legislativas. Si el Ejecutivo no actúa correctivamente, ante esas desviaciones anárquicas de las obligaciones legislativas de otro poder, el Ejército Nacional, civicomilitar estará, pues, en la obligación de poner orden en la casa.
Los ministerios del gabinete necesariamente tienen que minimizar el alcance extensivo de sus obligaciones y dedicarse sólo a funciones que puedan atacar más eficaz e intensivamente. Ya está bueno de que el Ejecutivo siga resolviendo directamente-el Presidente de la República-cada casito en particular, como tampoco los Ministros tienen por qué estar ensanchando sus obligaciones con particularidades no prioritarias.
Por ejemplo, hay muchas obras públicas y sociales o culturales que no tienen por qué ser abordadas en la actualidad, y sus propios beneficiarios no dudarían en entenderlo porque también ellos saben que hay otras necesidades que ellos mismos no logran satisfacer ahorita mismo.
Los mismos planes habitacionales no tiene por qué ser acelerados mientras buena parte de esos recursos humanos y presupuestarios deben temporalmente, coyunturalmente, ser desviados a la más pronta resolución de los problemas vitales actuales que no pueden esperar ni 24 horas porque, sencillamente, todos los días debe comerse, y no hay comida a disposición inmediata en las bodegas y supermercados, porque se hallan acaparadas y en cada rincón deben ser buscadas y destinadas a resolver problemas, amén de las naciones escarmentadoras que debe aplicarse casi sin fórmula de juicio. El juicio en las dificultades colectivas no pasa por tribunales ni por Fiscalía alguna; la celeridad de su aplicación la decide el pueblo.
Darle detener todas las subas de precios con la toma de los centros principales de absteciemniento sin mayores protocolos dilatorios tiene prioridad. Las consideraciones políticas no tienen prioridad ante la emergencia de las medidas que nos exige la presente coyuntura.
Hasta los chamos se han metido a delincuentes y suben los precios; sus hermanos mayores, sus propios padres los dejan al frente de sus negocios para que estos pidan lo que se les ocurra. Por ejemplo, si el plátano está a Bs.F 300, ese niño, ese chamo, ese hermanito, pide 400 o 500 bolos como si se tratara de un juego.